Una de las cosas que hace feliz al ser humano es su arreglo personal. Así, descubrimos que los hombres del México prehispánico tenían por hábito afeitarse la cara y para ello utilizaban navajas de obsidiana. La vanidad de las mujeres era satisfecha con espejos elaborados con piedra pulida. Entre los varones se usaba el tatuaje y pintura del cuerpo con alquitrán, mientras que las mujeres ennegrecían el cabello con semillas del fruto del mamey y, como una curiosidad más: se pintaban las uñas. Los hombres lucían pectorales y las mujeres collares de barro cocido, madera, hueso, concha, jade, amatista, ámbar, cristal de roca, azabache, pirita u oro, de acuerdo a su condición social.
Las falsificaciones de monedas no fue nuevo en la antigua Mesoamérica. En aquellas tierras la almendra de cacao era utilizada como moneda y con un variado valor, según el lugar donde se utilizara. Por ejemplo, en Nicaragua, con cuatro almendras se podía obtener un conejo y con un ciento más o menos, un esclavo. Una mujer podía costar ocho o diez.
Pero desde México hasta Nicaragua no faltaron monederos falsos que rellenaban cáscaras de la almendra con arcilla, con tanto arte, que los desconfiados, al recibir el efectivo, en lugar de sonarlo, le hincaban la uña para cerciorarse de si no se les daba tierra por cacao. Esto nos demuestra que en toda época y en todo el mundo las falsificaciones pasaron a formar parte del medio de vida de los vivales.