Gran sorpresa se llevaron los conquistadores de México cuando descubrieron que los aztecas labraban el oro y la plata y que, aunque carecían de las herramientas necesarias para labrar a martillo, lo sabían hacer al fundir cualquier pieza o joya de vaciadizo. De los españoles aprendieron a realizar piezas religiosas.
“La mujer e hijos de quien no posea un buen caballo tiene prohibido lucir cinturones, botones, collares y aretes de oro o plata o con perlas y piedras preciosas”. Esta prohibición la dictaminó Enrique III de Castilla, allá por 1404. Casi cien años después, Isabel la Católica vetó la introducción y venta de telas de oro y plata y el uso de esos metales en joyería.