Nadie, en sus cinco sentidos, puede defender las intervenciones imperialistas de Estados Unidos en América Latina en el pasado. En el siglo XIX, vinieron a conquistar militarmente a México para quedarse con la mitad de su territorio nacional. Si no se quedaron con todo fue por su racismo: no querían recibir a una población predominantemente mestiza y católica, por lo que sólo se apropiaron del territorio despoblado. Ni qué decir de sus injerencias para apoyar golpes de Estado, por ejemplo en México (1913), Guatemala (1954) o Chile (1973).
A los latinoamericanos no nos gusta nadita cuando Estados Unidos moviliza su poder para derrocar gobiernos en la región. Eso la sabe, y bien, Nicolás Madurode Venezuela. Por eso, ni tardo ni perezoso, cuando el presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, juramentó ayer como presidente encargado del país, desconociendo al gobierno de Maduro, éste le echó la culpa a Estados Unidos y rompió relaciones diplomáticas con ellos.
Es cierto que Estados Unidos fue uno de los primeros países en reconocer al gobierno de Guaidó. Es cierto que el secretario de Estado estadunidense, Mike Pompeo, solicitó a los militares venezolanos apoyar los esfuerzos para restaurar la democracia en ese país. Es cierto que un “alto funcionario” de la Casa Blanca declaró que si Maduro elegía la ruta de la violencia, ellos tenían “muchas otras opciones”. ¿Estamos, entonces, frente a otra intervención torpe e imperialista de Estados Unidos?
No lo creo y explico por qué. Para empezar, porque al presidente Trump le vale un pepino el mundo. Es un político en la vieja tradición del aislacionismo estadunidense. Ni entiende ni le interesa lo que está sucediendo en el sur del continente. Si por él fuera, que los venezolanos se pudran con su dictador. Si quiere retirar las tropas de su país en Siria, donde Estados Unidos tiene intereses económicos, militares y políticos muy importantes, ya parece que va a mandar a los marines a remover a un dictadorzuelo sudamericano.
Ahora bien, es indudable que en Estados Unidos (en el Congreso, en el Departamento de Estado y en Wall Street) sí hay intereses para remover a Maduro. Me imagino que han de haber convencido a Trump, quien le habrá dedicado, en el mejor de los casos, cinco minutos a este asunto.
Regreso, entonces, a la pregunta: ¿estamos o no frente a una nueva intervención imperialista de Estados Unidos en la región como lo está argumentando Maduro?
Yo diría que, a diferencia del pasado, en esta ocasión Estados Unidos no está liderando la intervención política internacional. Es parte de una coalición amplia de países, sobre todo latinoamericanos, que están hartos de los abusos de poder de los chavistas en Venezuela y que han generado la migración de millones de sus ciudadanos buscando refugio en diversos países de la región.
No creo, por ejemplo, que el gobierno de Justin Trudeau, tan distante al de Trump, haya apoyado a Guaidó por quedar bien con Washington. La mayoría de los gobiernos del vecindario latinoamericano (Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, Panamá, Paraguay y Perú) también ha reconocido la presidencia interina del líder de una Asamblea opositora que fue legal y legítimamente elegida en Venezuela y luego desconocida por Maduro. Inclúyase a la lista a la Organización de Estados Americanos.
Muchos dirán, comenzando por Maduro, que estos países y organismos son paleros de Trump. Muchos se lo creerán, tomando en cuenta la nefasta historia de Estados Unidos en la región. Eso es, precisamente, lo que quiere el régimen chavista: polarizar para defenderse: o estás con nosotros o estás con los pinches gringos imperialistas.
El gobierno mexicano, que venía operando en el Grupo de Lima que ayer, en su gran mayoría, apoyó a Guaidó, cambió de postura al llegar López Obrador al poder. Supuestamente, ahora no intervendríamos en los asuntos internos de otros países. Pero, la no intervención en Venezuela es, en realidad, una intervención a favor del gobierno de Maduro. Hoy, México reconoce al gobierno de un dictador y no al provisional de una asamblea opositora democráticamente elegida. Bajo la lógica chavista, AMLO y sus seguidores podrán presumir que México se mantuvo firme y digno frente a las presiones imperialistas de Estados Unidos. En este sentido, estaríamos en el lado correcto de la historia. Yo, como sí creo en la democracia-liberal y los derechos humanos, pienso lo contrario, es decir, que nuestro gobierno se puso en el lado incorrecto de la historia. Ya sé qué me van a decir por eso. Ni modo: son los costos de oponerse consistentemente a las tiranías.
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