La «opinión pública», dicen algunos encuestadores, puede ser captada mediante encuestas, y éstas hablan, aseveran, a través de la estadística. Sostenemos lo contrario porque se sabe que la «opinión pública» es un fenómeno sociológico, conceptual, es decir, sin objeto (material), y que las encuestas no representan el acto de preguntar, sino el acto de confirmar ideologías, y porque la estadística no es reflejo de la realidad, como dice un autor francés, sino mera reducción simbólica de la realidad.
Opinar es, en primer lugar, predicación de lo medianamente conocido. El físico no «opina» sobre física, sino urde bien fundamentadas proposiciones o definiciones sobre lo físico. El neófito en física, en cambio, al hablar de física dice cosas sobre objetos que conoce medianamente, es decir, que no puede describir minuciosa, detalladamente.
¿Y no dice Kant que toda definición es «originaria», es decir, que parte del elemento constitutivo de los objetos, y «detallada», es decir, que nos da notas sobre los objetos que son claras y suficientes, y que son acotadoras, esto es, que sirven para efectuar distinciones?
La «opinión», así, echa mano de las metáforas, de las analogías, de los literarios recursos para conocer lo desconocido mediante lo conocido o cotidiano o familiar. Y hallar semejanzas entre las cosas no es, como se dice en filosofía griega, quehacer de inteligentes, sino de haraganes. Decir que la flor se parece a la mariposa, que ésta se parece al ave, que el ave se parece al viento, que éste a la voz de la amada y que ésta al astro mayor, es profesar el panteísmo, el monismo, el inocente naturalismo.
Meditemos qué es lo «público». Lo «público» es regularmente un habla, algo que se dice allende y aquende, o sea, un conjunto de «tópicos» por todos conocido. Y tales tópicos pueden enlazar, comunicar clases sociales, generaciones, civilizaciones. Podemos comprender, p. ej., a Aristóteles porque en la Grecia en la que él vivió se creyó, como en nuestra época, también en dioses, en amores, en la justifica, etcétera. Entendemos a Cervantes porque en el siglo XVI, siglo en que él vivió, como en el nuestro se creyó en la benevolencia de las letras, del valor, de la sabiduría.
No son públicos los conjuntos de imágenes o tópicos extractados no de valores o ideas compartidas, sino de vivencias peculiares, tales como el cazar de los reyes o el conducir vehículos suntuosos de los esnobistas. No son públicas, en fin, las imágenes que proceden de la materia, es decir, las que proceden de la zahúrda, de la exornada alcoba, de los viajes exóticos, de la fábrica.
Lo «público», si examinamos bien el asunto, si lo revisamos existenciariamente, al modo de Heidegger, es decir, avizorando lo que necesariamente hay en toda vida, procede de las siguientes relaciones: con nosotros mismos (psicológica), con los que son meramente «otros» (amistad, amor), con la naturaleza, con nosotros mismos hechos personajes sociales (médico, poeta), con la sociedad (padre, abuela) y con la cultura (valores).
Con lenguaje lírico se expresa la relación primera, con el romántico la segunda, con el utilitario la tercera, con el técnico o de oficios la cuarta, con el jurídico la quinta y con el ético la sexta.
La lírica procede del deseo de vivencias. Se cree hoy que vale más la «vivencia», el beber y el comer, que el premio celestial, si es que lo hay. En los «otros» buscamos, según el mito antiguo que aún vale, la «mitad» que nos completará. En la naturaleza o materia hecha útil o valor, como el agua o el dinero, sabemos si Dios, los astros o cualquier otra entidad nos ha bendecido. En los oficios, en las ciencias, afanamos ser útiles, parte de la gran sociedad, mito que siempre se ha representado con el término «colmena». Del aplauso ajeno, social, nacen las aristocracias, sean sanguíneas, pecuniarias o del ingenio. Y de la cultura, casa de los valores, esperamos premios venideros.
Con todo lo mencionado se urde la idea de «mundo», o las ideas de «continuidad» y de «sucesión», que vuelven coherente cada día, cada mes, cada año. «Opinión pública», basándonos en lo que tenemos dicho, es predicación metafórica o analógica, «literaria», de lo medianamente conocido basada en lo lírico, romántico, utilitarista, técnico, jurídico y ético, de donde nace el mundo común, panteísta. ¿Qué consecuencias acarrea el que toda opinión sea sustentada por nociones panteístas? Muchas, pero la principal es: que toda opinión es únicamente brevísima parte de un enorme tejido de creencias, imágenes, conceptos, sentimientos, etc.
