La semana fue abundante en noticias que reflejan el rostro de una vieja tragedia humana.Las imágenes que llegan desde el norte de México, sobre todo desde la frontera caliente entre Tijuana y el estado estadounidense de California, son potentes.
Masas humanas que llegan a carpas improvisadas arrastrando maletas, rostros de personas que han dejado todo atrás por emprender el sueño americano, el largo camino hacia la tierra de promisión en un ‘paraíso’ que de momento les es esquivo.
El paso de la marea humana, que salió semanas atrás de Honduras, atravesó Guatemala y tuvo un lento y angustioso andar por el gigantesco territorio mexicano, no termina en la frontera con Estados Unidos. Allí, en las puertas del horno los espera una fuerza armada hostil. Soldados armados y apertrechados como si fueran a la guerra. La orden del Gobierno norteamericano es contundente.
De aquí no pasan. Tijuana siempre fue un territorio conflictivo. El contraste con la concepción del orden que hay al otro lado de la frontera siempre tuvo actividades atractivas para los turistas del norte que veían en esa ciudad un muestrario de aspectos de los que simplemente carecían.
Años después, la instalación de grandes maquilas dio trabajo a miles de mexicanos y centroamericanos que hacían de la zona de Tijuana un sitio temporal, para pasar finalmente a Estados Unidos.
En San Diego y las poblaciones aledañas, la mano de obra proviene casi en su totalidad de México. Personas con papeles en regla cruzaban todos los días la frontera en pos de trabajo. Como es lógico suponer, también llegaban miles sin sus papeles en regla y dispuestos a hacer todo tipo de tareas, muchas veces por remuneraciones miserables. La historia de siempre: ahora con la obsesión de construir un muro y el desate de xenofobia de Donald Trump, todo empeoró.
Se quiere blindar un largo cordón fronterizo con tropas, desconociendo que la historia del mundo y del propio gran país norteamericano está hecha de gigantes flujos migratorios.