Recientemente me he encontrado, entre juntas laborales y charlas informales, con la pregunta sobre cómo un antropólogo o un grupo de científicos sociales llega a las conclusiones a las que llegamos en un ámbito tan específico como el de la estrategia y el rumbo de los negocios. La respuesta resulta en una obviedad que casi se hermana a la adivinación: pues leemos patrones, indicios, repeticiones de conductas y a través de eso las interpretamos y explicamos porqué ocurren; leemos símbolos y sus relaciones. No es fácil explicar en pocas líneas por qué, para nosotros, una casa de empeño no se dedica sólo a vender dinero a cambio de bienes y objetos sino a redimir la culpa de sus clientes. Al final, el modelo de negocio, de una casa de empeño debería de estar sustentado en quitar el gran dolor de disminuir la culpa de sus clientes. Nosotros argumentamos que todo aquél que va y empeña pasa por un proceso de culpa y que la institución que logre disminuir dicho dolor no sólo será más conectiva con su mercado, también terminará por aumentar sus ventas.
Desde la perspectiva de quien esto escribe el método no es infalible, pero sí es bastante certero. Algunos clientes y personas reflexivas preguntan dudosas, regularmente intentando asirse de una base estadística, y embisten: ¿y cuántos casos requieres para saber que es así? No muchos, no más de veinte, depende del fenómeno. Las explicaciones sobre el por qué algo ocurre se dan en un plano micro. La respuesta es que si el patrón comienza a repetirse es un tanto ocioso seguir generando más y más entrevistas u observaciones. Lo que está dado de manera previa es el grupo o el segmento al que dichas personas pertenecen. A manera de analogía, les explico, que una vez teniendo la explicación sobre porqué caen las manzanas del árbol, la teoría no se prueba o se refuta, ni más ni menos, entre más manzanas caigan. El fundamento detrás se basa en una verdad: explicamos los porqués, encontramos las razones detrás de decisiones colectivas y de comportamientos; generamos teorías o, a veces, nos basamos en ellas para explicar fenómenos.
Hace unos días en una comida de amigos, Eduardo Caccia me presentó a Gastón Melo. En una espléndida reflexión, Gastón nos hacía reconocer la importancia de la creación en México de una ceremonia de Fuego Nuevo, de un símbolo que, con semejanza o inspiración en el Shinto japonés y en el Día de acción de gracias Norteamericano (Canadá y Estados Unidos) permitiera generar una ritual de reconciliación social, de respeto y unidad. La lectura de Gastón en torno a lo que sucede en México, como momento, tenía una semejanza, en cuanto a lectura como proceso que hacemos los antropólogos: una decodificación de pistas, aparentemente superficiales, pero que develan estructuras profundas. Para él, el ánimo que despierta el movimiento político actual crea un ambiente ideal para que germine una semilla de unidad. Yo, al igual que mis clientes, embestí con preguntas. Si era así, le pregunté, por qué el zapatismo no estaba con AMLO.
Gastón se basaba en pequeñas pistas. Para el caso indígena, nos contó cómo dirigentes locales se ponen a la par de gobernadores y les dicen: qué bueno que viene usted aquí, ahora si vamos a hablar de autoridad a autoridad; el zapatismo según su lectura es una excepción; también hablaba de elementos como el estado de ánimo de las personas, que sin duda está efervescente. Cada pista que soltaba Gastón era un destello, brillante, de una explicación profunda. Cada caso comentado, yo lo constataba con pequeñas experiencias vividas. Cuando habló del ánimo recordé que al día siguiente de la elección le pregunté a Lety, la señora que me ayuda en casa, cómo estaba. Ella respondió: “muy bien, ya tenemos presidente, ahora sí”.
Los días subsecuentes a la comida he estado releyendo a dos autores que, se cruzan en esa lectura de la realidad, que Gastón iluminó, sin querer, con su brillante exposición. El primer autor es el extraordinario historiador Carlo Ginzburg que en un artículo sobre el “paradigma indiciario” compara los métodos de indagación de Freud (a través de la lectura de síntomas), con los de un historiador del arte Morelli (a través de pequeños gestos en la pintura), el personaje de Sherlock Holmes (con sus lecturas de pistas) y los une al acto más antiguo de lectura de símbolos: la del cazador primitivo que con olores, huellas y pequeñas pistas, traza las rutas de animales para seguirlos y cazarlos. El segundo autor, es el brillante historiador y reportero Ryszard Kapuscinski quien en su reflexión durante una entrevista (véase “Los cínicos no sirven para este oficio”) hace una explicación de lo que tiene que hacer un periodista cuando las condiciones de lenguaje y el contexto social le son tan desfavorables como para no poder acceder a información que le permita develar una noticia. La salida, dice Kapuscinski, es la lectura de lo que él llama la imponderabilia, a saber: descifrar elementos del contexto que ayudan a descifrar fenómenos. Como ejemplo baste su explicación, de cómo, intuyó grandes transformaciones sociales en el gobierno del Sha por los cambios en la disposición de mercancía de los pequeños negocios de la capital iraní. Un micro elemento develaba grandes rupturas en un régimen; con Freud, un síntoma de relación o de valor, a través de un sueño, revela una profundo trauma; con Morelli, la manera de dibujar oídos y uñas revelan la autoría y autenticidad de cuadros y obras en museos.
En alguna ocasión Slava, un amigo y médico ruso, con quien trabajé en una expedición, me vio mirando la foto de mi esposa (además de extrañarla, llevaba meses en una isla) y me preguntó, así como quien pregunta un nombre: “¿tiene problemas en la tiroides?” Ante tal aseveración, lo más cercano que tenía era la risa incrédula. “¡¿Estas loco!?”. Después él me explicó: por los pliegues y forma de sus ojos y por otros indicios como uñas onduladas, que los elementos que veía en Arloinne eran clásicos de personas con pequeñas alteraciones en la glándula y prosiguió con un diagnóstico. Años después, en Rusia, fuimos a su clínica y en efecto, ya con ultrasonido, nos enseñó que había un pequeño nódulo. Intrigado por su método de indagación le pregunté qué otros secretos médicos conocía; sólo me contó que sus padres, también médicos, detectaron algunos tipos de cáncer con el olfato.
En todos los casos antes mencionados se une una lectura de símbolos, de indicios, que se llama semiótica. Un símbolo es un pequeño reflejo de elementos que se mueven a mayor profundidad. Lo que es claro es que para los ojos no entrenados todo indicio es información muda y sin significado. Sólo para los ojos expertos los elementos cuentan una historia coherente y profunda, develan una realidad aparentemente inexistente para todos los demás.
Me quedo pensando en la lectura de indicios. Mi visión de la política es escasa, mi experiencia nula. Me pregunto si algún demiurgo de la realidad política me puede explicar qué indican las pistas de liberación de Elba Esther, de neutralidad judicial contra Duarte y la falta de justicia latente en todo nuestro sistema. ¿Son coincidencias o huellas de un fenómeno más profundo? ¿El país se derrumba o se cimienta, ¿cambia o se detiene?