Durante su campaña presidencial y ya como Presidente electo, dije que me gustaba mucho el cambio del discurso sobre la violencia en el país de Andrés Manuel López Obrador, la sustitución de la retórica de la “guerra en contra del crimen” por una de “pacificar al país”.
No me parecía un mero asunto discursivo. Implicaba una nueva visión del problema. Tanto Calderón como Peña habían fracasado en este asunto. Si seguíamos haciendo lo mismo, continuaríamos teniendo los mismos resultados malos. Había que buscar y encontrar nuevas políticas públicas que efectivamente funcionaran. El cambio de la retórica era un primer paso atinado para pensar en soluciones alternativas.
En su campaña, AMLO había propuesto analizar la creación de una Guardia Nacional con el eventual retiro del Ejército y la Marina de las labores de seguridad pública. Ya como candidato vencedor, organizó una serie de foros para armar su plan de seguridad. En algún momento, hasta anunciaron que vendría el papa Francisco. En fin, existía voluntad de cambio y disposición a debatir nuevas ideas.
Sin embargo, en algún momento antes de la toma de posesión, algo cambió y, de pronto, regresamos a la retórica de la guerra con la propuesta de una reforma constitucional para formar una Guardia Nacional que, en la práctica, tendrá un mando militar. Ayer, con los votos de Morena, PT, PES, PVEM y PRI, la Cámara de Diputados aprobó dicha reforma.
Si el Senado y los congresos locales hacen lo mismo que los diputados, México continuará en guerra. Adiós al discurso de la pacificación, de los “abrazos y no balazos”. Igualito que el presidente Calderón, quien, desde el comienzo de su sexenio, no se cansó de repetir que su gobierno enfrentaba un conflicto bélico en contra del crimen organizado, en particular el narcotráfico. Sin ambages, aunque no con la grandeza retórica de Churchill, decía que costaría tiempo, recursos y vidas. Calderón así definió la prioridad de su administración: “recuperar los espacios públicos perdidos en manos de la delincuencia”.
Los políticos tienden a exagerar el discurso para persuadir al público. Esto implica un uso laxo del lenguaje. Es común, por ejemplo, que una serie de cambios menores en la política pedagógica se presente como “la gran revolución educativa”.
El abuso de palabras altisonantes —guerra, tragedia o revolución— es para atraer la atención de la opinión pública. En este sentido, ¿de verdad México está en guerra desde el sexenio de Calderón?
El Diccionario de la Lengua Española provee cinco acepciones de la palabra “guerra”: 1. Desavenencia y rompimiento de la paz entre dos o más potencias; 2. Lucha armada entre dos o más naciones o entre bandos
de una misma nación; 3. Pugna; 4. Lucha o combate, aunque sea en sentido moral; 5. Oposición de una cosa con otra. Bajo estos conceptos, me parece que el Estado mexicano sí ha estado en una especie de guerra en contra del crimen organizado: hay dos potencias enfrentadas; existe una lucha armada entre dos bandos, una pugna donde se oponen los criminales y las Fuerzas Armadas para ver quién gobierna ciertos territorios.
Calderón, Peña y, ahora, López Obrador han utilizado, cada vez más, al Ejército y la Marina en esta labor. Quizá no estemos frente a una guerra convencional como la Segunda Guerra Mundial, la de Yom Kippur o la de Vietnam, pero sí hemos atestiguado un conflicto armado entre el Estado mexicano y el crimen organizado. Una guerra que, como dijo Calderón, iba a tomar tiempo, costar dinero y generar la pérdida de vidas humanas.
¿Y cuál ha sido el resultado? Pues cada vez más violencia. Como los estadunidenses en Vietnam, nos encontramos empantanados. Mucha sangre, sudor y lágrimas, por citar a Churchill. La violencia de estos años no sólo ha sido el producto de los cárteles asesinándose unos a los otros, sino del enfrentamiento de soldados y marinos en su contra.
Como opositor, AMLO criticó duramente a Calderón y Peña por esa guerra. “No se puede apagar el fuego con más fuego”, repitió hasta el cansancio. Ya en el poder, cambió de opinión. Un gobierno supuestamente de izquierda le dará más poder a los militares como nunca en el pasado reciente. Es la continuación del discurso bélico y la profundización de una estrategia militar que no ha funcionado. Como atinadamente dijo ayer Héctor Aguilar Camín, “la Guardia Nacional planteada hasta ahora no es más de lo mismo, es mucho más de lo mismo”. Más guerra…
Twitter: @leozuckermann