México importa 75% de las gasolinas que se consumen diario en el país. Esto se debe a la pésima gestión de las seis refinerías que existen, las cuales operan al 40% de su potencial. De acuerdo con un estudio de la Comisión Federal de Competencia Económica, “las refinerías mexicanas presentan rezagos operativos y de infraestructura que traen consigo problemas de estabilidad, seguridad industrial y cumplimiento de algunas normas ambientales. Estos problemas ocasionan variaciones en la producción que generan situaciones de emergencia para garantizar el abasto de combustibles”. Las pérdidas por refinación se calculan en más de cien mil millones de pesos anuales.
Si de por sí este negocio es complicado y con márgenes de rentabilidad bajos, las refinerías de Pemex son un desastre. La rentabilidad de una planta depende de muchos factores, las más importantes, la disponibilidad y precios del crudo, el manejo del inventario, el gasto de capital y la utilización de los activos.
En Estados Unidos, hoy, el negocio de la refinación está pasando por un estupendo momento. De acuerdo con el Wall Street Journal, las refinerías están reportando sus mejores ganancias “gracias a la producción de petróleo nacional al alza y los cuellos de botella en oleoductos regionales que les están permitiendo comprar crudo barato”. Nótese que las utilidades altas se deben en buena medida al buen precio en el que están comprando el crudo para refinar.
En México tenemos un problema doble. Por un lado, la producción de petróleo cada vez es menor. Hace catorce años, Pemex producía 3.4 millones de barriles diarios de crudo; hoy tan sólo 1.9 millones (la gran mayoría de tipo pesado, más difícil de refinar). Por otro lado, está la pésima gestión de las refinerías de Pemex –altos costos de capital y de trabajo– que generan mil es de millones de pesos de pérdidas.
Para la siguiente administración, lo prioritario sería invertir en el negocio mucho más rentable de la exploración y explotación de crudo con el objetivo de incrementar la producción. En cuanto a la refinación, antes de construir una nueva planta, habría que rehabilitar las seis existentes que hoy operan al 40% de su capacidad. López Obrador ha anunciado inversiones en ambos rubros: 75 mil millones en 2019 para subir la producción petrolera y alcanzar la meta de 2.5 millones de barriles diarios; 40 mil millones en dos años para rehabilitar las seis refinerías y llegar al 100% de su potencial.
Eso suena razonable. Lo que es una tontería es la construcción de una nueva refinería que, según él, costará 160 mil millones y estará lista en tres años.
Es un error, primero, porque no hay la seguridad de que México tendrá el petróleo suficiente para la nueva capacidad de una séptima planta. De hecho, se corre el riesgo de tener que importar petróleo para darle trabajo a la refinería propuesta. De acuerdo con Ixchel Castro, especialista de Wood Mackenzie, “lo que estarían haciendo es sustituir importación de gasolinas por importación de crudo”. Un absurdo.
Segundo, de acuerdo con la agencia calificadora Moody’s, “los excesos de costos son comunes y las nuevas refinerías pueden terminar costando múltiplos de presupuestos originales”. Aquí aparecen muchas dudas. Para empezar, según el experto Ramsés Pech, “en el puerto de Dos Bocas, Tabasco, no hay espacio disponible” para una nueva planta. Luego, no hay manera de que la refinería esté lista en tres años. El promedio mundial para construir una planta de este tipo es de seis años. Tomando en cuenta que estamos hablando de Pemex, la nueva capacidad de refinación no va a estar disponible este sexenio. Y en cuanto al precio, como afirma Moody’s, costará mucho más que los 160 mil millones de pesos presupuestados.
Tercero, quizá lo más importante, es lo que afirma Moody’s: la nueva refinería “debilitaría las métricas de crédito de Pemex para financiar dicha inversión con deuda, al tiempo que desviaría fondos que la compañía necesita gastar para ayudar a aumentar la producción de petróleo y gas”. Pemex es la empresa petrolera más endeudada del mundo: debe 106 mil millones de dólares y tiene un pasivo laboral de 64 mil millones de dólares. Si el gobierno de AMLO la endeuda más para construir una nueva refinería, la calificadora desde ahora está alertando que bajará la calificación de su deuda y, por tanto, tendrá que pagar más por servirla. Esto, incluso, podría afectar a la deuda soberana de México.
Es una tontería. Pero a todos los presidentes les gusta dejar una gran obra en su estado natal. Peña nos está heredando un tren de México a Toluca, cuyo capital no se va a recuperar nunca. López Obrador ha decidido que la magna obra para Tabasco sea una refinería cuando México no tiene los insumos de crudo asegurados y sí seis refinerías operando al 40%. Es el típico ejemplo de un proyecto político cuyas pérdidas acabaremos pagando los contribuyentes.
Twitter: @leozuckermann