A Leonardo Curzio,
profesional de la información
Cuando hablamos de profesionales usualmente hacemos referencia a personas con conocimiento del oficio que desempeñan, con experiencia acumulada, con uso de un método y, sobre todo, con capacidad para generar resultados de calidad. Cuando decimos que un cantante, un torero, un futbolista, un carpintero o un comunicador, son profesionales, pensamos en alguien que es capaz de hacer muy bien lo que hace, y no solamente en alguien que vive de su profesión. Incluso los criminalistas reconocen el trabajo de un profesional.
Pero más allá del perfil básico de un profesional, existen otros criterios que debemos tomar en cuenta cuando usamos esta categoría. Dentro de cualquier organización, sea pública, privada o social, el trabajo profesional es aquel que se apega a los objetivos y fines de la organización.
Las buenas y malas decisiones en cualquier organización dependen usualmente de sus cuerpos directivos, el secretario, el jefe, el capitán o el director. Individuales o colegiadas, las decisiones directivas suelen orientar o desviar a las organizaciones de sus objetivos.
Los profesionales por lo general están debajo de los directivos. Ellos ponen sus habilidades y su apego a los objetivos institucionales. Los directivos dan los golpes de timón. Pero ahí no acaba la historia. A las habilidades y objetivos se suman valores, que son punto de partida del comportamiento humano, como pueden ser la honestidad, la integridad, la coherencia y el respeto en sentido amplio. En ocasiones los valores personales coinciden con los de la organización y sus directivos, el mundo ideal. Cuando existe conflicto de valores, el profesional se encuentra en dificultades, pues la decisión última es del jefe o dueño de la organización.
Dicen que el mejor antídoto contra los malos políticos son las instituciones fuertes. Quienes dan solidez a las instituciones son sus profesionales, quienes tienen el conocimiento, la experiencia y el método para dar buenos resultados. Mismo es el caso en las organizaciones sociales y privadas. La fortaleza institucional depende de la calidad de su personal y de su eficiencia organizacional.
Para el ciudadano común no resulta fácil distinguir entre el político y el servidor público
profesional. El primero busca el poder. El segundo se hace cargo de que las instituciones del Estado funcionen, cumplan sus objetivos y aporten al bienestar general. No todos los políticos tienen vocación de servicio público y la mayor parte de los servidores públicos profesionales no son políticos. Los políticos cambian de cargo, de función y hasta de partido, en función de su carrera personal. Quienes sólo aspiran a ser servidores públicos, no tienen otro propósito que hacer una carrera profesional.
En las estructuras verticales, en especial en las que mezclan la política con el servicio público, la lealtad personal suele tener un peso desproporcionado. Trabajar para complacer al jefe, beneficia al jefe y al que lo hace, pero no a la organización. Cuando las directrices se apartan de los objetivos de la organización, se pierde la coherencia. Cuando sólo busca el interés personal, se pierde la integridad.
Los profesionales forman equipos de trabajo. Los amateurs, clanes de seguidores. En México abundan los profesionales, pero aún queda mucho por hacer en la profesionalización de las organizaciones, públicas y privadas y en los procesos de toma de decisión. Parte esencial de este proceso es el apego de los directivos a los fines y objetivos de la organización. En el reciente capítulo todos perdemos. Nuestro café matutino ya no es la mismo sin la compañía de Leonardo, profesional de la información.