Se ha vuelto un lugar común afirmar que la elección de López Obrador ha elevado al extremo las expectativas de una amplia mayoría de la sociedad mexicana. Varias encuestadoras han cuantificado dichas expectativas en días recientes y, aunque todos los vencedores en una contienda electoral en automático ven elevarse sus niveles de aprobación y popularidad inmediatamente después la votación, los números confirman las impresiones. La gente cree en el cambio.
Una de las encuestas, la de Gabinete de Comunicación Estratégica (GCE), además de revelar opiniones inesperadas por parte del sector de mayor educación en el país, muestra con precisión la dimensión del malentendido que se ha generado en el país. Entre las curiosidades destaca, por ejemplo, el hecho de que casi 70 por ciento de la población con escolaridad superior piensa que se debe vender el avión presidencial: un porcentaje treinta puntos superior al de los mexicanos sin estudios. Más de la mitad de los ciudadanos sin estudios piensa que el avión no debe venderse. En otras palabras, el pueblo que, según AMLO, es sabio, en este caso lo es en mucho mayor grado que los mexicanos no tan de pueblo, es decir, con educación superior. La compra de ese avión sin duda fue, en el mejor de los casos, una estupidez, pero la idea de no utilizarlo y venderlo a cualquier costo lo es también. Aunque dos de cada tres mexicanos con educación universitaria no lo entiendan.
Pero la parte en verdad interesante de la encuesta de GCE yace en las respuestas a las interrogantes relacionadas con el plan de austeridad de López Obrador. La pregunta central fue formulada de manera un poco sesgada (no sé si intencionalmente) como sigue: “¿Qué tan importante considera que es esta medida para reducir el gasto público: muy importante, algo importante o nada importante?” A continuación, las medidas: reducir el sueldo de funcionarios que perciben más de un millón de pesos al año; cancelar las pensiones a los expresidentes; cancelar gastos médicos privados para funcionarios; el próximo presidente ganará menos de la mitad de lo que recibe el actual. A la primera, 87 por ciento respondieron que era muy importante o algo importante la medida; a la segunda, 83 por ciento; a la tercera, 82 por ciento; y a la cuarta ‘sólo’ 71 por ciento pensó que, en efecto, reducir el sueldo del presidente a la mitad era muy importante o algo importante para reducir el gasto público.
De nuevo, a mayor escolaridad, mayor trascendencia atribuida a la anunciada decisión de reducir los sueldos a la mitad (94 por ciento para personas con educación superior); 90 por ciento para las pensiones; 92 por ciento para los seguros médicos; y 85 por ciento para reducir el sueldo del presidente. En otras palabras, gracias al sesgo de introducir una intencionalidad en la pregunta (“para reducir el gasto público”) sabemos que una mayoría aplastante, de más de 90 por ciento en promedio de los mexicanos con estudios universitarios, cree que esas medidas son importantes para reducir el gasto público. Lo cual es absolutamente falso en los cuatro casos: ninguna de estas cuatro medidas, ni siquiera la de los seguros médicos privados, que puede revestir un cierto significado ético, surtirá el menor impacto en un gasto público de más de 250 mil millones de dólares al año. Por cierto, en esta ocasión también los mexicanos sin estudios son los que menos importancia le asignan a las medidas. El pueblo también es escéptico, o tal vez cínico, diría AMLO.
No se trata de asuntos de opinión. Esos nueve de cada diez mexicanos que piensan que así el gobierno gastará menos, o que gastará más en asuntos de mayor beneficio para el país, están simplemente equivocados. Allí no hay ni tesoro de Moctezuma ni ahorro en potencia ni menores impuestos. Sólo hay una ilusión, fomentada por López Obrador y por Morena, imposible de realizar o cumplir. Estas son las dimensiones del malentendido.