Ansiedad, la palabra que el diccionario de la Real Academia define como “estado de agitación, inquietud o zozobra del ánimo”, es la que mejor define el talante de los tres mil asistentes al Foro Económico Mundial, que concluyó el viernes pasado.
“Se podría decir que el ambiente estuvo sombrío”, comentó el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, Luis Alberto Moreno, quien lleva años asistiendo al evento que congrega a la élite global.
A primera vista, todo se veía igual. Tal como es usual en la tercera semana de enero, otra vez volvieron las caravanas de vehículos Audi y Mercedes de color negro que llevaban en su interior a los poderosos de la industria, la política o la academia, acabando de paso con la tranquilidad de quienes viven en esta pequeña población, ubicada en lo alto de los Alpes suizos. También los locales comerciales que dan sobre Promenade –la vía principal– cambiaron sus avisos de siempre por los de las multinacionales de la tecnología y las finanzas.
Tampoco faltaron la nieve y las frígidas temperaturas, que nunca superaron los 6 grados centígrados bajo cero y llegaron a mínimos de menos 18. Aun así, los delegados aguantaron sin quejarse mucho de los andenes helados, las filas largas, los elevados precios y los controles de seguridad, que reducen a la condición de ciudadanos de tercera a quien no cuente con la credencial que autoriza estar en la llamada ‘zona roja’.
A pesar de las similitudes, el contraste con el ambiente del 2018 era evidente. Si hace 12 meses la euforia era palpable como consecuencia de la buena marcha de la economía mundial, el desempeño positivo de los mercados de valores y la percepción de que incluso los obstáculos eran superables, ahora el péndulo se fue en sentido opuesto. “Oscilamos de un lado al otro. Así como el año pasado se sentía un optimismo que parecía exagerado, ahora ocurre algo similar con el pesimismo”, señaló el mexicano Ángel Gurría, secretario general de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde).
Las preguntas
El motivo central del cambio de ánimo está relacionado con dos incógnitas que se resuelven en marzo. La primera consiste en el cumplimiento del plazo de 90 días que dio Donald Trump para no hacer efectivas las sanciones comerciales de Estados Unidos contra China. El peligro de una guerra abierta entre las dos economías más grandes asusta a los analistas y a la comunidad de negocios, algo que ya se siente en las previsiones de crecimiento hechas por el Fondo Monetario Internacional, que ya redujo sus pronósticos.
Las negociaciones entre Washington y Pekín siguen su curso, pero el reloj corre. Uno de los temores es que una reducción de las exportaciones chinas afectaría, entre otras, la demanda de materias primas, lo cual golpearía a los países de Suramérica, incluyendo a Colombia.
La segunda inquietud es el desenlace del ‘brexit’, nombre con el que se conoce la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea. El hecho de que el parlamento en Londres haya rechazado el borrador de acuerdo al que llegó la primera ministra Theresa May con Bruselas implica que de no encontrarse un camino, el rompimiento sería a las malas.
El efecto tiene visos de catastrófico. Mark Carney, presidente del banco central inglés, dijo que según los cálculos de la entidad, los precios promedios de la vivienda podrían caer hasta en una tercera parte si se pierden las ventajas arancelarias actuales. Y, aunque una opción es pedirle más plazo al bloque comunitario, se han escuchado voces según las cuales si se trata de postergar lo inevitable, es mejor hacerlo de una vez.
Como si lo anterior no fuera suficiente, el clima político en Washington tampoco ayudó. El cierre parcial del gobierno federal, ocasionado por la pelea entre Donald Trump y la mayoría demócrata en el Congreso en torno a la solicitud de fondos para construir el conocido muro en la frontera con México, oscureció el panorama. Es verdad que el impase acabó solucionándose el viernes, pero para ese entonces el evento había terminado.
Esa circunstancia llevó a que sucediera algo que no se había visto. Por primera vez desde que el Foro Económico empezó a atraer gente de diversas latitudes, no hubo representantes de la administración estadounidense, pues todos se quedaron en Washington por decisión de la Casa Blanca.
