Como en ningún otro periodo reciente, este será un sexenio de encrucijadas. No habrá opciones sencillas ni disyuntivas exentas de costo, y será el precio de cambiar el arraigado sistema político-económico que prevaleció por más de 40 años.
Podremos analizar, opinar, disentir, e incluso mantenernos inflexibles con tal de tener la razón, pero la realidad es que se necesitan soluciones nuevas y acuerdos mínimos para conseguir un país seguro, próspero y funcional.
Apenas son tres semanas en funciones y estamos enfrentándonos casi por cualquier decisión que toma el nuevo gobierno. Me parece sano que la crítica permanezca y sea un fiel en la balanza; aunque si esta se basa en la polarización, los únicos que saldremos perdiendo somos los ciudadanos.
Primero, en el afán de confirmarle al otro que estuvimos en lo cierto, no hacemos el mínimo esfuerzo en verificar o contraponer la tonelada de información falsa que recibimos a diario. Sólo necesitamos vernos en el espejo de nuestro vecino del norte o de Brasil, para entender que, de seguir en esta ruta de manipulación, la siguiente alternativa que aparezca en el horizonte electoral sí nos llevará muchos años atrás en el tiempo.
Solamente necesitamos tomarnos un segundo y medio antes de compartir datos que nada más buscan socavar nuestra débil unidad nacional. El ejemplo de lo sucedido en Estados Unidos, a partir de los informes que se hicieron públicos esta semana desde su Congreso, con la desinformación durante la campaña de 2016, es una advertencia de lo que puede repetirse aquí.
En segundo término, es importante alejarnos de cualquier opinión que insista en ampliar nuestras diferencias. México es un país en el que cabemos todos. Esa es la educación de la mayoría y la convicción de quienes creemos que podemos ponernos de acuerdo por encima de nuestros puntos de vista. Con cierta alarma, veo que separarnos se está convirtiendo en una actividad política, y hasta lucrativa, de personas públicas que deberían llamarnos a juntarnos y no a lo contrario.
No menos relevante es construir un clima de confianza. De nada servirá cualquier estrategia de pacificación si no estamos dispuestos a denunciar los delitos o las faltas cívicas que tanto nos afectan. Durante muchos años nos negamos a respetar a la autoridad y ahora exigimos que esta resuelva los problemas en los que todos llevamos una responsabilidad.
Una auténtica sociedad civil necesita desarrollar sus propios mecanismos para colaborar y coordinarse. A partir de ellos, darle seguimiento y presionar a las autoridades hasta alcanzar una respuesta satisfactoria. Esto requiere organización y un sentido de solidaridad que depende de nosotros. Ya no habrá gobiernos todopoderosos que tengan varitas mágicas, sólo administraciones que deberán elegir con frecuencia el mal menor. Si no deseamos pasar un sexenio en ese camino, hay que unirnos e involucrarnos más, para eso no necesitamos a nadie más que a nosotros mismos.