Donald Trump propone revivir el empleo manufacturero estadounidense a costa darle la vuelta por completo al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC), que regula los intercambios de Estados Unidos, México y Canadá desde hace casi un cuarto de siglo. Sin embargo, las propuestas de su Gobierno en la mesa de negociación —bajo la amenaza de liquidar el pacto firmado en 1994— fracasarían en su objetivo de regresar a unos EE UU manufactureros, debilitarían la posición estadounidense en el mapa global y empobrecerían a sus propios consumidores, según cuatro académicos consultados por EL PAÍS. Su rechazo interno es el as en la manga de mexicanos y canadienses; la mejor baza en una negociación que pasa por su momento más crítico. Estos son los tres escenarios posibles:
La cláusula de terminación automática del tratado entra en vigor. En el remoto escenario en el que tanto como México como Canadá aceptasen incluir en el nuevo TLC la extinción automática del mismo en cinco años si los tres socios no acuerdan antes lo contrario, el cambio no sería en absoluto beneficioso para la economía estadounidense. “Dañaría las perspectivas de crecimiento en los tres países”, pronostica Jeff Schott, del Peterson Institute for International Economics. “Ninguna cláusula de este tipo ha sido nunca incluida en ningún tratado comercial firmado por EE UU por la simple razón de que socavaría los beneficios económicos del mismo”, añade el académico estadounidense. “Añadiría incertidumbre para las compañías estadounidenses, golpearía a las cadenas de valor en América del Norte y no traería ningún beneficio para la economía de EE UU. Además de innecesaria, sería un sinsentido”.
“Es la propuesta más terrible, dentro de que todas lo son”, complementa Dany Bahar, especialista en comercio internacional de la Brookings Institution. “Su objetivo es desincentivar la inversión manufacturera estadounidense en México bajo la premisa de que volverá a EE UU y creará puestos de trabajo, pero no tiene en cuenta que muchas de las empresas que regresen automatizarán la producción y apenas contratarán”. Además, subraya Bahar, al encarecerse la producción por los mayores costos derivados de regresar a EE UU, golpeará el bolsillo de los consumidores de la primera potencia mundial y lastrará su economía. “El gran perjudicado sería el consumidor estadounidense, que vería bajar su poder de compra. Pero eso no parece importarle a nadie”. «Lo que esta visión pasa por alto es que la incertidumbre de la política comercial reduce el nivel general de inversión y comercio y, por lo tanto, los beneficios que aportan a los consumidores: precios más bajos y una mayor variedad de productos disponibles», zanja Tomasz Swiecki, profesor de la Vancouver School of Economics.
Contenido regional más alto en automóviles. Hace justo una semana, la primera potencial mundial se descolgó con la propuesta más temida para la industria automotriz mexicana, canadiense y también estadounidense: aumentar del 62,5% al 85% el porcentaje de componentes de un coche producido en la región para que cumpla las reglas del TLC y pueda así esquivar los aranceles. “Cualquier medida proteccionista, y esta lo es, distorsiona los mercados y retira incentivos para que la industria aumente su productividad. Si tienes un mercado altamente protegido, algo que hemos visto durante décadas en muchos países de América Latina, el sector terminar siendo altamente ineficiente”, resume Tony Payan, del Baker Institute.
“En EE UU los insumos son, por naturaleza, más costosos y cuando impones una cuota de este tipo necesariamente vas a encarecer el vehículo. Trump es consciente de que aumentarán los precios y disminuirá la capacidad de compra de los estadounidenses, pero esta es una decisión política y no económica”, añade Payan. Tanto él como Dany Bahar creen que la propuesta no creará más empleos. “Las automotrices estadounidenses encontrarían la manera de evitarlo”, augura el investigador del Baker Institute. Según un estudio reciente, el 38% de los componentes que montan los vehículos ensamblados en México son de origen estadounidense.
Porcentaje mínimo de insumos estadounidenses en la industria automotriz.La Casa Blanca quiere que al menos la mitad de los insumos que se utilizan para fabricar un coche en cualquiera de los tres países provenga de EE UU. El equipo de Trump cree que así garantizaría una mayor carga de trabajo en sus plantas de autopartes. “Pero un porcentaje fijo de contenido local va en dirección contraria al resto del mundo”, subraya Dany Bahar, de Brookings. “Y la premisa general de reducir el déficit comercial con México es una falacia: no tiene ningún sentido ese enfoque de EE UU, menos aún en un mundo que se ha globalizado aún más en estos últimos 23 años”, añade. “Lo que la negociación tiene que intentar es hacer más competitiva la región en su conjunto, y ahí las peleas sobre las reglas de origen son irrelevantes. Simplemente no es la discusión que tienen que tener”. A su juicio, EE UU tiene que ser consciente de que la competencia no es entre EE UU y México, sino entre Norteamérica, Europa y Asia. “Y de eso no se está hablando”, critica el investigador de la Brookings Institution, uno de los think tanks más influyentes en Washington.
Según sus datos, el 20% de las importaciones del mercado automotriz ya no pasan por la normativa del TLC, sino de la Organización Mundial del Comercio (OMC) porque las reglas de origen, incluso sin este cambio, ya son muy complicadas de cumplir. “Prefieren pagar un arancel bajo en EE UU a cumplir los requisitos del tratado”, apunta Bahar. “Ese porcentaje aumentaría y el sector automotriz estadounidense sumará un problema más”. Payan, del Baker Institute, también cree que la medida tendría el efecto contrario al que pretende: “Las automotrices europeas y asiáticas no van a dejar de producir en México: simplemente pagarán el arancel del 2,5% y traerán aún más insumos de otros países y no de EE UU”, apunta. “El empleo estadounidense no aumentará y su economía tampoco se verá beneficiada”.
EL PEOR ESCENARIO: EE UU SALE DEL TLC
Si México y Canadá mantienen su no rotundo a las propuestas que la delegación estadounidense ha puesto encima de la mesa y Washington acaba cumpliendo la promesa de salirse del “peor tratado comercial de la historia”, en palabras de Trump, las consecuencias no serían mucho mejores que en los escenarios anteriores. “La ironía es que el motivo mismo por el que el equipo de Trump odia el TLC —el déficit comercial— muy probablemente aumentaría en caso de ruptura”, apunta Caroline Freund, del Peterson Institute, en un texto reciente. “El peso mexicano se depreciaría, y las exportaciones mexicanas a EE UU se abaratarían, compensando cualquier pérdida de competitividad de México derivada de los aranceles”.
El cálculo sobre lo que ocurriría es sencillo: el arancel medio que Washington podría fijar sobre los productos mexicanos sería ligeramente inferior al 4%, según las reglas de la OMC, mientras que el peso se depreciaría un 20%, según los cálculos de Juan Carlos Rodado, de Natixis, uno de los analistas que más acertó el año pasado con la cotización de la moneda mexicana. El efecto neto sería un abaratamiento de los productos mexicanos del 16% en EE UU y un encarecimiento del 27% de los productos estadounidenses en México. Las mayores importaciones y menores exportaciones aumentarían el déficit comercial, todo lo contrario a lo que pretende la Casa Blanca. Cabe recordar que entre los objetivos prioritarios de Trump estaba debilitar el dólar frente al resto de monedas internacionales. Lejos de lograr su propósito, la divisa estadounidense se encarecería notablemente frente al peso. Un tiro más del presidente en su propio pie.