Lo que no se estructura de forma narrativa se pierde de la memoria. Las narraciones y su sintaxis son las firmas sociales del recuerdo y el olvido; son la manera en la que un pueblo se une y se divide, se crea o se destruye. Nuestra relación con la narrativa viene desde el fuego del cazador y teje a la humanidad; la narrativa permite reconocer un tapiz colorido de culturas y tradiciones.
Desde tiempos ancestrales, el uso de la voz devela las estructuras sociales de poder. Tener voz es tener poder. Recordemos el proverbio africano que Eduardo Galeano inmortalizara en su Libro de los abrazos: “Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de cacería seguirán glorificando al cazador.”
El relato brinda significado, da sentido, sitúa el pasado y establece rumbo al presente. Un amigo me cuenta cómo sería la historia de México si fuera contada por su pueblo, su emoción envuelve y hace vibrar. Su voz pasa por el corazón: recuerda (del latín re-cordis, volver a pasar por el corazón). Mi amigo hace el acto empático de sentir.
“Mis abuelos llegaron por Bering, pasaron frío y hambre, pero conquistaron selvas y desiertos. Mis abuelos fundaron una ciudad magnífica encima de un islote porque vieron una señal sagrada de un águila devorando una serpiente. Y, mis abuelos, más tarde, pelearon y se mezclaron con el mayor imperio de la época. Somos hijos de ese encuentro. Tengo varios abuelos: unos llegaron del viejo continente y se mezclaron con los que ya estaban aquí. Somos la mezcla de ellos, somos la sangre de guerreros y arquitectos, de esclavos y caciques.”
Don Pepe sigue y bajo una narrativa judía presume un pueblo desconocido: mi México y su México. Perdona Pepe tu relato es mejor que el que aquí cuento. Pero estoy convencido: la narrativa resuena distinto en primera persona, llega al corazón. Nosotros, la mayoría de los mexicanos, lo contamos en tercera persona y alejamos el tiempo, damos espacio y hablamos de “Los Mexicas y Los Españoles”, “de los Negros que llegaron a la costa” y de “los Indígenas en medio de montañas”. El pueblo judío cuenta de Moisés como si hubiera salido de Egipto apenas ayer. Tu profunda reflexión Pepe resuena en la memoria y en nuestra relación con el presente y el pasado. Como mexicanos hemos sido pisoteados por nosotros y los otros. Somos un pueblo herido al igual que tu pueblo, pero a diferencia de tu tradición, nosotros aislamos la historia, tal vez para no sentir dolor. Al igual que con la risa y la ironía burlamos la realidad la forma de nuestra narrativa nos cancela. Nuestra verdadera amnistía está en la desmemoria y en el velo de la justicia.
Evitamos recordar, evitamos la responsabilidad de la historia y el juicio. Tu pueblo, Pepe, buscó un símbolo de justicia a las atrocidades nazis. Tardíamente en la década de los sesenta. Fritz Bauer comenzó los juicios de los campos de concentración y avisó que el nazi Eichmann estaba en Argentina. Después de esa bola de nieve, veintinueve oficiales, de casi seis mil, son juzgados por Bauer y otros: avalancha de justicia, luz de la memoria. Así erigen como símbolo el recuerdo y la justicia. No olvidemos el juicio de Reinhold Hanning, quién a sus 94 años es juzgado en Detmold en el 2016 por ser cómplice de 170,000 muertos dentro de Auschwitz.
Los mexicanos somos asiduos del monumento y con éste al olvido. Al igual que la escritura, que sirve para guardar la memoria, pero también la apaga y la hace lenta, el monumento cristaliza el olvido, sepulta a la memoria. Es paradójico: en épocas de la conquista nuestros abuelos mexicas escondían a la cuatlicue bajo las piedras del templo cristiano y así adoraban y rezaban a su diosa, la mantenían viva. Hoy nuestros monumentos sepultan nuestra memoria.
En 1968 un grupo de estudiantes crearon un símbolo de una paloma siendo partida por un cuchillo. Esa ave, símbolo de libertad, al ser aplastada denotaba la represión pero significaba libertad. Era la no libertad, era la rebeldía hecha esperanza. Este año se cumplen 50 años del gran abuso estudiantil. Se conmemora la violación de nuestro pueblo hacia nuestro futuro. Nadie ha sido juzgado. Nuestros gobernantes se escapan del juicio de la historia por la puerta grande. “El 2 de octubre no se olvida» reza la frase de las marchas, pero en los hechos esa voz se repite para perdonar los abusos de poder. A 50 años nadie ha sido juzgado.
En 1993 se erige en Tlatelolco una estela hoy abandonada y ajada por el tiempo. El monumento se dedicó a 20 víctimas plasmadas en la roca y se lee la leyenda “1968-1993… Adelante!! A los compañeros caídos el 2 de octubre de 1968 en esta plaza” y prosigue un fragmento de Después de la Matanza de Rosario Castellanos: “¿Quién? ¿Quiénes? Nadie. Al día siguiente nadie. La plaza amaneció barrida; los periódicos dieron como noticia principal el estado del tiempo. Y en la televisión, en el radio, en el cine no hubo ningún cambio de programa”. Como ese hay dos monumentos más. En la estela cada 2 de octubre hay velas, cantos y protestas. Pero sigue siendo un monumento a la impunidad y la injusticia. Tlatelolco en este 2018 es una oportunidad: o lo convertimos en el símbolo del olvido con memorias y festivales-monumento o pedimos justicia, juicios y recuerdos en primera persona.
Actos semejantes al de La plaza de las 3 culturas se viven hoy en Ayotzinapa. Nuestra memoria se disuelve en el doloroso ácido de la impunidad. Nuestros hijos, nuestros estudiantes, nuestras mujeres, nuestros reporteros, nuestros soldados y nuestros policías caídos son ocultados bajo la alfombra de la desmemoria. En el México de la impunidad y el exterminio, en mi México herido, faltan más de 234 mil almas apagadas y olvidadas en dos sexenios. En mi México vejado se drenan miles de millones de dólares en todas las Casas Blancas, en todos los maletines de nuestros hermanos políticos que se enriquecen ilícitamente, en todas las Estafas Maestras. En mi México, la memoria y el recuerdo son animales en extinción y la falta de justicia, su cómplice.
En La desmemoria/2 Galeano decía: “El miedo seca la boca, moja las manos y mutila. El miedo de saber nos condena a la ignorancia; el miedo de hacer nos reduce a la impotencia. La dictadura militar, miedo en escuchar, miedo de decir, nos convirtió en sordomudos. Ahora la democracia que tiene miedo de recordar, nos enferma de amnesia; pero no sé necesita ser Sigmund Freud para saber que no hay alfombra que pueda ocultar la basura de la memoria.”
Los mexicanos tenemos sed de justicia, no de olvido. Necesitamos ciudadanos sin amnesia. Necesitamos candidatos que busquen justicia. Necesitamos jueces indignados. ¿En dónde están nuestros Fritz Bauer y nuestros Baltasar Garzón? “La dignidad del ser humano es inviolable”. Quiero a un México digno.