No quiero dejar pasar tiempo sin dedicarle un artículo a un político que tuve la oportunidad de ver en varias ocasiones y siempre me pareció de una sola pieza:John McCain. Como todos los humanos, cometió errores en su carrera profesional. Pero el saldo es tremendamente positivo para este personaje, quien murió hace unos días y se encargó de organizar un funeral que fue su última victoria política. El testimonio de un político comprometido con la democracia liberal de su país, hoy tan vapuleada por la preeminencia de un personaje completamente opuesto: Donald Trump. Triste contraste el de McCain con el cavernario que hoy despacha en la Casa Blanca.
La primera vez que vi a McCain fue en una fría mañana de febrero de 2008, en Manhattan. Era un acto de campaña a las siete de la mañana. Ese día, en la noche, amarraría la nominación como candidato presidencial del Partido Republicano. Como era de esperarse, en día laboral, a esa hora de la mañana, llegaron pocas personas que fueron cuidadosamente distribuidas para que parecieran una multitud en la televisión.
El presentador recordó uno de los eventos que marcaron la vida de McCain. Los vietnamitas lo capturaron en la guerra y lo mantuvieron como prisionero durante cinco años. Lo vejaron y torturaron. “Recibamos a un verdadero héroe americano”, vociferó el locutor. Al escenario entró un hombre de 72 años, flaco y de baja estatura que hablaba con un tono susurrante. “A los que piensan que estoy viejo para ser Presidente, quisiera presentarles a mi madre de 95 años”. Apareció, entonces, una anciana de sonrisa luminosa.
Héroe de guerra para los estadunidenses, hombre honesto e íntegro, que sobrevivió un escándalo de corrupción que lo llevó a proponer una reforma al financiamiento electoral, McCain cometió un error político durante esa campaña: Nombrar a la ignorante gobernadora de Alaska, Sarah Palin, como candidata a la vicepresidencia, su compañera de fórmula.
En la Convención Republicana de ese año en Minnesota, McCain, sabiendo la gran impopularidad del entonces presidente George W. Bush, se presentó como el “candidato del cambio” que sacudiría a Washington. Pero McCain era producto de un Washington que estaba dejando de existir. De políticos dispuestos a negociar y llegar a acuerdos con sus adversarios. De criticar a los del otro lado, pero cuidando las formas.
El momento más memorable de esa campaña electoral fue cuando una señora le confesó que no confiaba en su rival —un político de raza negra, de poca experiencia, cuyo nombre era Barack Hussein Obama— porque era árabe. McCain la interrumpió y le dijo que no, que Obama era una persona respetable, decente, un patriota con el que ciertamente tenía diferencias en asuntos importantes, pero hasta ahí. El decoro de no caer en la tentación de censurar a un adversario con falsas acusaciones. Triste contraste con el troglodita que sería candidato republicano ocho años después
Durante esa campaña, una y otra vez, McCain presumía que él había trabajado con miembros de los dos partidos para solucionar problemas. “Así pienso gobernar como Presidente. Voy a extender mi mano a aquellos que quieran ayudarme a mover de nuevo a este país. Tengo el récord y las heridas que lo prueban”. Sin embargo, ya en 2008, la semilla trumpista comenzaba a germinar entre los republicanos. No les gustaba un viejo político comprometido con la democracia liberal, sino el estilo populista y polarizante de la candidata a vicepresidenta. Tontos vociferantes, de raza blanca, explotando el miedo en una sociedad cada vez más morena.
McCain perdió la elección en 2008. Obama se convirtió en el primer Presidente de raza negra. Ocho años después vendría la reacción. Los estadunidenses elegirían a un personaje diametralmente opuesto a McCain.
El todavía senador se convirtió en uno de los principales opositores de Trump. Su voto fue determinante para sostener la reforma sanitaria de Obama. Trump lo odiaba. Llegó a decir que él prefería a los héroes de guerra que no habían sido capturados por los enemigos. La indecencia de un Presidente que se zafó de ir a Vietnam gracias a sus influencias.
Pero McCain organizó una última sorpresa. Un funeral dedicado a enaltecer los viejos valores de la democracia liberal de Estados Unidos. Los dos grandes oradores fueron los expresidentes Bush hijo y Obama. Ambos rivales de McCainen elecciones presidenciales (en 2000 fue el principal adversario de Bush en las primarias del Partido Republicano). Ambos resaltaron los valores de la política que encarnó John McCain. Triste contraste con los antivalores de Trump, quien, por instrucciones explícitas del senador de Arizona, no fue invitado al funeral.
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