Nunca he sido un gran admirador del general Salvador Cienfuegos, secretario de la Defensa Nacional, ni del papel de las Fuerzas Armadas en la guerra contra las drogas. Fue un error haber lanzado al Ejército a esta guerra absurda, con el pretexto de que Lázaro Cárdenas, entonces gobernador de Michoacán, solicitó la intervención de los militares al presidente Felipe Calderón. Llevo más de diez años buscando una huella directa, pública y explícita de dicha solicitud, y no la encuentro. Quizás ahora con sus nuevas responsabilidades Cárdenas Batel nos aclare el tema.
Pero Cienfuegos hizo el viernes una declaración de enorme trascendencia, aunque ya vaya de salida del cargo, al inaugurar un cuartel en Guerrero. Según Reforma y la agencia Reuters, Cienfuegos dijo: “Ya está en la mesa (la propuesta de la legalización del cultivo de la amapola para fines medicinales). Creo que puede ser una salida. Habrá que ver cómo se atendería la seguridad de los campesinos que ya no la van a vender a los delincuentes sino al gobierno para hacer la morfina…”. Que el titular de la Sedena afirme lo que muchos hemos propuesto desde hace años es lo mejor que le he escuchado al gobierno de Peña Nieto.
No hay comparación posible entre la aceptación o apoyo del Ejército (y Cienfuegos es el jefe operativo del mismo) a la legalización del cultivo de la amapola, y la multitud de opiniones de expertos, comentócratas, expresidentes o académicos. Constituye un cambio de 180 grados en la postura pública de los militares, y de alguien que seguramente influirá en la designación de su sucesor, que no tendría por qué enarbolar una posición diferente.
Se ha explicado en varias ocasiones cómo la amapola, de la cual se derivan tanto la morfina como el opio y la heroína, puede ser cultivada legalmente, incluso dentro del régimen de Naciones Unidas y la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE) en Viena. Es un proceso largo y complejo, que han recorrido países como Francia y Turquía (entre muchos otros), y que encierra una opción unilateral. En principio, si México no pretende vender la materia prima a Estados Unidos para su procesamiento y distribución a través de las grandes empresas farmacéuticas, puede producir morfina localmente y consumirla también dentro del país. Somos deficitarios en la producción de este tipo de analgésicos, además de que siempre faltan en los hospitales públicos para aliviar dolores extremos de pacientes terminales o que padecieron cirugías o accidentes graves. Hemos llegado al absurdo: exportamos heroína ilegalmente, e importamos morfina legalmente, cuando ambas provienen de la misma sustancia que se cultiva extensamente en México.
Estados Unidos ya ha aceptado interpretaciones múltiples de las convenciones de drogas y del mandato de la JIFE. Esto no significa, sin embargo, que Trump lo hará hoy, en plena crisis de opioides, y con México. Por otra parte, una cosa es lo que diga Cienfuegos, insisto, ya de salida, y otra la que decide Andrés Manuel López Obrador. Varios colaboradores suyos han insinuado o, como Olga Sánchez Cordero, claramente expresado, que coinciden con la idea de la legalización de la amapola para fines médicos. Pero seguimos sin saber qué piensa AMLO, y menos aún si mantener la misma postura antidrogas fue uno de los acuerdos secretos no comerciales del USMCA, y que AMLO suscribió. Hay que felicitar al general secretario –honor a quien honor merece– pero no hacernos ilusiones hasta el 1 de diciembre. Si AMLO abandona la guerra y legaliza, su sexenio ya en sí habrá valido la pena.