Es una vergüenza: México es uno de los países más corruptos del mundo. En lugar de estar mejorando, nuestro país cada vez está peor en este particular problema.
De acuerdo con el Índice de Percepción de la Corrupción (IPC) 2017, publicado por Transparencia Internacional, México cayó un punto en un año; de una calificación de 30 pasamos a 29, esto en una escala que va de cero (la mayor corrupción) a cien (la mayor honestidad). Ocupamos, luego entonces, la posición número 135 de 180 países evaluados.
Somos el país más corrupto de las naciones que pertenecen al llamado G20, grupo de los veinte países más ricos del mundo que representan el 85% de la economía mundial. Somos el país más corrupto de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, foro que integra
a las 35 economías más desarrolla-das del orbe.
Somos uno de los países más corruptos de América Latina, grupo de naciones que comparten la misma geografía, etnicidad e historia. Estamos peor que Brasil, Argentina y Colombia. Ocupamos la misma posición que Honduras y Paraguay. De la región latinoamericana, sólo Guatemala, Nicaragua, Haití y Venezuela están peor que México.
El IPC se calcula a partir de las percepciones que tiene la gente de negocios y expertos de cada nación del nivel de corrupción que existe en el sector público.
Lo que nos está diciendo este Índice es que la gente que sabe cómo se hacen negocios y que conoce México es que tenemos uno de los gobiernos más corruptos del planeta. Por los
niveles socio-económicos del país, deberíamos tener un sector público más honesto. Triste y penosamente, no lo tenemos.
No es gratuito. Después de la transición a la democracia, los dos gobiernos panistas que tuvimos quedaron mucho a deber en materia de combate a la corrupción.
Rápida y cómodamente, toleraron y hasta fomentaron los usos y costumbres deshonestos de los gobiernos autoritarios priistas. Luego, regresó el PRI al poder. Tanto a nivel local como federal, la corrupción se aceleró para alcanzar extremos nunca vistos.
Por primera vez, nos enteramos de la sospechosa compra y financiamiento de una mansión lujosa por parte de un Presidente en funciones y su esposa. Por primera vez observamos el festín de enriquecimiento ilícito de gobernadores enloquecidos por el poder.
Tanta podredumbre generó algo muy positivo, algo que tampoco habíamos visto. La corrupción nunca había sido percibida por los mexicanos como uno de los principales problemas del país.
Esto ha cambiado.
Desde 2015, las encuestas demuestran que, ahora sí, la corrupción indigna a la población. Junto con la inseguridad, es el tema que más preocupa al electorado.
No es gratuito, en este sentido, que, junto con el incremento de la indignación social por la corrupción, haya vuelto a crecer la figura opositora de López Obrador.
Cuando el gobierno de Peña estaba en su mejor momento, en septiembre de 2014, antes de que se descubriera el escándalo de la Casa Blanca, el tabasqueño, si bien le iba, aparecía en una pequeña nota en los interiores de los periódicos nacionales.
Con el buen olfato político que lo caracteriza, AMLO comenzó a explotar el tema de la corrupción gubernamental para reposicionarse. Y, desde entonces, creció como la espuma.
Hoy, su principal tema de campaña es la corrupción del actual gobierno. También lo es del otro candidato presidencial opositor, Ricardo Anaya. Y la corrupción también es la pesada lápida que carga, como el Pípila, el candidato del PRI a la Presidencia, José Antonio Meade.
En lo personal, me gusta mucho que la corrupción sea uno de los principales temas de esta elección. Ya era hora de que los mexicanos se encolerizaran por esta vergonzosa realidad.
El reto, ahora, es convertir esta indignación social en el motor para extirpar el tumor de la deshonestidad gubernamental. Una corrupción humillante. Una corrupción que ralentiza nuestro desarrollo económico.
Desde luego que puede resolverse este problema. Otros países o regiones, que antes tenían gobiernos muy corruptos, le dieron la vuelta.
Como nosotros hicimos en el tema electoral donde, al cabo de pocos lustros, logramos tener elecciones donde los votos sí cuentan y se cuentan.
Pues bien, como aprendimos en la labor de elegir a nuestros gobernantes a través del voto ciudadano, la solución pasa por construir instituciones dedicadas a resolver el problema, en este caso a combatir la corrupción gubernamental.
¿Qué están ofreciendo cada uno de los candidatos presidenciales en este sentido? Mañana analizaré este tema.
Twitter: @leozuckermann