En los círculos políticos contemporáneos internacionales, pareciera producir la misma inmensa polarización el estar a favor de los muros o de las caravanas migratorias que el serle fiel al Barcelona y no al Real Madrid o a Lennon en vez de a McCartney. Pero a mí, que me gustan los Beatles y el futbol así, en general, la verdad no me cuesta demasiado trabajo admirar lo bueno de los unos y de los otros casi casi por igual.
Por un lado, se encuentra la retórica incendiaria de Trump y su aparente obsesión por construir muros gigantescos que lo separen del tercer mundo; y por el otro, una inmensa mayoría de la población de toda la tierra a favor de derribarlos al costo que sea. ¿Quién demonios tendrá la razón? ¿Nos vamos con melón o con sandía (o con Naranjito o con Pique, para ser más exactos)? Vamos por pasos: ¿cómo es posible que un país y en especial un partido político (el republicano) que siempre estuvo a favor de la migración y que reconoció por más de un siglo que esta ha hecho grande a su patria a través de la historia, actualmente se presente ante el mundo como enemigo acérrimo de la misma? La pregunta es compleja, y para responderla empezaré siendo sincero: personalmente, estoy básicamente a favor de la libertad migratoria.
Ya que conoces mi postura, confío que sabrás evitar influenciarte por mi subjetividad al respecto. Ahora me temo que intentaré profundizar en los argumentos del “bando contrario.” La mayoría de aquellos que estuvieron a favor de la libertad migratoria pero ya no lo están más, alegan varias cosas a la vez:
1.- Queremos migrantes de cinco estrellas, para que enriquezcan nuestra cultura y nuestra economía.
2.- Queremos también migrantes de una sola estrella (o sea, gente, por ejemplo, sin estudios) siempre y cuando no sean criminales, puesto que un agricultor honesto (y no solamente un neurocirujano o un director de orquesta de talla internacional) enriquece también a la sociedad en la que vivo.
El punto número uno es el más aceptado por la primera cara de la moneda. El segundo, sólo suele ser defendido por aquellos que poseen una cultura y un bagaje económico de mayor refinamiento: un agricultor sin estudios me enriquece, puesto que, su mano de obra barata, suele hacer más competitivos los precios de diversos productos nacionales, lo que convierte al pueblo (o sea, al consumidor) en el gran ganador de dicha contienda.
Claro que la presente ecuación implica también una pérdida. ¿Quiénes son los que pierden? Los ciudadanos nacionales de una sola estrella acostumbrados a recibir un mayor sueldo por ser agricultores, y a quienes en absoluto les cae bien la competencia que implica para ellos la presencia de los migrantes dispuestos a ofrecer el mismo servicio que ellos pero a un mejor precio, rompiendo así la hegemonía natural de esa especie de monopolio obrero del cual gozaban los primeros y que era además parcialmente responsable de una mayor alta de precios. ¿Entonces? ¿Por qué estos grupos están tan acérrimamente a favor de los muros y en contra de las caravanas? Básicamente por culpa del Estado de Bienestar, al que no suelen ver con muy buenos ojos.
Su argumento va más o menos así: cuando los Estados Unidos iniciaron su camino para convertirse en la potencia económica más avasalladora de toda la historia de la humanidad, no existía red alguna de seguridad para salvar a un migrante desempleado, lo que automáticamente convertía a aquel país en un imán de emprendedores arriesgados y valientes dispuestos a trabajar día y noche para buscar y crear fortuna en “la tierra de las oportunidades”. Sin embargo, en la actualidad, el hecho de que existan tantas prestaciones gubernamentales para la ciudadanía en general e incluso para los migrantes, automáticamente convierte a aquella nación en un imán de oportunistas (o tal vez de personas inteligentes) con la firme intención de ser mantenidos por un gobierno extranjero: ¿para qué me mato setenta horas a la semana como albañil en Honduras a cambio de un sueldo miserable, si en Estados Unidos, por no hacer nada, el gobierno me daría un cheque de desempleo por una cantidad mucho mayor a mi salario actual?
¿Qué dices entonces? ¿Sigues con melón, o ya te empieza a coquetear el lado dialéctico del watermelon?