¿A quién no se le ha ido alguna vez la mano con la comida y se ha atiborrado de su manjar favorito hasta sentir que iba a reventar? Sobre todo, en fechas como las que se acercan peligrosamente, cargadas de reuniones familiares y suculentos dulces que ya nos tientan desde las estanterías de los supermercados.
Sin embargo, puedes estar tranquilo. Más allá del empacho y algún que otro kilito de más, esa hinchazón de vientre que experimentas no va a desembocar en una explosión ni nada parecido. El estómago está preparado para albergar y digerir gran cantidad de alimento y tiene una vía de escape hacia el intestino. Además, no es él quien manda: el cerebro se encarga de decir basta cuándo llega el momento de parar.
Aunque solemos comparar el estómago con un globo, la forma en que ambos se llenan es muy distinta. En un globo se mantiene una relación constante entre presión y volumen: cuanto mayor es la primera, más aumenta el segundo. Por el contrario, el tamaño del estómago no sólo depende de la cantidad de comida que ingieras. En realidad, está controlado por los nervios que lo rodean y por ciertas hormonas.
Cuando está vacío, este órgano tiene una capacidad de entre 40 mililitros de líquido y los casi 300 -no llega, ni siquiera, a la capacidad de una lata convencional de refresco-. Pero una vez que empezamos a comer, su tamaño puede multiplicarse hasta casi rozar los dos litros. Aunque no hace falta que mastiquemos nada: con sólo salivar pensando en alguna delicia provocamos que se expanda.
El responsable de esta reacción es el nervio vago o nervio neumogástrico, un largo cordón ramificado que va desde el bulbo raquídeo al estómago y el intestino, pasando por la faringe, los bronquios y otros órganos como el corazón y el hígado. Es él quien ordena al estómago relajarse para hacer sitio al alimento cuando comenzamos la ingesta. Así, su tamaño no depende de la cantidad de comida que hayas tomado, sino que se expande anticipadamente cuando recibe las instrucciones del cerebro y los nervios que lo envuelven.
Otra característica que lo diferencia de un globo o un balón es la manera en que sus paredes hacen hueco. Lejos de estirarse, lo que hacen es desdoblarse: en reposo forman arrugas o rugosidades que se van alisando a medida que se dilata… hasta que llega un punto en que estos pliegues no dan más de sí. Entonces, millones de células nerviosas que recubren el estómago avisan al cerebro de que estamos llenos a través de una señal eléctrica.
Sin embargo, ambos órganos no sólo se entienden a través del lenguaje neuronal, ya que también se comunican en un idioma químico. Cuando el estómago está repleto, las células de grasa segregan leptina, una hormona que viaja a través de la sangre para dar la señal al sistema nervioso central.
Otras moléculas, como la enzima glucagón, la glucosa y los reguladores bombesina y colecistoquinina también contribuyen al aviso. El destino de todos estos mensajeros químicos es el hipotálamo, la parte del cerebro encargada de regular las sensaciones de hambre y saciedad.
Así, el volumen que tu estómago puede alcanzar después de un atracón navideño depende del funcionamiento de todo este sistema neuroquímico. Hay que tener en cuenta, además, que el alimento tarda entre 10 y 15 minutos aproximadamente en pasar al intestino, con que la dilatación del estómago dependerá más bien de cuánto seas capaz de engullir en ese intervalo, lo rápido que lo hagas y una serie de factores añadidos como la edad y el estado de salud y anímico.
Si bien es muy difícil que ocurra, se han documentado algunos casos de personas que, literalmente, han comido hasta que su estómago ha explotado. Eso sí, la mayoría de la gente experimenta la sensación de saciedad -o de haberse pasado con los polvorones- cuando el estómago adquiere una capacidad de entre 500 mililitros y un litro y medio.
Claro que, si los banquetes y excesos se convierten en un hábito y se ignoran repetidamente los avisos, el estómago puede estirarse hasta superar los dos litros. A nadie le hace daño un buen festín de vez en cuando, pero no te olvides de escuchar a tu cerebro cuando te avise de que el postre sobra.