La primera vez que escuché el término October surprise fue en 1980, durante la campaña presidencial norteamericana en la que se enfrentaron el presidente en funciones Jimmy Carter y Ronald Reagan. Estados Unidos vivía obsesionada por la llamada “crisis de los rehenes”, los funcionarios de la Embajada de EU en Irán detenidos por los partidarios del Ayatolah Khomeini. Reagan temía, con algo de razón, que Carter buscaría la manera de conseguir la liberación de los rehenes justo antes de las elecciones de noviembre, colgarse la medalla, y revertir las tendencias a último minuto. Lo intentó Carter, fracasó, y Reagan ganó.
Los rumores que no cesan de circular a propósito de un gran acuerdo entre México y Estados Unidos sobre comercio, migración, drogas y seguridad me recuerdan la “sorpresa de octubre”. Incluso en su versión descafeinada: únicamente un acuerdo en principio sobre el Tratado de Libre Comercio de América del Norte entre México y Estados Unidos (tal vez sin Canadá), anunciado en mayo o junio, justo antes de las elecciones presidenciales. Peña Nieto y Videgaray se colgarían la medalla, y procurarían transmitirle parte del aura del triunfo a Meade. Harían las concesiones necesarias para lograr un acuerdo, a cualquier costo, y ya luego se vería cómo acomodar a Canadá, y consumar los procesos de ratificación en las legislaturas mexicana y estadounidense. No se puede descartar que esto ocurra, y que la relación personal entre Videgaray y Jared Kushner, el yerno de Trump, baste para realizar esta hazaña.
Pero no todo lo que promete o insinúa Kushner resulta ser cierto. El mejor ejemplo es el caso de los aranceles de su suegro sobre las importaciones a EU de aluminio y acero procedentes de México y Canadá. Se recordará que hace unas semanas, se anunció con bombo y platillo que gracias al gran trabajo de cabildeo del gobierno de Peña Nieto y a la relación de Videgaray con Kushner (plasmada en la visita “de Estado” del yerno a México), habíamos quedado exentos del impuesto. Además, con este privilegio excepcional, se evitó un desastre. México se habría visto obligado a ejercer represalias contra Estados Unidos, y ello hubiera envenenado el ambiente de las negociaciones del TLCAN.
Ahora resulta que no fuimos tan, tan, tan privilegiados. Tal y como lo habían sugerido varios observadores en Washington y en la Ciudad de México, ayer Trump le impuso aranceles a China (por un valor de 60 mil millones de dólares), y dispuso la exención sobre los aranceles para aluminio y acero a los dos países anteriormente favorecidos y… a los 29 países de la Unión Europea, Brasil, Corea del Sur, Argentina y Australia. Se trata de algunos países amigos de Trump (Corea del Sur, Australia, Argentina), de otros más bien en su lista negra (la UE), y otros con quienes ha guardado cierta indiferencia (Brasil). En otras palabras, México ahora forma parte de un grupo de naciones favorecidas, sin duda, junto con muchas más, que no se vieron forzados a invitar al yerno a sus capitales, ni a ser su amigo, ni a poner en la mesa posibles concesiones inconfesables.
Es difícil saber si habrá October surprise. Si la hay, es difícil prever en qué consistirá: TLCAN más “enchilada completa”, o sólo un acuerdo bilateral de principio, medio abstracto, en lo tocante al TLCAN. Más difícil será determinar si le servirá al candidato de Peña Nieto y del PRI, o sólo sucederá lo mismo que con otras ideas de esta naturaleza: nada. La pregunta es si se trata de una táctica admisible en un país democrático, o si es parte de la elección de Estado.