Hacia 1950, el futuro soñado por los universitarios era trabajar al lado de profesionistas eminentes y llegar a tener su propio bufete jurídico, notaría, consultorio médico, despacho contable, constructora o fábrica.
Sus profesores eran el ejemplo: profesionistas independientes que consideraban un honor volver a su alma máter una o dos horas por semana para trasmitir su experiencia y abrir a sus alumnos las puertas a la práctica, reclutándolos como ayudantes o recomendándolos. Pocas empresas eran suficientemente grandes para tener empleados con título profesional. Y trabajar en el gobierno era mal visto. Los que aceptaban eso daban explicaciones a parientes y amigos.
Sin embargo, por esos mismos años hubo un experimento político que fue cambiando eso. Después de la Revolución, gobernaban los militares. Pero un general revolucionario decidió que su hijo mayor no hiciera carrera militar: fuera abogado. El joven tuvo la doble legitimidad de la Revolución y la Universidad, era simpático y bueno para la política y los negocios de fraccionamiento. Fue litigante, legislador y gobernador de Veracruz. Se ganó la confianza del presidente Gral. Manuel Ávila Camacho, que lo dejó como sucesor, aunque no era militar.
El Lic. Miguel Alemán Valdés inició una nueva etapa del régimen, la del Partido Revolucionario Institucional. Gobernó con un grupo de compañeros universitarios, con los que había hecho un pacto de ayuda mutua. Logró que los militares, voluntariamente, dejaran la administración pública.
Desde entonces, los presidentes han sido civiles; y, a partir de su ejemplo, los estudiantes de Derecho de la Universidad Nacional empezaron a soñar con la presidencia, las secretarías o, de perdida, las direcciones generales; no el ejercicio libre de su profesión. Su amigo César Garizurieta inventó el sarcasmo: «Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error».
Paralelamente, algunas empresas se volvieron gigantescas; en la capital, por su capacidad de conexión con el gobierno; en otras ciudades, por su capacidad de organizar grupos industriales en torno a una familia emprendedora.
Un principio fundamental de la Revolución fue la no reelección. Otro, complementario, fue retirarse al terminar su mandato, con la seguridad de no ser molestados (aunque tuviesen fortunas mal habidas o crímenes impunes), siempre y cuando no molestaran a los sucesores. De hecho, se retiraban de la vida política. Pero podían hacer negocios con sus ahorros, y ése fue el origen de nuevos grupos industriales.
En los grupos industriales, los altos puestos eran para la familia, con excepciones en algunas especialidades. En el gobierno, los altos puestos fueron para los compañeros de escuela, que funcionaron como una especie de familia, sin que dejaran de pesar los parentescos. Para colocar a los amigos, parientes y «compañeros de banca» se crearon direcciones adjuntas, subsecretarías y empresas del Estado. El mercado de ejecutivos que no son de la familia ni del partido en el poder tardó en aparecer.
Los ideales universitarios cambiaron: de soñar en la independencia a soñar en el puestazo, con ingresos altos, poder, viajes y privilegios laborales. Pequeño problema: no hay más que miles de puestazos para millones de aspirantes a ocuparlos. Crear oportunidades para tantos favoreció la hinchazón del Estado.
Los microempresarios, los profesionistas libres, los especialistas independientes y todos los que trabajan por su cuenta están en el mercado de los bienes y servicios, no en el mercado del empleo. De hecho, crean su propio empleo y crean empleos para otros. Verlos como un problema terrible (la economía informal) es una ridiculez del mundo burocrático, que no sabe admirar más que su imagen y semejanza.
Hay que facilitar el autoempleo con más créditos y menos trámites. El trabajo subordinado no es la aspiración universal de la especie humana, aunque así lo crean personas bien intencionadas. Ofrecer a todos empleos formales y bien pagados es pura demagogia, irrealizable e indeseable. Por el contrario, hay que prestigiar y promover los oficios, profesiones y trabajos independientes.
El prestigio de los puestazos ha generado frustración en millones de personas que nunca llegarán a ocuparlos. También en miles que sí llegaron y padecen la grilla de las luchas por el poder, las arbitrariedades, las humillaciones y ansiedades que originaron la variante: «Vivir dentro del presupuesto es vivir en el terror».