¿Podemos conocer tan ingente cúmulo de saberes, de mitos, esgrimiendo encuestas? Encuestar debiera ser preguntar, por lo que examinaremos el acto preguntante. El auténtico preguntar, no el preguntar retórico, de orador, de sofista, es un preguntar menesteroso, es decir, uno que realmente nos importa y nos acucia. Tal preguntar no incluye afirmaciones, dogmas, sean de la tradición, del mal razonar o del mal imaginar. El buen preguntar, así, usa los instrumentos de la lógica, que son universales, y no bifurca, trifurca o sesga las posibles respuestas del preguntado con conocimientos no venidos de lo público, de lo que a todos incumbe, sino de los intereses, p. ej., empresariales, políticos, científicos (1).
El preguntar verdadero aclara los fines de la razón (2), que desea fundamentarlo todo o en altas ideas (con prosilogismos, que ascienden por la serie causal de los objetos), que no dependen de lo contingente, o en la esperanza, en el discurso de lo posible (con episilogismos, que descienden por la serie de consecuencias). No es pregunta aquella, luego, que indaga nimiedades (preguntemos por ideas o por el devenir, no por partidos políticos), ni la que afirmando algo reduce lo posible, ni la que es regida por costumbres, falacias de clase social, por ejemplo, o por imaginarios accidentales, que llaman modas, mitos, etc. Ni es pregunta la que no escruta las causas finales y primeras de lo escrutado.
Pero creamos que preguntar es acto fácil, asequible, y que los que encuestan lo realizan honesta, científicamente, y meditemos si las respuestas que allegarían podrían ser plasmadas estadísticamente. ¿Qué es la estadística? Es, primero, sólo cuantificar, es decir, ignorar las cualidades de las cosas o convertir las cualidades de las cosas en objetos. Es, después, promediar, ignorar las realidades de lo promediado. Ignorar, reducir realidades, sirve no para inteligir, sino para soñar que inteligimos, o sea, para soslayar lo complejo, para no cualificar ni relacionar lo existente, o en una palabra, para homogeneizarlo todo.
Simiand (3), recuérdese, enseñó que la estadística sociológica, para ser útil, debe primero resolver el problema siguiente: lo social, además de requerir abstracciones intelectuales, requiere esfuerzos imaginativos porque no está allá, acá, arriba o abajo. El físico, viendo lo que estudia, abstrae, generaliza, y labora día tras día sabiendo que lo estudiado existirá. El sociólogo, interpretando lo que estudia, abstrae, generaliza, pero labora día tras día sabiendo que lo que notó, sea migración u opinión pública, no volverá a acaecer del mismo modo.
Lo físico es homogéneo, pero lo social es heterogéneo, y por eso causa que los encuestadores reduzcan todo a números y mezclen números con números sin pensar en la procedencia de los tales. Lo social, dice Simiand, para ser vuelto cifra, estadística, debe ostentar sustancia, o permanencia, y homogeneidad, o notación constante. Lo que ostenta sustancia y homogeneidad, afirma, muestra notas que pueden ser separadas y contabilizadas.
Acabemos nuestro palique diciendo que la «opinión pública» es, si cabe llamarla así, un «objeto» demasiado grande que no puede ser penetrado con preguntas que llaman «transversales», es decir, que captan sólo lo presente, y que las expresiones líricas, románticas, utilitarias, técnicas, jurídicas y éticas no provienen de mentes conscientes, sino de mentes que todos los días trabajan espontáneamente, sin saber bien lo que dicen o hacen o sienten.-
Notas:
(1) Román Revueltas Retes, en el periódico «Milenio» (15 de marzo de 2018), sostiene que los empresarios, para seguir «manteniendo sus colosales privilegios», se oponen a que México cambie políticamente. ¿Y no se sabe que los métodos que usan las empresas encuestadoras son los métodos de eso que los marxistas llaman «ciencia burguesa», esto es, ciencia que no critica, sino que vitorea las instituciones imperantes, siempre benéficas para los ricos?
(2) Kant, en la «Deducción trascendental» de la «Crítica de la razón pura» (B128), dice de las categorías lógicas de la razón humana: «Son conceptos de un objeto en general, mediante los cuales la intuición de éste se considera comodeterminada respecto de una de las funciones lógicas requeridas para los juicios». Usamos la traducción de Mario Caimi (Colihue, 2009). Todo preguntar real, enderezado a colmar la razón, lo racional, por ende es objetivo, pues se basa en las ideas de generalidad y realidad, que son independientes de la subjetividad.
(3) Ver «El oficio de sociólogo», de Bourdieu y compañía, páginas 247 y 251. Simiand dice: «desconfiemos de las medias» porque casi siempre son «combinaciones arbitrarias entre cifras y cifras».