En lo personal, la conclusión más valiosa del primer año de Donald Trump como presidente de Estados Unidos es la importancia de las instituciones. Cuánta razón tenían los padres fundadores de ese país al diseñar un sistema de pesos y contrapesos para evitar los abusos del poder. Con la elocuencia que lo caracterizaba, James Madison dijo en el siglo XVIII: “Si los hombres fueran ángeles, el gobierno no sería necesario. Si los ángeles gobernaran a los hombres, saldrían sobrando lo mismo los controles externos que los internos del gobierno. Al organizar un gobierno que ha de ser administrado por hombres para los hombres, la gran dificultad estriba en esto: primeramente hay que capacitar al gobierno para mandar sobre los gobernados y luego obligarlo a que se regule a sí mismo”.
Efectivamente, los hombres no somos querubines y, por eso, requerimos de gobiernos que nos obliguen a comportarnos de manera civilizada. Pero también necesitamos que los gobiernos tengan pesos y contrapesos para evitar que el mismísimo diablo se convierta en dictador que tiranice a todos los demás.
Este año hemos visto la vitalidad de la democracia estadunidense para limitar el poder del cavernícola racista, demagogo y narcisista que llegó a la Casa Blanca. Frente a él han aparecido las reglas, organizaciones y costumbres que lo han frenado en su proyecto retrógrada. Ha tenido éxito, sin duda, en implementar algunos de los cambios que propuso, como la reforma impositiva o el nombramiento de conservadores como jueces federales. Pero estas modificaciones las ha logrado dentro del marco institucional y gracias al apoyo de los legisladores del Partido Republicano. Nada diferente, en este sentido, a lo que han hecho otros presidentes del mismo partido (Reagan, por ejemplo) o demócratas hacia el lado ideológico contrario (Clinton).
Pero la agenda populista, nativista y nacionalista de Trump la han parado otras instituciones. Los demócratas —utilizando todas las reglas, usos y costumbres parlamentarias que le dan poder a la minoría— detuvieron la revocación de la reforma sanitaria (Obamacare) y el financiamiento para la construcción del muro fronterizo con México. En este momento están presionando durísimo para darle solución a 750 mil jóvenes inmigrantes indocumentados (78% mexicanos) de ser deportados, los llamados soñadores que había protegido el presidente Obamacon el programa DACA que revocó Trump. Y si el Tratado de Libre Comercio de América del Norte todavía sobrevive es por la presión que ha hecho el Congreso para renegociarlo en lugar de derogarlo.
Los jueces han jugado un papel importantísimo para detener las órdenes ejecutivas más polémicas, y presumiblemente inconstitucionales, de Trump, como la de prohibir la entrada de viajeros de ciertos países de mayoría musulmana. Y, gracias al federalismo existente en Estados Unidos, los gobiernos locales han protegido a estados y municipios de la agenda trumpiana. A pesar del cavernícola que está en DC, entidades como Nueva York, California, Vermont o Washington siguen siendo un paraíso de libertades democráticas para todos sus habitantes, tengan o no documentos que acrediten su ciudadanía.
Hemos visto, incluso, cómo instituciones subordinadas al Presidente ejercen sus contrapesos. Ahí está el Buró Federal de Investigaciones dependiente del Departamento de Justicia dependiente de la Casa Blanca. Ofendido el cavernícola porque el FBI lo estaba investigando a él, su familia y colaboradores por una posible intervención del gobierno ruso en las pasadas elecciones, Trump despidió al director del FBI. Erróneamente creyó que si mataba al perro se acabaría la rabia. Pues no. El número dos del Departamento de Justicia (el uno, Jeff Session, estaba recusado del caso por conflicto de interés) nombró a un fiscal especial para investigar la trama rusa. Hoy, ese fiscal, Robert Mueller es el principal dolor de cabeza para el cavernícola.
La democracia es un régimen que puede resultar desesperante para aquellos que quieren cambiar rápidamente la realidad. Esto aplica tanto para líderes con buenas intenciones como para los retrógradas; tanto para los ángeles del bien como para los del mal. Hoy, que en la Casa Blanca manda el señor de las tinieblas, las instituciones nos han enseñado el poder de su luminosidad. Se trata de una lección muy valiosa: el poder de las instituciones autónomas y capaces en una democracia liberal. Una lección para todos aquellos que piensan que la realidad la puede cambiar un líder iluminado con mucha voluntad. Y sí, claro que estoy pensando en México.
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