La ciencia está, al parecer, cerca de contar con la tecnología para clonar seres humanos en partes o completos. Tenemos, entonces, que empezar a entender sobre las posibilidades que ofrece la ingeniería genética y prepararnos para ello, lo cual significa ir resolviendo una gran diversidad de interrogantes nada fáciles.
Una de ellas será la de la intervención de los Estados en la clonación humana. ¿Podría dejarse este asunto a las fuerzas del libre mercado? La respuesta es un tajante no.
Los Estados tienen que regular esta actividad. La clonación, en principio, tiene que tener un objetivo.
Supongamos que la sociedad la acepte como una técnica más para combatir la infertilidad de algunos individuos, como lo es hoy la fertilización in vitro. Los servicios de clonación humana tendrían un potencial problema de asimetría de la información entre oferentes y demandantes. ¿Cómo asegurar que el beneficiario recibirá un bebé que corresponda a su material genético y que no tenga efectos secundarios?
Es un problema similar al de las medicinas. ¿Cómo sabemos que la medicina que tomamos, efectivamente nos cura la enfermedad con algunos efectos secundarios controlables? ¿Cómo sabemos que el productor, en colusión con el médico, no nos está ofreciendo gato por liebre?
La respuesta es porque hay una autoridad independiente —del Estado— que certifica a los médicos y a los medicamentos.
En el caso de la clonación, una organización pública tendría que certificar a los proveedores y que los procedimientos que apliquen sean científicamente aceptados, lo cual implica la verificación de los protocolos de investigación, la replicación de todos los experimentos, la elaboración de pruebas propias y la imposición de un régimen muy estricto de información al público.
Más allá de la regulación para resolver el problema de asimetría de la información, las principales dudas que surgen sobre la clonación tienen que ver con cuestiones morales.
Está, por ejemplo, el asunto de la experimentación. No es muy probable que la clonación sea exitosa al primer intento. La ciencia suele avanzar con un método de prueba-error. Los primeros clones podrán tener algunos defectos que surgirán a lo largo de su vida. Este ha sido el caso de la famosa oveja Dolly que ha tenido un envejecimiento extraño, producto de la clonación.
Esto es tolerable por tratarse de una oveja (aunque algunas personas lo condenan), pero un segmento importante de la población nunca aprobaría esto en los humanos: Que se produjeran seres con posibles defectos hasta que la ciencia encontrara la manera de corregir los errores.
Hay muchos más asuntos morales. ¿Qué tanto se vale que un humano sea producto de tan solo un individuo y no de la mezcla de dos seres? ¿Se vale la clonación de seres que son —o fueron— extraordinarios? ¿Conviene corregir y perfeccionar el material genético para reforzar ciertas cualidades, tal como se hace hoy en día con ciertos vegetales y frutas?
Los dilemas son muchos y variados. Como todo asunto relacionado con el progreso científico, en un primer momento, causa escándalo y miedo.
Algunos charlatanes se aprovechan de esto. Pero no por eso debemos negar que la ingeniería genética, incluyendo la clonación humana, haya llegado para quedarse.
Algunos gobiernos en el mundo han comenzado a debatir el tema para que las leyes no se rezaguen frente a la realidad científica. Más vale hacerlo. Y es que el destino nos ha alcanzado.
Twitter: @leozuckermann