Típica pregunta de un escéptico en torno a la regulación del salario mínimo: ¿Y entonces por qué no subes el salario mínimo a cien mil pesos a la quincena y así todos contentos? Bueno, imagínate que los tienes tan grandotes (los deseos, por supuesto) como para no querer lavar tus platos y, en vez de ello, prefieres pagarme cien pesos para que yo lo haga por ti.
Si yo acepto tu oferta todos contentos, ¿verdad? Pero luego llega papá gobierno y te dice que ya ni la haces, que me pagues al menos mil pesos por ello: ¿qué harías? Seamos honestos:
Aunque es bien sabido que soy, objetivamente hablando, el mejor lavaplatos del universo (modestia aparte) es muy probable que te inclines por la opción de morderte uno (de tus deseos) y sufrir el calvario de lavar tus propios platos con tal de ahorrarte esos centavitos (o centavotes). ¿Y por qué? Posiblemente porque eres un cerdo capitalista, aunque también podría deberse en parte a que, para bien o para mal, ni el mejor lavador de platos del universo es indispensable a la hora de cobrar mil pesos por hora.
¿Me explico? ¿Y por qué no es indispensable en esas circunstancias? Aquí entramos al sensible y controversial campo de la competencia: porque, le guste o no a mi gigantesco ego, el lavar platos no es ni tan, tan difícil y tal vez ni tan, tan necesario o sencillamente ni tan, tan demandado o apreciado en comparación, por poner un ejemplo, con el abrir cráneos humanos y reparar su interior sin matar en el intento a los dueños de los mismos; y es en gran parte debido a este fenómeno social (doloroso, aunque enteramente verdadero) que el mejor neurocirujano del universo suele ser recompensado en materia económica e incluso de estatus social de una mejor manera que su humilde servidor, aunque ello ofenda sobremanera mi orgullo lavaplatense y provoque que me carcoma la envidia hacia él y hacia sus elevadas habilidades y sus mayores sacrificios escolares, laborales y de capacitación del pasado, del presente y del futuro, tanto como le calcinaron el alma al pobrecito de Caín los excelsos holocaustos del maldito cerdo opresor de su hermano Abel.
Duro, ¿no? ¿Pero pues quién demonios dijo que la vida era fácil, para que me regrese mi dinero? Volviendo al tema: ¿a quién perjudicó papá gobierno al tratar de ayudarme: a ti, neurocirujano privilegiado y exitoso? Pues sí, pero muy poquito, ¿no? Lo único que tienes que hacer ahora es decrecértelos un poquitito y lavar tus platitos tú mismo de ahora en adelante, sufriendo eternamente la humillación interior de saber que jamás lo harás tan bien y tan rápido como yo (modestia aparte, insisto).
Pero, ¿qué hay de mí? Y esto lo digo completamente en serio… ¿Qué hay de los que sólo saben lavar platos? ¿Qué hay de los más necesitados? Los más pobres entre los pobres no se pueden morder sus deseos de no comer hoy o mañana, ¿lo entiendes? Y si eres tan cínico y mariantonietesco como para decir: “pues que los chilapastrosos no sean flojitos y aprendan neurocirugía y así todos contentos”, te recomiendo que te des una vuelta por el departamento de madres de la tienda de tu preferencia y te compres una, que criticar al torero desde la comodidad de la sombra no es lo mismo que ondear la capa roja ante la inminente posibilidad de la muerte.
Y ojo: no niego en absoluto la responsabilidad personal de los “chilapastrosos” ni trivializo su fuerza de voluntad o soy condescendiente con ellos ni mucho menos; sólo intento decir que le digas al gobierno que no esté chingando y que me deje lavar platos por la cantidad de dinero que acuerde voluntariamente contigo para que pueda ahorrar una parte y así pueda pagarme la carrera de neurocirugía y eventualmente sea, además del mejor lavaplatos del universo, también el mejor abre cráneos y repara cerebros del mismo (modestia aparte, por supuesto).