Circulaba un chiste cuando explotó la crisis económica en diciembre de 1994. Zedillo llega furioso y le reclama a Salinas: “¡Me dejaste la economía mexicana prendida de alfileres!”. El expresidente le contesta al Presidente: “Y tú, ¿para qué se los quitaste?”. Creo que lo mismo está pasando con la actual situación del desabasto de gasolinas en México, algo que nunca había ocurrido en este país, ni siquiera en los peores momentos de las crisis económicas de los ochentas y noventas.
López Obrador recibió un sistema de abastecimiento de gasolinas prendido de alfileres. Milagrosamente operaba con sólo tres días de reservas para proveer la demanda nacional. Con gran experiencia, el monopolio público de Pemex surtía los combustibles incluso en periodos de alta demanda, como eran las vacaciones de fin de año. Existía un equilibrio muy frágil que asombrosamente funcionaba.
No obstante, cada vez era mayor el robo y la venta ilegal de las gasolinas. El nuevo gobierno de López Obrador entró con el objetivo de resolver este problema que nos cuesta a los contribuyentes, según cifras del propio gobierno, alrededor de 65 mil millones de pesos al año. Nadie, salvo los beneficiarios del ilegal negocio, podría estar en desacuerdo con que el gobierno hace bien en combatir este crimen. Lo que muchos nos cuestionamos es si la administración de AMLO, efectivamente, planeó una estrategia eficaz para combatir este delito y, de ser así, si era la mejor. Son preguntas legítimas.
A estas alturas, no sabemos si lo que está haciendo el gobierno funcionará o no. Lo que sí sabemos es que, por lo pronto, el gobierno trastocó el endeble equilibrio que existía en la oferta de combustibles. Estaba agarrada de alfileres y se los quitaron. Hoy existe desabasto en diez entidades del país, incluyendo una de las regiones más productivas –el Bajío– y la capital de la República. Esto, sin duda, tendrá consecuencias de todo tipo, dependiendo de cuánto se tarde Pemex en reequilibrar el sistema de suministros de gasolinas a la par de disminuir los volúmenes robados de combustibles.
Regreso a lo sucedido en la crisis económica de 1994-1995. Fue brutal. Se perdieron patrimonios enteros que de por sí ya estaban muy mermados por las crisis anteriores. Sin embargo, gracias a la determinación del presidente Zedillo, y del gran apoyo que recibimos del gobierno estadunidense de Bill Clinton, salimos relativamente rápido de la situación crítica. Pero, lo más importante, es que Zedillo aprovechó la crisis para crear nuevas instituciones a fin de evitar que la economía mexicana ya no estuviera prendida de alfileres.
Se abandonó el control de cambios del tipo de cambio. A partir de 1994, el peso comenzó a ser una moneda de libre flotación. El gobierno se comprometió férreamente a una disciplina fiscal, lo cual implicó un doloroso aumento de la tasa del IVA del 10 al 15%. Con el fin de evitar un nuevo rescate bancario (el Fobaproa, tan criticado en ese momento por López Obrador), se legisló una nueva ley de protección al ahorro que supuso la creación del IPAB. Asimismo, el sistema bancario se abrió para que pudieran invertir los capitales extranjeros. Todo esto se hizo en conjunto con la implementación de dos de las grandes apuestas de política económica aprobadas durante el sexenio de Salinas: el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y la autonomía del banco central.
Todo esto permitió que Zedillo le heredara a Fox una economía que, lejos de estar prendida por alfileres, estaba bien anclada con tornillos institucionales. Ésa, me parece, que debe ser la lección de lo que está sucediendo con AMLO y las múltiples cosas que recibió del gobierno de Peña agarradas por alfileres. Lo primero, obviamente, es no quitárselos de sopetón porque esto puede generar una crisis mayor. Si van a removerlos, que lo hagan con una estrategia muy bien pensada e implementada que incluya el fortalecimiento de las capacidades institucionales del Estado a fin de alcanzar un nuevo equilibrio más firme y estable.
AMLO, que tanto le gusta hablar de mafias, ahora sí está enfrentándose a una de verdad. Quizá una de las más poderosas del país. Qué bueno. Pero el Estado no puede darse el lujo de perder esta batalla. Lo que está en juego es mucho. Por eso, la importancia de planear una estrategia que no sólo utilice todas las capacidades del Estado, sino que, además, las fortalezca. Aquí, creo, no habrá medias tintas en los resultados: o esto termina muy bien o muy mal. Espero, de todo corazón, que sea lo primero.
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