Es curioso el origen del término “barbitúrico”: Johann Friederich Wlhem Baeyer (1835-1917), ganador del Premio Nobel, trabajaba en la síntesis de nuevos derivados de la urea, una de las substancias que forman parte de la orina. Baeyer, que necesitaba grandes cantidades de dicha substancia para el trabajo que realizaba, conoció a una mujer en Munich llamada Bárbara quien, en su afán por ayudar a la ciencia, guardaba toda su orina en varias botellas grandes.
Fue así como el químico consiguió la cantidad de urea que necesitaba para sintetizar el nuevo compuesto.
Como agradecimiento a la ayuda que le ofreció aquella mujer, Baeyer decidió que su ácido úrico debía ser inmortalizado denominándolo “ácido barbitúrico”.
Un día el asno que siempre tenía bien escogida su comida se encontró con un conflicto: había sido colocado exactamente en medio de dos montones de heno de igual tamaño y calidad. El burro se confundió tanto, que murió de hambre por no decidir cuál montón de heno debía comer, pues nunca se había encontrado en tal situación. Esta paradoja fue original de Aristóteles que mostró cómo el pensamiento, ante una decisión con opciones demasiado equilibradas da paso a la indecisión.