El peregrinaje humano es tan antiguo como la misma historia de nuestra especie. Habrá siempre muchas razones para emigrar; la mayoría han sido y son reiteradamente apocalípticas: guerras, pandemias, hambrunas, desastres naturales, tiranías políticas, segregación religiosa y otras innegables calamidades devastadoras. El mundo contemporáneo ha generado otras dos causas específicas de la migración que son igualmente fulminantes en bienestar de la población: elevado desempleo y alta inflación, que pueden llegar a tener su máxima expresión en la pobreza extrema, donde radican siempre el hambre y el desaliento.
La tendencia de la migración internacional ha sido ascendente en los últimos cincuenta años. Los migrante son por igual hombres y mujeres, niños, jóvenes y adultos. Multitudes huyendo de sus lugares de origen rumbo a tierras ignotas. Las barreras enfrentadas para llegar a buen puerto de destino son muchas y muy duras de superar: otras costumbres, otras lenguas, otras reglas sociales, otros valores culturales y, de modo muy especial, las políticas migratorias restrictivas que acorralan de muchas formas esa movilidad humana internacional que es y será, a pesar de todo y por muchos años más, incontenible.
Por su irremediable ubicación geopolítica y por los depredadores resultados sociales del modelo económico neoliberal establecido desde principios de los ochenta del siglo pasado, México ha visto crecer velozmente su problemática migratoria en las últimas dos décadas.
Lo que sucede con los flujos migratorios en la frontera norte (en particular) son el reflejo fiel de nuestras debilidades mayores, históricas o coyunturales. El arranque de la integración comercial y financiera con Estados Unidos (EU) y Canadá, vía el TLCAN (NAFTA), lejos de aminorar las asimetrías económicas entre los tres países, las terminó agrandando. Y el cataclismo financiero de diciembre de 1994 inauguró una insospechada diáspora de miles de mexicanos hacia los EU: el repunte inflacionario, el choque devaluatorio y la recesión de 1995 fueron determinantes de este éxodo masivo, casi tan severo y compulsivo como el que se observó durante la revolución mexicana entre 1910 y 1920.
¿De qué dimensión es hoy la emigración mexicana? Nada menos que la segunda en importancia mundial: los cinco principales países de origen de los migrantes son actualmente India (6.4%), México (5.1%), Rusia (4.3%), China (3.9%) y Bangladesh (3.0%). En la escala internacional, tenemos entonces un sitio que no nos permite hacernos de la vista gorda, sobre todo si la mayoría los mexicanos migrantes se van a EU, donde se ha acrecentado una rígida política migratoria con un agresivo sesgo antimexicano.
Hay que tomar en cuenta que la ruta migratoria más grande del mundo es la que va de México a EU, ya que a fin de cuentas nos divide una explicable frontera “porosa”.
Estos datos evidencian de nuevo la magnitud de un viejo desafío conflictivo que tenemos con nuestros vecinos del norte, que son todavía la potencia hegemónica del planeta.
Sobra señalar que los motivos predominantes de la emigración mexicana a EU son de tipo laboral. La brecha salarial entre ambas naciones explica en muy buena medida este fenómeno. Pero obviamente hay otros factores determinantes en México: la escasez de empleos formales, la existencia de empleos formales precarios y la dimensión descomunal de la economía informal, donde la sobrevivencia de las fuerzas de trabajo allí se traduce en elevados niveles de pobreza.
El volumen de los migrantes mexicanos en EU se ha mantenido constante en los últimos años. En 2015 habitaban en “el otro lado” casi 12 millones de mexicanos en esa categoría poblacional. Pero si se consideran los descendientes de mexicanos de segunda y tercera generación, los expertos estiman que hay ahora cerca de 35 millones de paisanos en ese país: aproximadamente un 30% de la población actual de México.
¿Y las cifras de los indocumentados de origen mexicano en los EU, que son el blanco principal de la furia trumpista? Se estima que su nivel más alto se alcanzó en 2007, de 7 millones de personas. Para 2014 esta cifra disminuyó a 6 millones. Históricamente los estados de la Unión Americana que captan a más indocumentados son: California, Texas e Illinois.
El desastre financiero de 1995, insisto, fue un punto de inflexión en el corredor migratorio de México a EU. La información al respecto es reveladora: del total de migrantes mexicanos que había en Estados Unidos hasta hace tres años (2015), 24% llegó antes de 1986, mientras que el 60%, atención, lo hizo entre 1986 y 2005; los que llegaron entre 2006 y 2015 representaron sólo el 16%.
En entre 1997 y el 2000 se registró el mayor volumen de migrantes mexicanos naturalizados, poco más más de 650 mil; es decir, 23% del total en Estados Unidos. En los últimos dos años, este porcentaje ha continuado constante en 15%. Estos migrantes ya están insertos, no siempre de modo rápido y fácil, en el “american way of life”
La otra cara de la moneda, los deportados o repatriados a la fuerza, va en ascenso cada año en la última década. Su brinco al “otro lado”, como peregrinos movidos por una vida mejor, tiene su fin de forma abrupta y frustrante. En esta caravana se ha reflejado la dureza implacable de la política de Trump.
No hay ninguna posibilidad en el corto o mediano plazos para que la emigración mexicana a EU llegue a niveles insignificantes. Los problemas migratorios de México no parecen que terminarán pronto. Mientras las asimetrías económicas entre ambas naciones sigan siendo enormes, el tema migratorio (en todas sus facetas) seguirá dentro del catálogo de los grandes problemas nacionales.