A tan notoria ausencia se sumaron otras. Emmanuel Macron permaneció en París, tratando de cortar el nudo gordiano de los ‘chalecos amarillos’ que lo tiene a la defensiva desde hace tres meses. Theresa May siguió en el laberinto del ‘brexit’ y China envió a su vicepresidente. Es verdad que el primer ministro de Italia habló poco después del de Japón, al igual que el presidente del gobierno español. Aun así, más de uno insistió en que no había visto a los pesos pesados, aparte de que la presencia del príncipe William –tercero en la línea sucesión del trono británico- logró convocar al público.
Los otros temas
En cuanto a América Latina, esta tuvo alguna notoriedad. El principal interés se concentró en Jair Bolsonaro, que decidió aplazar una operación pendiente, con tal de ir a Suiza. La delegación brasileña incluyó a más de 30 personas, y el discurso del mandatario en el salón principal convocó a centenares de delegados. No obstante, la intervención fue corta y poco profunda, al igual que la sesión de preguntas, con lo cual todo terminó en 20 minutos, diez antes de lo previsto.
Sin embargo, la situación en Venezuela puso a la región sobre el mapa. La presencia en Davos de los presidentes de Brasil, Ecuador, Costa Rica, Paraguay y Colombia, además de la vicepresidente del Perú y la canciller canadiense, permitieron que el respaldo a la causa de Juan Guaidó se escuchara con fuerza. Ello ayudó a que la realidad del país vecino ocupara los primeros titulares en CNN o la BBC, que habían asignado a un buen número de sus periodistas a cubrir la reunión en Suiza.
Curiosamente, la ilusión de un cambio de liderazgo en Caracas acabó siendo una de las pocas luces de esperanza que se encendió en los Alpes. Con respecto a los temas menos inmediatos, el diagnóstico que se escuchó resultó ser más punzante, sin soluciones a la vista. Ese es el caso de la preocupación por la desigualdad que sigue avanzando a un ritmo que resumió Oxfam: mientras el ingreso de los billonarios aumentó en 2.500 millones de dólares diarios durante el 2018, el de la mitad de la población mundial que está en la parte de abajo de la pirámide se redujo en 500 millones cada 24 horas.
También se escuchó hablar mucho de cambio climático y de los riesgos de la revolución tecnológica, sobre todo los relacionados con el empleo. Los jefes de las entidades multilaterales hicieron llamados, desesperados en algunos casos, para que los sectores privado y público empiecen a actuar cuanto antes. A su vez, la organización del foro puso sobre el tapete la Globalización 4.0, centrada en el individuo, como una manera de responder a las percepciones negativas que genera.
Como siempre, cuando los asistentes empiezan el camino de regreso, queda la duda sobre si los mensajes salidos de Davos caerán en terreno fértil o no. Igualmente está por verse si el negativismo generalizado de la presente ocasión estaba justificado. De lo que no hay duda es de que esos mismos volverán el próximo año, unos con la intención de hacer contactos y negocios y otros con la ilusión de creer que influyen positivamente sobre el futuro de la humanidad.
La participación de Colombia en el Foro
Según el plan original, Iván Duque debía llegar a Davos en la tarde del lunes. En cambio, los eventos en Colombia lo obligaron a recortar el viaje, con lo cual llegó a Suiza en la madrugada del miércoles. Aun así, las 36 horas que permaneció en los Alpes suizos fueron muy productivas, pues incluyeron la firma de un convenio para abrir el primer centro dedicado a la cuarta revolución industrial en los países de habla hispana que operará en Medellín, la suscripción de un acuerdo sobre género, docena y media de reuniones con empresarios, un desayuno con inversionistas, tres paneles temáticos, varias entrevistas y unas cuantas citas bilaterales con su homólogo de Brasil o el secretario general de Naciones Unidos, entre otras.
Aparte de lo anterior, la situación de Venezuela le ocupó una parte de su tiempo. La ventaja es que haber estado cerca de varios mandatarios de la región sirvió para coordinar posiciones y mostrar un frente unido.
Debido a ello, cuando el jueves en la noche se dirigía al Mercedes blindado que lo llevaría a Basilea para tomar el vuelo a Colombia, la cara de satisfacción que tenía lo decía todo. Su presentación ante la élite mundial había salido bien, y eso, según los integrantes de su equipo, justificó el esfuerzo.