Sr. Presidente, Te escribo estas líneas, sentada en mi escritorio, con el pulgar manchado de tinta indeleble, con sentimientos encontrados. Esperanza y zozobra. Alegría y temor. Gozo por lo que decidimos dejar atrás e inquietud ante lo que vendrá. Sé por qué ganaste; sé por qué el voto se volcó en tu favor. Como nadie recorriste el país y entendiste su enojo. Como nadie capturaste el sentir de los indignados, los enfurecidos, los enojados. Años de democracia diluida, transición trastocada, desigualdad creciente, pobreza lacerante. Años de sacar al PRI de Los Pinos para verlo regresar, más corrupto, más rapaz, más desalmado. Años de instituciones puestas al servicio del poder y no del ciudadano. Y tú, el insurgente, ofreciste lo que tantos querían oír. La refundación. La transformación. El rompimiento con el viejo régimen. Invitaste al país a hacer historia contigo. Y la mayoría te acompañó; algunos con entusiasmo, otros con ambivalencia, muchos para darle un puntapié al priismo.
Había que castigar al PRI por su patrimonialismo y al PAN por mimetizarlo. Había que sacudir al sistema y darle un puñetazo al statu quo. Era imperativo retomar el camino de una transición que se truncó por una partidocracia rapaz, unas autoridades electorales que fueron perdiendo credibilidad e imparcialidad, un sistema de justicia para la protección de los privilegiados, un pacto de impunidad que permitió la supervivencia política de la podredumbre. Fuimos saboteando la consolidación democrática, sexe-nio tras sexenio. Permitimos que el ‘neoliberalismo a la mexicana’ concentrara la riqueza y perpetuara la pobreza. Ignoramos la violencia que fue convirtiendo peda-zos del país en tierra de nadie, disputados por los cárteles, sembradíos de cadáveres y de fosas. Contemplamos cómo la guerra contra las drogas se convirtió en una guerra contra los mexicanos, liderada por Fuerzas Armadas que no saben estar en las calles, llenándolas de ‘daños colaterales’. 240,000 muertos, 34,000 desaparecidos; las cifras de la barbarie. Las cifras del México roto.
Y tú fuiste de plaza en plaza, de pueblo en pueblo, dándole voz al horror. Atizando los agravios y reconociéndolos. Triunfaste porque tu diagnóstico es el co-rrecto. México ha sido expoliado por sus élites y exprimido por sus intereses enquistados y victi-mizado por su vetocracia sindical y empresarial. El péndulo de la historia se corrió de la acumulación a la redistribución; de la derecha a la izquierda como lo explicara Albert Hirschman. Todo eso lo entiendo, lo reconozco. Pero aun así, no soy de las jubilosas que quiere abrazarte, izarte en hombros. Porque no sé cómo gobernarás, a quiénes escucharás, a cuáles miembros de la ‘mafia en el poder’ perdonarás, qué modelo económico instrumentarás, qué sistema de justicia edificarás, si serás el líder aplaudible de una izquierda progresista o el líder cuestionable de un lopezobrado-rismo conservador. Ante nosotros se vislumbra una Terra Incógnita.
No temo que México se vuelva Venezuela. Temo que México siga siendo el mismo México. Un país clientelar alimentado por un Estado dadivoso que crea recipientes en vez de participantes. Un país que mantiene el capitalismo de cuates, sólo que con otros cuates, los tuyos. Un sistema de partido hegemónico renovado con pocos contrapesos. Un andamiaje institucional corroído cuyas falencias sean suplidas por el presidencialismo resucitado. Me anima tu incorruptibilidad personal, el perfil de ciertas personas que te rodean, el espíritu de renovación que te acompaña. Me preocupa que ataques a la prensa, desdeñes al Congreso, denuestes a la Suprema Corte, descalifiques a la sociedad civil, dividas a la población entre los ‘buenos’ que te apoyan incondicionalmente y los ‘malos’ que lo son sólo por cuestionarte. Y es cierto que muchas de las organizaciones y las instituciones que señalas son indefendibles. Pero habrá que remodelarlas, no saltar por encima de ellas.
Hoy, el día después, estaré haciendo la tarea que me toca: vigilarte, exigirte, recordarte el imperativo de reconciliarnos. De gobernar en nombre de todos y no sólo de quienes votaron por ti. De reconocer el pluralismo y promover la tolerancia. De combatir privilegios y corrupción pero también en tu propio partido. Y decirte: México no es el país de AMLO o Morena o sus gobernadores o sus diputados. Es el país de uno. El país nuestro. En 2018 y siempre.