Como simple consumidor de noticias, me cuesta trabajo recordar un tiempo de tanta desinformación. En otras épocas (no lejanas) la regla para estar medianamente enterado era leer dos periódicos, escuchar un noticiero de radio a la hora de la comida, y por la noche, el de cualquier cadena de televisión.
Sin embargo, la posibilidad de transmitir información instantánea, y casi sin filtros, ha hecho imposible seguirle el paso a lo que es cierto de lo que no. Pocas veces se ha logrado confundir a la mayoría con tal rapidez y eficacia. Las posibilidades que abrió la tecnología han hecho de ésta, una de las etapas más complejas para tener una opinión equilibrada.
Una vez que ocurre cualquier acontecimiento de “impacto”, no pasan muchos segundos para que tengamos opiniones, verdades a medias, mentiras completas, y todo tipo de teorías de la conspiración, circulando en teléfonos celulares y tabletas.
Desde textos sospechosamente similares en redes sociales, hasta reportes falsos que parecen notas periodísticas; nuestro ambiente se llena de retazos de información mal interpretada que nutren nuestros puntos de vista, pero no nuestro criterio.
El objetivo, me parece, es el mismo de siempre cuando hablamos de desinformación: dividirnos. Si ya desconfiamos de la mayoría de las instituciones ¿por qué no podríamos empezar a mirar de reojo al vecino?
Sembrar miedo para luego cosechar odio es una práctica tan antigua como la humanidad. Ayuda a separar a las personas por motivos que ni siquiera entendemos bien e impulsa los intereses de una minoría que regala problemas para después vender las soluciones. El régimen que se acaba de ir (espero) usó este método en un sinfín de ocasiones.
Hablemos cara a cara. Es increíble lo distintos que somos en persona, de quienes somos en las redes sociales. Tomemos unos segundos antes de compartir un mensaje, aunque venga de una persona cercana. Verificar la información que mandamos es la nueva obligación cívica. Y, por último, escuchemos. Hay mucho ruido mal intencionado que quiere hacernos aparecer como algo que no somos. Feliz 2019.