Como ciudadano común y corriente, lleno de problemas cotidianos, me da una flojera infinita los problemas internos del Partido Acción Nacional. Yo, por mí, que se hagan garras los distintos grupos políticos que ahí militan. Sin embargo, como ciudadano convencido en la democracia liberal, me preocupa mucho que los panistas sigan peleándose dejando al país sin una oposición política.
Tomo el caso del PAN porque considero que es el partido con más probabilidad de sobrevivir al tsunami electoral del pasado primero de julio. El electorado decidió darle un enorme poder al movimiento-partido del que será el próximo Presidente de México. Me refiero a Morena y a López Obrador. Las otras fuerzas políticas, creo, acabarán, de alguna manera u otra, orbitando alrededor del ganador de las elecciones de julio, incluyendo al PRI. El único partido que efectivamente podría convertirse en una oposición auténtica es Acción Nacional.
Primero, por sus convicciones históricas. El PAN fue un partido en el que ideológicamente convivían un ala liberal y una católica-conservadora. Había un auténtico debate democrático entre los dos grandes grupos en la disputa partidista. Esto, por desgracia, se fue diluyendo cuando los panistas llegaron al poder. El oportunismo político sustituyó las convicciones ideológicas.
En las pasadas elecciones, esta tendencia se tradujo en una disolución total de sus ideas al aliarse con dos partidos ideológicamente muy diferentes como eran el PRD y Movimiento Ciudadano. No obstante, algo queda, todavía, de la vieja doctrina panista entre sus miembros. Una ideología que es la que más contrasta con la de López Obrador y compañía, sobre todo la del ala liberal.
En segundo lugar, el PAN todavía conserva algo de poder. Disminuidos, pero serán la segunda fuerza política en la Cámara de Diputados y en el Senado. Tienen, además, once de los 32 gobernadores.
En este sentido, existen las condiciones para convertirse en la principal fuerza opositora del país. Sin embargo, están muy divididos. No es nuevo. Las peleas comenzaron desde el sexenio de Felipe Calderón. El entonces Presidente, en lugar de convertirse en factor de unidad partidista, agudizó las divisiones. Divisiones que se profundizaron aún más después de la dolorosa derrota electoral de 2012, cuando quedaron en un lejano tercer lugar.
Las peleas continuaron bajo el liderazgo de Gustavo Madero, enfrentado a muerte con el grupo calderonista. Madero, luego, le heredó el poder al joven Ricardo Anaya, quien, ya como dirigente nacional, tuvo un solo objetivo: agandallarse la candidatura presidencial del partido. Esto ahondó más las divisiones al punto de que varios panistas abandonaron el partido, incluyendo a Margarita Zavala.
En las elecciones presidenciales, Anaya quedó en segundo lugar, pero a casi 31 puntos de distancia de López Obrador. A todas luces, un desastre. Pero el grupo anayista, en lugar de asumir la responsabilidad de la terrible derrota, quiere mantener el poder dentro del partido. Lo vimos en días recientes cuando el líder del PAN, Damián Zepeda, número dos de Anaya, hizo una maniobra política para autonombrarse como líder de la bancada de los senadores panistas.
Penoso, como ciudadano, ver este tipo de politiquerías desde fuera. Allá ellos. Sin embargo, aquí el asunto es que el país necesita una oposición partidista para enfrentar al siguiente gobierno. Un gobierno que tendrá mucho poder que le dieron los electores en las urnas. Y Acción Nacional es la mejor carta para convertirse en dicha oposición si es que logra trascender la tragedia griega en la que están involucrados. Anaya, Zepeda, los gobernadores, los nuevos senadores y diputados, el expresidente Calderón y todos los panistas tienen que comenzar la labor de ser la oposición que requiere este país: zanjar sus diferencias, ponerse de acuerdo, comportarse como políticos profesionales, para bien de ellos y del país. Ojalá así lo hagan porque, de lo contrario, si continúan por el mismo sendero, su tragedia se convertirá en una tragedia democrática que nos afectará a todos. Lo que está en juego es mucho: la posibilidad de regresar a un régimen de partido único, en esta ocasión con una legitimidad ganada en las urnas.
Twitter: @leozuckermann