Los asuntos de política exterior nunca apasionan a los votantes. Muy esporádicamente, quizás en Estados Unidos en 2008 o en 2016; tal vez en Francia el año pasado; desde luego cuando se trata de un referéndum sobre un tema vinculado con el exterior, como en el caso del Brexit en el Reino Unido; y en ocasiones cuando un candidato o gobernante logra transformar la elección en un plebiscito sobre la relación con Estados Unidos, por ejemplo: Braden o Perón, en la Argentina, en 1946; o Chávez, repetidamente durante los primeros diez años de este siglo. Pero son la excepción, la regla es más bien la indiferencia ante lo que sucede en el mundo.
Esta elección en México no es muy distinta. A pesar de la enorme importancia que reviste la relación con Estados Unidos para el país, y en particular bajo la presidencia de Donald Trump, hasta ahora el tema exterior no ha cobrado mayor relevancia en la campaña. Posiblemente con el debate en Tijuana el 20 de mayo esto cambie, pero parece improbable. Por eso, insistir en un tema como el que quisiera comentar hoy puede parecer superfluo o incluso aberrante. No lo creo; para el universo total de los votantes no, pero sí para el llamado círculo rojo.
En Nicaragua, desde hace un mes ya, ha surgido un movimiento estudiantil y popular contra el presidente Daniel Ortega que no habíamos atestiguado en años. Comenzó como una protesta contra las reformas al seguro social que propuso Ortega; pero se ha mantenido incluso después de la reculada sandinista, en un movimiento contestatario dirigido contra el propio Ortega, su esposa y vicepresidenta Rosario Murillo y ahora, sobre todo, contra la represión que ha dejado más de treinta muertos.
Nicaragua, como muchos saben, es un país que siempre ha despertado un cierto interés en México. Calles lo tuvo ante la gesta de César Augusto Sandino a finales de los años 20; López Portillo y De la Madrid lo manifestaron ante la revolución sandinista de 1979 y la reacción norteamericana de Ronald Reagan a partir de 1982. Hoy en día podría parecer absurdo tratar de insertar el tema de Nicaragua en la campaña electoral, pero…
¿Qué piensan los candidatos, y en particular Andrés Manuel López Obrador y su equipo, a propósito de la represión que, insisto, lleva ya treinta muertos en Nicaragua? En términos per cápita, se trataría de una represión de 750 muertos en México, nada que ver con los 43 de Ayotzinapa. ¿Piensa López Obrador y su gente que este es un asunto interno de Nicaragua, en el cuál México o ningún otro país deben inmiscuirse? ¿Es un tema legítimo que debe empezar a ser objeto de debate y de resoluciones en la OEA? ¿Estaría en condiciones López Obrador de condenar la represión en Nicaragua para mostrar que no posee afinidades ideológicas naturales con gobernantes como Daniel Ortega, Nicolás Maduro, Miguel Díaz Canel o Evo Morales?
Incluso para el PRI el tema es incómodo. Meade, durante sus dos años y medio como canciller, fue extraordinariamente cuidadoso en evitar cualquier contacto con la oposición venezolana, y en mantener una olímpica indiferencia ante la represión y el estrechamiento de la democracia en Venezuela. Su sucesora, Claudia Ruiz Massieu, transformó esa postura y comenzó a reunirse con la esposa de Leopoldo López, por ejemplo, y otros opositores. Y desde luego, Luis Videgaray, en el año y cuatro meses que lleva en la Cancillería, ha transformado por completo y para bien la postura de México frente a Venezuela. ¿Con cuál de estas tres posiciones se identifica Meade hoy? ¿Tanto a propósito de Venezuela como ahora de Nicaragua? ¿Está dispuesto a condenar la represión en Nicaragua, o prefiere permanecer callado, invocando, como López Obrador, el principio de No Intervención? Es difícil mantener un compromiso serio con el respeto a los derechos humanos en el país propio, cuando no se afirma en los demás. El candidato del Frente ha sido muy explícito al respecto, al resaltar la prioridad de los derechos humanos. ¿Qué piensan López Obrador y Meade al respecto?