latillos de pollo, cerdo o res frita desfilan por las mesas acompañados por frijoles y arroz. Predominan las conversaciones en criollo. Este es uno de los rincones de Tijuana que se han transformado con la migración caribeña.
Decenas de haitianos que habitan en esta ciudad en el norte de México visitan un restaurante a menos de dos kilómetros de la frontera con Estados Unidos para regresar a su isla natal por medio del gusto. Lo bautizaron Labadee, en honor a una playa en el norte de Haití .
“Es un pequeño espacio donde ellos se sienten identificados por su cultura, por su raza y por la comida”, dice el dueño, Juan Flores, de 67 años, una tarde en la que su clientela no despega los ojos del televisor que transmite un partido de la Champions League entre Barcelona y Juventus.
Tras el terremoto de Haití de 2010, que dejó 250.000 muertos y 1,5 millones damnificados, miles de haitianos dejaron el Caribe en busca de un nuevo comienzo en Brasil. Seis años más tarde la economía brasileña vivió su más feroz recesión en un cuarto de siglo por lo que muchos se vieron obligados a emigrar al norte.
Samuel Louis, de 32 años, fue uno de ellos. A finales de 2016, Louis se despidió de su mamá, vendió todas sus pertenencias y dejó Curitiba, en el sur de Brasil, para emprender un largo y peligroso viaje a través de Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras y Guatemala hasta llegar a México .
En Panamá tuvo que cruzar a pie la selva del Darién por días, sin comida y a merced de animales salvajes. Cuando por fin llegó a la frontera con Estados Unidos, se enteró que no podría cruzar.
Labadee es un restaurante popular entre los haitianos que viven en Tijuana. (
Desde 2010, EEUU había amparado a los haitianos que cruzaban su frontera bajo el Estatus de Protección Temporal hasta que a finales de septiembre del año pasado Barack Obama canceló esta medida. Miles de haitianos quedaron varados en la puerta de Estados Unidos.
“Era un hacinamiento de personas” , cuenta Claudia Portela, coordinadora del Desayunador Salesiano Padre Chava, sobre la crisis migratoria que se vivió en ese entonces. “Dormían en la parte del comedor, dormían en los pasillos, había casas de campaña en la parte de afuera. Era impresionante”.
Al menos 30 albergues recibieron haitianos durante ese período. Tan solo en el Desayunador y la Iglesia Embajadores de Jesús acogieron a unos 7.000 cada uno de mayo de 2016 a septiembre de 2017.
A un año de que estallara la crisis se estima que 3.000 haitianos se han asentado en el estado de Baja California, donde se encuentra Tijuana, de los cuales alrededor de 2.700 están documentados con visas por razones humanitarias. La ciudad que originalmente sería una sala de espera se convirtió en un hogar.
“Nuestra vida no va a cambiar muy rápido”
Exhausto, después de pasar 12 horas y media de pie trabajando, Louis regresa a la Iglesia Embajadores de Jesús, un improvisado albergue en el Cañón del Alacrán, a las afueras de Tijuana, donde viven 120 haitianos.
Quiere tomar un baño, pero no hay agua . “ Es un trabajo muy pesado para mí, salimos muy tarde”, dice repitiendo constantemente lo cansado que se siente. Su sonrisa es indeleble y su voz jamás llega a un tono de queja: está agradecido.
Louis, como varios de sus compatriotas, trabaja en una maquiladora aunque confiesa que le gustaría ser gerente de un restaurante, como lo era en Brasil: “Quiero empezar una vida mejor para ayudar a mi madre”.
“Nuestra vida no va a cambiar muy rápido, es poco a poco que la vida va a cambiar”, dice Samuel Louis.
Colchones, cobijas y maletas rodean el templo, cuyo techo de lámina está decorado con candelabros. Las pendientes del Cañón del Alacrán están salpicadas con restos de plástico, neumáticos y ropa.
El aire está impregnado por el olor de los cerdos que caminan afuera de la iglesia y un riachuelo de aguas negras corre junto a ellos. En este espacio cientos de haitianos han encontrado esperanza .
