Después de un año de negociaciones espinosas, sensibles y desafiantes entre México, Estados Unidos y Canadá para actualizar el TLCAN, ha terminado la incertidumbre y los gestos titubeantes para la relación bilateral más importante de nuestro país con el mundo: México y Estados Unidos llegaron a un entendimiento comercial. Un avance muy significativo si calibramos los contextos políticos y económicos que se dieron con la llegada de la furia populista, nativista y proteccionista de Donald Trump, quien supo traducir con astucia su vocación antimexicana y antiinmigrante en votos electorales sumamente rentables en materia política.
Precisamente hace un año, cuando terminaba la primera ronda negociadora y nos enfilábamos hacia la segunda etapa de las conversaciones bajo la consigna de reducir el déficit comercial de Estados Unidos y acabar con el “peor acuerdo comercial jamás pactado”, nadie imaginaba la escalada de agresiones traducidas en la cláusula sunset, las ventanas de estacionalidad agrícola o incluso la posibilidad de elevar los salarios para evitar el traslado de riqueza y empleos a México.
Con el mensaje trumpista de acabar con el NAFTA o TLCAN y de activar la enemistad con México deshaciendo el espíritu de Houston, México tuvo que movilizar a sus amigos y aliados en Estados Unidos, a propósito de acreditar los atributos y bondades de la institucionalidad trilateralmente compartida y desmentir la verborrea maniquea que utilizaba el espectáculo como forma de gobernar y deconstruir las políticas dictadas por el establishment.
Logrado un entendimiento comercial entre México y Estados Unidos, el futuro del TLCAN dependerá de la reincorporación del gobierno de Canadá al proceso de renegociación. Un medallón que buscará colgarse Enrique Peña Nieto en lo que resta de su impopular y cuestionada presidencia.
La estrategia de Estados Unidos de llegar a un acuerdo bilateral primero con México y luego con Canadá abre la puerta a la posible defunción del TLCAN. Primero, por la vocación unilateralista de la política exterior de Donald Trump partidaria de los acuerdos bilaterales en materia comercial, y su desdén hacia todo lo que huela a apertura comercial; y segundo, porque fue él quien descalabró las relaciones con Justin Trudeau haciendo alusión a su “deshonestidad y debilidad” en el seno de la Cumbre del G7 en Ottawa, aunado a las profundas diferencias que se dejaron entrever entre socios en materia de comercio, medio ambiente y política exterior.
¿Tendrá Donald Trump la voluntad política de salvar el espíritu trilateral o hubo intencionalidad política para desbaratar la supuesta comunidad de América del Norte? ¿Será factible un simple apretón de manos con Justin Trudeau, cuando Canadá no tiene porque subordinarse a los tiempos políticos de México, sino sellar el mejor acuerdo conforme a su interés nacional entre dos economías que compiten comercialmente y encuentran poca complementariedad económica? No olvidemos las divisores entre Washington y Ottawa por los subsidios canadienses en los sectores industrial y agrícola y sus disputas por madera, lácteos y vino, entre otros.
En un intrincado escenario trilateral, quizá Canadá apueste por ganar tiempo en las negociaciones bilaterales con Estados Unidos y no darle gusto a México, quien se comporta con prisa por su calendario político. En el momento más vulnerable de la presidencia de Donald Trump ¿Canadá le apostaría a la posible victoria de los demócratas en la Cámara de Representantes en ocasión de las elecciones intermedias del 6 de noviembre, el primer paso para detonar un posible juicio político en contra del presidente?
¿Cómo está leyendo Ottawa los casos de Paul Mananfort y Michael Cohen, así como los problemas legales en los que están involucrados los familiares más cercanos de Donald Trump? No esquivemos el hecho que Canadá tiene firmado un TLC con EE.UU., mismo que pudiera reentrar en vigor, para luego actualizarlo cuando existan mejores condiciones políticas que favorezcan su portafolio de intereses.
Desde las elecciones primarias, Donald Trump colocó al TLCAN en el centro de la polémica y controversia, una ecuación sustentada en la relación de costos y beneficios que se ha generado entre sectores ganadores y perdedores de los tres países. Una vez que las conversaciones a tres bandas fracasaron y Canadá quedó marginada de las negociaciones, México conquistó la anhelada certidumbre comercial y seguridad jurídica para sus inversiones, pese a concesiones medulares, mientras que Estados Unidos consiguió la victoria automotriz y la tajada mediática por haberle cambiado el nombre al acuerdo, apuntándose otra palomita de cara a su base electoral.
Los tiempos políticos fueron un condicionante que jugó de manera distinta a la hora de la toma de decisiones entre los actores que representan la mayor área de libre comercio del mundo. Para el caso de México, el TLCAN que representa un intercambio comercial superior a 500,000 millones de dólares (mdd) al año y que incide en más de un cuarto del PIB anual, era un incentivo poderoso cerrar el mejor acuerdo posible dentro de las circunstancias dadas y bajo las cortapisas legales impuestas.
La fecha del 1 de septiembre es la fecha límite para terminar con las negociaciones, a propósito de que el acuerdo pueda ser firmado por el presidente Peña Nieto y no Andrés Manuel López Obrador. Esta fecha límite también atiende a los tiempos políticos en Estados Unidos, pues la Casa Blanca requiere notificar al Congreso 90 días antes de la intención de firmar un acuerdo comercial.
Con elecciones federales en Canadá hasta el 2019 y una probable reelección de Justin Trudeau frente al conservador Andrew Scheer, Canadá puede desdibujar el destino de América del Norte en un corto plazo. Sin embargo, otro ingrediente que juega en contra del acuerdo comercial Trump-Peña-Obrador será la ratificación senatorial en Estados Unidos. La buena noticia se empañó cuando varios legisladores republicanos y demócratas advirtieron que solo un pacto trilateral pudiera ser aprobado por la vía rápida.
Considerando que la mayoría de las encuestas en la Unión Americana advierten que el Partido Demócrata ganará la mayoría de la Cámara de Representantes, Donald Trump entregó en la antesala de las elecciones intermedias el acuerdo comercial con México, una movida política para favorecer el control del Senado y asegurar que varios legisladores republicanos de estados fronterizos que compiten el 6 de noviembre sean potencialmente votados debido a la alta concentración del comercio que sostienen con México.
En este juego de costos, beneficios y transacciones, México ganó una partida al defender el espíritu de apertura con un presidente supremacista, nacionalista, proteccionista y nativista y Washington pavimentó el camino para pronto girar su mirada geoestratégica hacia Asia, coartando a China como potencia global en ascenso. En este contexto, el gobierno mexicano entrante debe redoblar esfuerzos para diversificar la economía, fomentar nuevos “sectores estrellas” como el automotriz y adaptarse a los nuevos dictados tecnológicos que impone la cuarta revolución industrial.