En este 2018 concluye la presidencia de Enrique Peña Nieto, impulsor de algunas reformas estructurales que sin duda fueron muy importantes para el país. No obstante, muchas de estas salieron “distinto a lo planeado”, por no decir que resultaron un fiasco.
La Reforma Energética era sin duda una de las más ambiciosas en el país. La campaña publicitaria que la justificó e impulsó, incluía comerciales donde la gente dialogaba y expresaba frases como “Nos conviene, los precios van a bajar”. Nada más lejos de esa realidad discursiva…
La pregunta es: ¿Qué salió mal entonces?
- El ajuste necesario: Los precios de la gasolina y el gas fueron liberados en todo el país, y ahora se determinan según los costos de la cadena productiva petroquímica (precio del petróleo, transporte, almacenamiento, tipo de cambio, inflación), y no mediante decisiones administrativas y fiscales de la Secretaría de Hacienda que implicaban un importante gasto de las finanzas públicas al mantener los precios artificialmente bajos. Era insostenible seguir subsidiando precios de todo un territorio nacional. Había que sanear las finanzas, y apostar a que la competencia regularía el mercado.
- Lo que no se dio: La idea de ahorrar en subsidios en materia energética a través de la reforma era fortalecer las finanzas públicas, mejorar la administración de empresas estatales, y brindar un mejor servicio al consumidor final en materia de precios y competencia. No obstante, a pesar del ahorro en materia energética, la deuda externa de México llegó a niveles récord y la deuda externa subió casi un 120% a más del 50% del PIB. Así, las finanzas públicas se deterioraron, no hubieron ahorros, y las empresas estatales se deterioraron en lugar de fortalecerse; llegando al grado de que PEMEX tuvo que ser rescatada por NAFIN ante un inminente impago de bonos por primera vez en su historia.
- El fracaso estructural: Después de la ansiada reforma energética, nos encontramos ante una subida de precios sin precedente, donde la inflación registró su mayor alza en 18 años. A pesar de la mayor competencia, las gasolinas y el diésel han registrado un incremento aproximado de entre 17 y 25% en los últimos 2 años. El gas por su parte, ha subido en los últimos meses casi un 30%. Tenemos así más inflación, peores finanzas públicas, precios más altos de insumos energéticos, y una infraestructura petrolera en declive.
La lección que aprendimos es que no basta con diseñar en papel reformas atrevidas y disruptivas. Sin duda la reforma energética en su momento fue un logro de negociación sin precedentes entre todas las fuerzas políticas que prometía mucho. No obstante, la implementación de la misma fue un fracaso ocasionado primero que nada por la corrupción, y después por un escenario global macroeconómico no analizado correctamente. Así, “del dicho al hecho” vivimos la tragedia de una reforma mal implementada que hoy nos afecta como país y como individuos.