Tijuana es ahora mucho más intercultural de lo que era entonces. El flujo migratorio de población haitiana, la imposibilidad de cruzar a EE.UU. y la necesidad de trabajar para comer, han hecho que algunos miles de haitianas y haitianos hayan optado por construir su sueño americano en el lado mexicano de la frontera.
Desde mediados de agosto del 2016, ríos de personas originarias de Haití comenzaron a llegar, primero por Tapachula, Chiapas (frontera sur de México), donde pedían a las autoridades migratorias mexicanas un permiso para cruzar el país y llegar sin contratiempos hasta la frontera con EE.UU.
Con conocimiento de causa, el Instituto Nacional de Migración (INM) otorgó miles de salvoconductos, llevando un conteo preciso de cuántas personas procedentes de Haití ingresaban al país. El éxodo masivo –que comprendió varios países, por lo menos Brasil, Perú, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala y México– tiene sus datos, sus conteos y, por supuesto, sus consecuencias.
Así, tomando en cuenta los conteos del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de los EE.UU. y algunos albergues de migrantes, como el Desayunador del Padre Chava, ubicado en Tijuana, un promedio de 20.000 migrantes haitianos llegaron a México desde agosto de 2016, de los cuales 17.784 lograron ingresar a EE.UU. con una cita emitida por las autoridades migratorias, aunque, posteriormente, una gran mayoría fueron deportados.
Según el director de asuntos migratorios de la Secretaría General de Gobierno del estado mexicano de Baja California, Gustavo Magallanes Cortés, a día de hoy hay 2.890 haitianos con un permiso humanitario para residir en México y, con ello, poder trabajar legalmente, así como establecerse con sus familias. El funcionario subrayó que se dio prioridad a familias con menores de edad y mujeres en general.
Las ciudades fronterizas han cambiado su aspecto social, en particular Tijuana, una urbe con mucha afluencia de migrantes procedentes de todos los rincones de México, Guatemala, El Salvador, Nicaragua y Haití, y en menor medida de países asiáticos y africanos.
Ahora es posible encontrar restaurantes donde el menú está en español y creolé (lengua de habla cotidiana en Haití). En ellos, se sirven los tradicionales ‘poul’, ‘fwa’, ‘béf’, ‘legume’, ‘pwason’ y ‘diri’ (pollo, hígado, res, legumbres, pescado y arroz, respectivamente), que componen la dieta básica haitiana. Las delicias caribeñas, además, comenzaron a mezclarse con los sabores mexicanos para dar una mezcla muy potente.
Muy pronto, al darse cuenta de la espera que significaría tratar de ingresar a EE.UU. legalmente –apegándose a una solicitud de refugio humanitario por desastre natural–, mujeres y hombres haitianos comenzaron a pedir permiso para usar las cocinas de los locales de comida y así encontrar una forma de sustento.
Lo que pasa en la ciudad y no vemos
Garzón Masabo, artista plástico cubano instalado en Tijuana hace poco más de 15 años, además de reconocer raíces haitianas en su familia, se ha dado cuenta de la modificación que ha pasado la «esquina de México». Para él, está claro que la cultura, en todas sus expresiones, se ha visto enriquecida con la presencia de estos migrantes caribeños.
A partir del proyecto ‘México, cultura para la armonía’, Garzón comenzó haciendo un registro, desde los propios testimonios haitianos, de las vivencias que pasaban estando en Tijuana y de las miradas que se despertaban al reconocer este proceso migratorio. «De esas pequeñas historias, hay una que me quedó muy marcada, la de una niña llamada Sónica, que reflejó lo que le pasaba a su madre, que estaba embarazada, y cómo ella se imaginaba el nacimiento de su hermana o hermano», cuenta el artista plástico.
Con el registro se fue conformando un mural, hecho por los diseños de los propios niños y niñas, mujeres y hombres, todos de origen haitiano. La obra se llevó a cabo en el patio de la iglesia bautista Emanuel, lugar que sirvió de refugio para cientos de personas durante la segunda mitad de 2016 y comienzos de 2017.
«En el mural también hay referencias al viaje que hicieron estos haitianos por buena parte de América, a los lugares por los que pasaron», continúa Garzón. De un estilo artístico llamado ‘naïf’, los dibujos componen una estética, que aunque sencilla, expresa muy bien la complejidad del viaje y la mezcla que generó.
Tal y como dice Masabo, si bien el arte no modifica completamente las condiciones sociales en las que vivimos, sí puede construir alternativas que quedan plasmadas en los muros. Finalmente, son reflexiones que cuentan el momento por el que pasaron: «Muchos descubrieron habilidades artísticas que no sabían que tenían; y eso les abre el panorama en su nueva situación».
«La ciudad de Tijuana –continúa Garzón– se formó con personas que venían de muchos lugares, tiene una condición migratoria, y eso hizo que la gente se volcara a ayudar para que la situación de las y los haitianos fuera menos difícil. Eso hizo que ellos reflexionaran también y que algunos decidieran quedarse».
Ahora es común caminar por las calles y cruzarse con personas de todo tipo, en especial con mujeres y hombres haitianos que han abierto algunos restaurantes, peluquerías y negocios de llamadas telefónicas. El mosaico de colores se ha enriquecido en Tijuana y quienes son habitantes de esta urbe ya comienzan a conocer algunas palabras del creolé o bien algunas fiestas de aquella isla.