Ropa de colores brillantes cuelga de cables colocados entre rudimentarias viviendas de madera contrachapada. Bloques de hormigón apilados forman los esqueletos de casas sin terminar, y un montón de varilla yace sobre el patio de tierra.
Un letrero le pone nombre a lo que se ha convertido en una especie de vecindario a medio hacer: “Little Haiti. Ciudad de Dios”.
El árido barrio en la falda de una colina, en terrenos propiedad de la iglesia evangélica Embajadores de Jesús, estuvo en las noticias el año pasado cuando casi 3.000 haitianos terminaron en esta ciudad fronteriza con San Diego tras un intento fallido por ingresar a Estados Unidos. Unos 200 se integraron a la Iglesia.
Pero los planes de esta agrupación religiosa de construir una comunidad para los haitianos enfrentaron un obstáculo cuando funcionarios de defensa civil dijeron que había riesgo de inundaciones y prohibieron realizar nuevas construcciones en el lugar. Un año después, sólo ocho de las 100 viviendas que se tenían planeadas han sido erigidas, mientras que aproximadamente 50 personas más viven en condiciones similares en el cercano Cañón del Alacrán.
“La villa no se construyó y los haitianos que estaban ahí se fueron a rentar a otra parte y se integraron a la vida laboral”, dijo Juan Manuel Gastélum Buenrrostro, alcalde de Tijuana.
De hecho, los moradores de Little Haiti representan una pequeña porción de los migrantes locales provenientes de la empobrecida nación caribeña, muchos de los cuales están echando raíces frente a la frontera de Estados Unidos, donde aspiraban llegar en un principio.
La mayor parte de los haitianos se fueron a Brasil después de que un terremoto devastó su país en 2010 y hallaron empleos durante los Juegos Olímpicos y el Mundial de fútbol. Cuando la economía brasileña cayó en un bache y el trabajo se acabó, se encaminaron hacia el norte. Algunos decidieron quedarse en Tijuana porque hallaron un trabajo decente y estaban ansiosos por establecerse. Otros dijeron que temían no ser bienvenidos en Estados Unidos.
En toda la ciudad, los haitianos han encontrado empleos como soldadores y obreros fabriles, y se han convertido en parte del paisaje urbano. Se les ve subir a autobuses, cargar gasolina o abrirse paso entre el tráfico mientras venden agua de sabores a los automovilistas.
«Con este trabajo más lo que gana mi esposa vendiendo tamales en la colonia Cacho nos da lo suficiente para pagar la renta y gastos del mes», dijo Thony Mersion, de 34 años, quien labora como guardia de seguridad en el aeropuerto de Tijuana.
Muchos asisten los domingos a una ceremonia especial en el templo de los Embajadores de Jesús. Recientemente el embajador haitiano voló a Tijuana desde la Ciudad de México para oficiar en una boda masiva de sus compatriotas. Algunos ya tienen hijos nacidos en México, lo que les facilita reunir los requisitos para obtener el permiso de residencia.
Una de las más exitosas en el aspecto comercial es Marie Toussaint, de 30 años, que este año abrió un salón de belleza con dinero que le prestó un tío radicado en Los Ángeles.
«Con lo bien que me va ya puedo contratar mexicanas de vez en cuando para que atiendan a mis clientes que vienen desde San Diego», afirmó.
Los haitianos también se vieron reflejados repentinamente en la televisión nacional cuando, durante un debate entre los aspirantes a la presidencia, el candidato Ricardo Anaya elogió a Tijuana por recibirlos.
«Eso me pone la piel chinita… ese es el México que yo quiero, un México generoso, un México que abre los brazos”, declaró.
Sin embargo, entre 500 y 800 personas llegaron después de que las autoridades dejaron de emitir visas humanitarias para los haitianos en abril de 2017, y por lo tanto viven marginadas, incapaces de trabajar legalmente.
Pierre Franzzy, de 26 años, dijo que va casi cada semana a la oficina migratoria para tratar de legalizar su situación. Pero cuando una caravana de migrantes centroamericanos que atrajo la ira del presidente estadounidense Donald Trump llegó recientemente a la ciudad, se le dijo que su caso ya no era prioritario.
«Es por eso que he tomado la decisión de regresarme a Haití de manera voluntaria antes de que me denuncien o deporten», señaló Franzzy.
En Little Haiti, el pastor Gustavo Banda dijo que se han erogado unos 20.000 dólares en las viviendas existentes, y tiene la esperanza de que logrará recaudar más, a pesar de la oposición de las autoridades de defensa civil.
«Aquí se paga impuesto predial y el gobierno no hace nada para la mejora de las viviendas… y que incluye los servicios básicos tales como recolección de basura, pavimento y canalización”, afirmó Banda. “Ya llevamos 12 años con este problema y esto no nos impedirá hacer casas para los haitianos».
«Los haitianos desean quedarse aquí, y con eso de que el gobierno les va a autorizar en dos años traer a sus familiares directos que viven actualmente en Haití, estoy seguro de que el Pequeño Haití se va a convertir en una comunidad donde el idioma principal será el creol», añadió.
No todo el mundo planea quedarse permanentemente en el vecindario, que se encuentra junto a un maloliente canal de aguas residuales en el fondo del Cañón del Alacrán.
Saintanier Jeune, de 40 años, tiene un trabajo estable en una fábrica y dijo sentirse a gusto en Little Haiti. Pero no ha perdido de vista a Estados Unidos, visible desde un punto elevado cercano, donde puede apreciarse la bahía de San Diego y torres de oficinas que brillan bajo el sol.
«Tengo la posibilidad de convertirme en residente mexicano permanente ya que mi hija nació en este país”, dijo Jeune. “Sin embargo, quiero irme… porque yo sí creo que puedo tener una mejor calidad de vida en el otro lado».