El modelo de los colonizadores rentistas que se apoderaban de tierra y personas que les trabajaran fue adoptado por varios Estados, el mexicano incluido. Esos Estados tenían una fuente de ingresos y se contentaban con principalmente vivir de ellos, aunque siempre había fuentes secundarias que completaban el ingreso principal, tenían impuestos –que eran escasos-, multas, servicios y por encima de todo: deuda.
A partir del boom petrolero mexicano, los políticos y administradores se volvieron flojos, sumando su escasa innovación, para pensar en la forma de recaudar ingresos para contar con un gobierno eficiente y eficaz.
La renta petrolera les daba suficiente para gobernar y robar; ellos, sus parientes y amigos se enriquecieron de forma escandalosa. Para enfrentar las quejas de los desplazados de la bonanza y de los que se empobrecían de forma escandalosa, fueron experimentando con diversas formas de represión, hasta que reforzaron a los militares y marinos, que finalmente pusieron en la calle, porque los emprendedores, asociados con el Estado, encontraron en las drogas la forma de enriquecerse rápidamente.
Llegaron los neoliberales y decidieron que había que terminar con la renta. Debilitaron, desmantelaron y finalmente entregaron las fuentes de la riqueza a manos privadas, entre las que destacan las de ellos, sus amigos, parientes y socios extranjeros. Aseguraron s futuro aunque hundieron al país en el corto plazo.
Luego se encontraron que para poder tranquilizar a los despojados de sueños y futuro, había que continuar con el asistencialismo. La sociedad se había acostumbrado a extender la mano para recibir prebendas, aunque claro que como hay clases sociales, las que reciben los “intelectuales” son sustancialmente superiores a las que reciben los campesinos, pero para todos hay. Pero había que cumplir aunque en gran medida se cerró la renta petrolera, así que acudieron a la deuda.
Estos gobiernos ya habían encontrado la dificultad para gobernar con condiciones adversas que minan los recursos fiscales. Durante el arduo y fatídico año de 1994 (EZLN, Colosio, Ruiz Massieu) hubo una enorme fuga de capital –y como dicen los economistas desinversión- y el gobierno flojo y nada creativo, dejó la economía sostenida de alfileres. Bastó que llegaran otros torpes e igual de flojos, para quitar los alfileres y lanzar a la economía y a la sociedad en una espiral de inflación y empobrecimiento. Una generación después todavía resentimos los efectos de esas maniobras, porque seguimos pagando por el salvamento a los bancos y los truhanes (FOBAPROA).
El gobierno que por fortuna está por irse, siguió el modelo con una pequeña variación, incrementaron el robo a una dimensión inusual. Bien dijo un diputado que pedía el regreso de Raúl Salinas porque solamente cobraba el 10%, los de ahora cobran el 30.
Este gobierno tuvo la audacia de rematar y entregar la riqueza petrolera pero nunca pensó que había que hacer algo para reemplazar la renta, como por ejemplo, seguir algún modelo de desarrollo que produzca oportunidades económicas y suficientes impuestos para que la hacienda pública pueda funcionar adecuadamente.
En cambio, la política fiscal y de empleo funcionó de forma contraria. En el empleo se privilegió las formas de ocupación (outsourcing) que garantizan salarios bajos con lo cual se le pone una camisa de fuerza al mercado de consumo. Un empleado de un ente público llegó a un momento en que con dos salarios (suyo y de su esposa) solamente comían papas cocinadas con una lumbre fuera de la casa.
Fiscalmente se devolvían cantidades multimillonarias a ciertos conglomerados –la lista siempre ha sido secreta-, la clase media empobrecida pagaba cada vez menos impuestos y el mercado no crecía para satisfacer las ansias de atraco de los gobernantes en turno. Así que golosamente acudieron a la deuda.
Hoy nuevamente nos encontramos ante una deuda inmensa; para diciembre de 2017 se debían 10.88 billones de pesos más por lo menos 10 mil millones de dólares solicitados en 2018. Alcanza el 46% del PIB y desde el año 2,000 creció 4 veces más que la economía. Pagar los intereses y el principal exigirá enormes cantidades de dinero, arrebatándole a la sociedad la posibilidad de construir un país con justicia.
El modelo será difícil de cambiar de golpe. Los oligarcas seguirán haciéndose más ricos mientras los pobres (60 millones) junto con la menguada clase media se seguirán hundiendo.
La esperanza está en que reduciendo las fabulosas cantidades del robo, frenando los enormes beneficios fiscales, ese dinero se pueda invertir en desarrollo, y si se suben los salarios, la tortilla podrá empezar a voltearse. Y aunque los neoliberales dejan el futuro comprometido, en una de esas las gotas del beneficio empiecen a derramarse sobre los despojados.