No sabía que en aquella expedición arqueológica conocería a una de las personas que más he admirado en mi vida. Era delgado y correoso para su edad. Había escuchado de él de mi tía Annis, quien me contactó con él: “es un hombre centrado en el trabajo de campo”; yo había conocido, a través de los pocos sitios de internet que existían sobre él entonces, y de manera fragmentada, su historia ligada a un pilar teórico de la comunicación: Marshall McLuhan. Era el 2002, él tenía 80 años y yo 22. Me impresionó su magnetismo y la simplicidad de su mirada, se presentó y me prestó toda su atención.
No podía creer que con él iría al norte de Siberia, para ser honestos pensaba que las nuevas islas siberianas eran inadecuadas para alguien de su edad. Reflexionaba eso, cuando me dio su primer revés. Sus primeras palabras después de presentarse fueron: “estoy impresionado de tu valentía: pocos se atreven ir a donde la mayoría pierden la vida”. Parecía que había leído mi mente y que con su edad simplemente probaba que él ya había regresado varias ocasiones a donde yo apenas iría por primera vez. Sonreí y calmé mis nervios con una pregunta acerca de Marshall McLuhan. ¿Me intriga saber sobre usted y McLuhan? Sé que trabajaron juntos. Ese primer encuentro marcaría nuestra relación. A él le llamó mi curiosidad y yo quedé enganchado por su enigmática persona. Me adoptaría como uno de sus más jóvenes amigos hasta su muerte en el 2011.
Las historias de Ted, como le decíamos los que lo conocimos, eran cortas pero fulminantes; directas y sabrosas como cuentos de Quiroga. Había que encontrarles sentido y mensajes ocultos como a las fábulas. Al contarlas, tenía muletillas y frases de inicio y fin; te acostumbraba, con la repetición y con señales, a reconocer cuándo soltaría una historia. “Let me tell you a story” y cerraba con un “anyway” y algún movimiento repentino de sus manos o de su boca. Contaba haciendo mímica y gestos, su poder histriónico era impresionante. Después de conocerlo me intrigaba si esa manera de narrar y de hacer pausas y ruidos había sido una herencia del pueblo esquimal. Vivió con ellos muchas temporadas en las décadas de 1940 y 1950. Entabló amistades profundas y fue un asiduo hasta que encontró a la comunidad esquimal entera, a todos sus amigos, muertos de inanición, congelados. Esa herida lo alejaría de la arqueología por más de cinco décadas. En Padlei Diary, cuenta una historia espejo, del fotógrafo Harrington, quien como él conocerá a los esquimales y verá al pueblo morir de inanición. Carpenter prefirió enfocarse en los pueblos vivos y no en los muertos.
En la isla de Zhokhov, tuve la suerte de coincidir todas las mañanas con él en el comedor. Ambos éramos madrugadores. A las seis estábamos haciendo café y sentados con un libro en la mano. Pocas veces lo dejé leer. Pensé que se cansaría de mis preguntas pero su presencia me intrigaba más y él parecía disfrutar mis cuestionamientos. Planeaba la noche anterior los temas que abordaría. La primera expedición estuvimos un mes juntos, ahí improvisé; a las siguientes dos temporadas me preparé. Además del comedor, aprovechaba que Ted era el primero en comenzar a trabajar y regularmente el último en irse. Sus recorridos a través de un pequeño arroyo que partía el sitio marcaban el inicio y el fin del día. “Los arqueólogos están obsesionados con el contexto; dejan que estos restos se vayan porque no los pueden triangular dentro de sus áreas de excavación, aunque todos sabemos que esos restos vienen del sitio”. En algunos de esos paseos me dijo eso. Años después me enteré de que el único resto humano rescatado, pudo haber desaparecido en el arroyo de no ser por la mano temblorosa de Carpenter, que lo rescató.
Cuando Ted se alejó de la arqueología se metió de lleno a la relación entre medios, arte y antropología; invitado por la televisión canadiense, comenzó a realizar un programa Explorations. Él fue uno de los fundadores de la escuela de Toronto en análisis en medios. Edmund había nacido en 1922, año en que Robert Flaherty sacaría a la luz el film antropológico más conocido sobre los esquimales, “Nanook”. Ted continuaría el trabajo de Robert con dos obras, “Eskimo” y “Comock”. Ambos libros fascinantes, etnohistóricos, refiriéndose a lo que no contaba Flaherty en “Nanook”, acerca de la parte más íntima de sus expediciones previo a filmar “Nanook”. Particularmente, Carpenter encontraría en Flaherty algo que fundamentaría su visión sobre los esquimales en torno a su capacidad de hacer mapas.
La mezcla del mundo de las comunicaciones, su conocimiento antropológico y su profunda sensibilidad del mundo esquimal, lo llevaron a acuñar un término muy profundo: el espacio acústico. Convencido de que el lenguaje y los medios creados por el hombre dan forma a la sensibilidad, muy influenciado por la lingüista griega Dorothy Lee, Ted reflexionará la capacidad de los esquimales en torno a diversos ámbitos: su habilidad mecánica; su capacidad histriónica y narrativa; su capacidad artística; su orientación espacial y su capacidad de hacer mapas de un territorio inhóspito, a ojos occidentales homogéneo y heterogéneo para ellos. Esa capacidad le sería develada a Ted con los indicios trabajados por Flaherty. Éste durante sus más de diez años de expedición en la década de 1910 realizaría mapas y motivaría a los propios esquimales a trazar los suyos. Ted descubriría una habilidad o una capacidad en el pueblo esquimal: su orientación espacial no era visual, era acústica. “La vista, decía Carpenter, en el ártico es el sentido menos confiable. Requieres del oído para orientarte, del olfato y del tacto.”
