En el pasado se les autorizaba a los condenados a muerte en Inglaterra a que vendieran sus cadáveres a médicos de hospitales para que estudiasen y practicasen con ellos. En cierta ocasión un reo vendió el suyo a un reconocido cirujano, pero una vez obtenido el dinero y dado a su mujer e hijos el importe, se soltó a reír de una manera desenfrenada. Cuando el cirujano le peguntó sobre la causa de su risa, le dijo: -Me río porque me compraste creyendo que moriría en la horca y resulta que he sido condenado a morir en la hoguera.
Un gato perseguido por un perro, se metió asustado en un establo y saltó sobre el lomo de una vaca clavándole las uñas. La res, al sentirse herida, pegó una patada a la vaquera que la estaba ordeñando. Eso no tendría nada en particular, pero si ella decidiese reclamar daños y perjuicios, ¿a quién reclamaría? ¿al dueño del perro, al del gato, o al de la vaca? He aquí un problema que sólo podría resolver un nuevo Salomón.