“Nuestra vida no va a cambiar muy rápido, es poco a poco que la vida va a cambiar. Gracias a Dios tenemos el permiso para circular en este país y un trabajo, aunque no se paga muy bien. Nunca falta comida, siempre tengo cosas que hacer y tengo salud, pero quiero ir mejorando”, explica Louis.
“Yo aquí me quedo, con mi familia. La pastora es como si fuera mi mamá, el pastor como si fuera mi papá, me siento muy a gusto”.
En este espacio cientos de haitianos han encontrado esperanza.
El pastor es Gustavo Banda, un hombre que soñaba con construir una “Pequeña Haití” a unos metros del templo. Comenzó a edificar casas para los haitianos en marzo hasta que el gobierno ordenó que se detuviera la construcción por considerar que era una zona de riesgo.
A casi un año de vivir en Tijuana, Louis —quien no hablaba español al llegar a México— canta a todo pulmón una canción de música regional mexicana. Le encantan los tacos de carne asada.
“Me gusta cómo la gente me trata, me tratan muy bien”, comenta. ” Los mexicanos son bien educados. Todavía no sé mucho, tengo poco tiempo aquí, me gustaría descubrir más la cultura y la comida “.
La “Pequeña Haití”
Cuando Flores se enteró de que haitianos que conocía se habían quedado desempleados, cuenta que su esposa respondió, “‘ ¿Sabes qué? Vamos a poner un restaurante de comida haitiana y ayudamos a las personas a que tengan dónde poder trabajar ‘”.
En enero la pareja comenzó a acondicionar uno de los locales de su familia, compraron cacerolas y lo abrieron en abril.
A una cuadra, dentro de un gran terreno que solía ser la casa de sus padres, Flores transformó bodegas que estaban en el patio en habitaciones para rentarlas a los haitianos. Le llama la “Pequeña Haití”.
Los haitianos reciben atención médica en la Iglesia Embajadores de Jesús.
El alquiler varía entre 500 y 1,000 pesos al mes (entre US$28 y US$56), una cantidad baja y fuera de lo común en las urbes más pobladas del país. “No pueden pagar más o no pueden pagar todavía”, dice. Alrededor de 40 personas viven en el complejo.
“Son gente muy trabajadora regularmente”, agrega. “Vienen de un país buscando una vida mejor”.
Si bien el patio de la “Pequeña Haití” de Flores está cubierto por escombros y hojas secas, él asegura que adecuarlo es una labor paulatina: “Las instalaciones no están de primera ni nada, ¿no? Pero son humanas, cada día se están arreglando, la cuestión del dinero también falta”.
“Yo no veo al haitiano como haitiano, yo veo un ser humano, con sus carencias, con sentimientos igual que nosotros” , explica, “ellos vienen con muchos obstáculos y no tienen a nadie aquí en México”.
“Aquí en Tijuana hay muchas oportunidades”
Conforme los haitianos se establecen en el norte de México, las relaciones entre los caribeños y los mexicanos han florecido abriendo paso a una fusión cultural relativamente nueva en Tijuana. Pascal Dubuisson, de 25 años, llama a este fenómeno el comienzo de “Haitijuana”.
Pascal Dubuisson, de 25 años, publicará un libro a fines de año sobre su recorrido de Brasil a México. (
“Es una nueva experiencia, pero sabes que el amor no tiene nacionalidad, no tiene color”, cuenta Dubuisson sobre su relación con una mexicana de su misma edad una tarde mientras presume fotos de su novia y él en su celular. La pareja espera un bebé para finales de noviembre.
“Mi plan es fusionar la cultura mexicana con la mía” , afirma. Y el próximo Día de la Bandera de Haití, el 18 de mayo, planea realizar un festival con comida y música de ambos países.
Dubuisson está por cumplir uno de sus sueños: escribir un libro sobre el camino que realizó desde Brasil a México y la historia moderna de Haití. Titulado “Sobrevivientes ciudadanos del mundo”, espera verlo publicado a finales de año.
“Aquí en Tijuana hay muchas oportunidades”, reflexiona. ” México es el único país que nos dio la oportunidad para reiniciar la vida “.