En el 2008 realizaría una formidable exposición en el Musée du Quai Branly en donde replicaría esa sensación de la orientación en el ártico: era el amplio e interminable blanco en donde no hay horizontes, era la luz, el blanco que aturde, que nubla el punto de vista. Algunos asistentes experimentaron el mareo y la desorientación. En el centro de esa blanca inmensidad, piezas pequeñas y diminutas mostraban el meticuloso y delicado arte esquimal. La bautizaría Upside Down Les Arctiques.
Postal repartida durante la exposición en París.
¿A qué se debe la habilidad esquimal de orientarse sin la vista? No es genética. Carpenter, al igual que los teóricos de la escuela de Toronto, cree que el cerebro y la percepción son producto de los medios y lenguajes creados por una sociedad. Los medios son ambientes en donde el hombre vive; habitamos los ambientes que nosotros mismos creamos. Por ello escribe en Eskimo Realities “hay muchas razones por las que el arte esquimal carece de perspectiva o no favorece un punto de vista. Como en las sociedades preliterarias, los esquimales pueden percibir sin necesidad de invertir las figuras.” En “Sí Wittgenstein hubiera sido Esquimal”, un fabuloso artículo en el que discute la percepción no como un universal humano sino como un derivado del aprendizaje. Carpenter argumentaba que los niños occidentales aprenden a separar los sentidos cuando aprenden a leer de manera silenciosa. El medio “la lectura escrita” forma la sensibilidad. En la teoría defendida por Wittgenstein “la mente humana es incapaz de ver dos figuras a la vez”, tenemos que cambiar la perspectiva o vemos “a” o vemos “b” pero nunca vemos “ab”. Carpenter pone en duda dicha aseveración, su evidencia estaba en el pueblo esquimal.
Imagen tomada de If Wittgenstein had been an Eskimo.
La experiencia, los medios, los artefactos, el medio ambiente modifican nuestra percepción, la configuran. “Viajé rápidamente por un peligroso litoral –escribe Carpenter–, guiado por un esquimal que navegaba sintiendo el viento y oliendo la neblina, orientado por el sonido, del oleaje y de los pájaros anidando, y particularmente de la sensación derivada del patrón del sonido de la olas y de la corriente del viento contra su trasero. Con la interacción y correlación de los sentidos ninguno puede ser aislado. Un cazador esquimal si confiara sólo en su vista regresaría con las manos vacías. Un viajero esquimal que ignorara olores, vientos y sonidos pronto se perdería”.
Esa exploración de la percepción humana uniría a Carpenter con los surrealistas. Su amistad con varios de ellos dejaría como producto la extraordinaria colección que el Museo de Menil tiene y que se titula “Testigos de la mirada surrealista”. El lector interesado puede conocer la relación de Carpenter con el surrealismo en la segunda parte de Chief and Greed, otra de sus obras. La mirada de los surrealistas exploró la percepción no secuencial en el arte. Lo más parecido a la percepción de las sociedades preliterarias. Los juegos visuales “visual puns”, semejantes al “patoconejo” llamaron su atención, esas reflexiones unirían a Carpenter con otros antropólogos cercanos al movimiento surrealista, como Levi-Strauss.
La parte más impactante de la orientación esquimal está dada por los mapas rescatados en 1929 por George Sutton, un explorador del ártico y por los experimentos etnográficos de Ted. Ambos narrados en Eskimo Realities; Sutton recibe de dos esquimales los mapas de la isla de Southampton, que en aquel entonces no estaban mapeados con ninguna tecnología. Su precisión, propia de un GPS moderno, es escalofriante. Carpenter pide a varios Aivilik que le pusieran puntos de las poblaciones y lugares a donde iban regularmente. Igual de atinados, fueron los mapas rescatados por Sutton y Carpenter. La reflexión de la orientación esquimal, según me comentó Ted alguna vez, era uno de sus últimos proyectos de vida. A los 85 años aún seguía empeñado en esa tarea. Desgraciadamente una enfermedad lo desorientó por completo. Nuestros últimos viajes fueron ausentes de sus historias. Viajamos su maravillosa esposa, Addie, mi esposa, él y yo por Perú y España en diferentes años. Ted había perdido su capacidad de hablar, pero no de comunicarse y caminar.
Sé que mucho de su pensamiento y de su trabajo tiene una reflexión en la actualidad. Discutir el impacto de los medios digitales, del lenguaje y los medios modernos en la enseñanza, y de cómo el cerebro toma la forma de lo que hacemos, son algunas de esas líneas. Mucho debe de ser retomado.
A finales de julio del 2011 escribiendo un trabajo de postgrado en Berlín, sentí que un bloque de hielo atravesó mi ser, leí un correo de Addie: Ted había muerto a los 88 años. Fuimos a su memorial, en agosto. Como historia de García Márquez en Macondo, pero no cubierta de amarillo sino de blanco, una tormenta de nieve inesperada tapizó el Central Park de Nueva York; árboles verdes sucumbieron a la tormenta. El Museo de Historia Natural, lleno de nieve, dijo adiós a una de las grandes mentes de nuestro tiempo. Yo me despediría de mi gran maestro y amigo. Siempre que pienso en él, recuerdo la calidez con la que me recibió en el lugar más frío que he conocido de este planeta.