El manejo de crisis es recomendable para cualquier persona o empresa, pero para los gobiernos es una obligación, porque las crisis pueden tener consecuencias muy graves para la sociedad.
El primer problema consiste en definir que es una crisis, en un segundo paso determinar cuando llega ese momento. De la definición parten las bases para atender ese momento que es inusual.
La crisis es cuándo los elementos que sostienen el sistema se resquebrajan o pueden destruirse. En medicina equivale a estar al borde de la muerte. De aquí tenemos que determinar cuáles son esos elementos, considerando que hay diversos tipos de crisis aunque puede haber una crisis definitiva que destruya al sistema. Si la definición es deficiente y ante el embate a un elemento secundario se actúa como si fuera fundamental y con un énfasis inadecuado, la intervención puede hacer que evolucione empeorando y que los recursos utilizados se malgasten invalidándose para un manejo más adecuado en otro momento. Tomemos un ejemplo.
Cuándo Felipe Calderón le declaró la guerra al narco definió mal la crisis y los riesgos sistémicos, confundió el conflicto y utilizó de una forma inadecuada un recurso importante que se ha desgastado. Los corifeos del régimen dicen que no tenía otra opción, ignorando que en política siempre hay varias opciones, el problema consiste en saber cual es la mejor y como se escoge, esto no implica que las opciones sean infalibles porque siempre hay cierto margen de error, cuestión que debe considerar el manejo de la crisis; si la opción no cumplió con su papel remediador e inclusive agravó el problema, es evidente que fue mal seleccionada.
El país tenía un serio problema de drogas, los carteles asociados a sectores cada vez más amplios del Estado avanzaban, y crecía el consumo en el país. Las instituciones encargadas de resolver el crimen estaban desbordadas y su eficacia era muy baja. El gobierno lo consideró una crisis y optó por una medida radical: sacar al ejército a las calles. El resultado fue catastrófico. Aumentó drásticamente el número de muertos, desaparecidos y desplazados creándose una tragedia humanitaria, avanzó la corrupción y los carteles crecieron apoderándose cada vez de mayores espacios económicos, políticos, sociales y de vicio.
La mala definición propició que lo que era un problema policíaco se convirtiera en un problema político e inclusive que rebasara las fronteras. La imagen de México se derrumbó, las alertas de viaje se ampliaron, surgieron las condenas por violación de derechos humanos y el ejército cayó en la aceptación de la gente, el impacto ha sido tan grave que ahora tratan de legitimar a las fuerzas armadas y se han encontrado con una fuerte resistencia social y política. Las drogas no atentaban en contra de las bases del sistema, hoy las instituciones están acorraladas.
El problema de la crisis consiste en que es cuestión de percepción. No es lo mismo como ve el problema el gobierno, a la visión que tiene la sociedad y por desgracia ambas visiones divergen de tal manera que las reacciones y respuestas sean muchas veces diametralmente opuestas y que con frecuencia al gobierno le cueste trabajo entender a la sociedad, lo que acarrea otro tipo de conflicto, inestabilidad y turbulencia.
Ante la corrupción enfrentamos una situación similar. El mundo reacciona con energía ubicando a México entre los países problemáticos, la sociedad esta harta, todos los días hay críticas en los medios de comunicación y tanto socialmente como en la esfera política hay exigencias de renuncia, pero el gobierno parece no ver el problema de la misma manera y muestra una indolencia irritante.
Posiblemente para la sociedad la corrupción llegó al nivel de crisis mientras que el gobierno actúa lentamente dando muestras de no querer intervenir decisivamente. Han pasado casi cinco años desde que Peña Nieto declaró que lucharía contra la corrupción mientras que sus iniciativas son frenadas por su partido, lo que no sucede sin su intervención.
No se trata de esquizofrenia política, sino de un manejo político que recurre a un discurso que busca confundir a la sociedad tratando de blindar la imagen presidencial, cómo si esa debiera ser la prioridad central para el Estado.
El manejo de crisis del gobierno consiste en actuar para desactivar las amenazas en contra de la sociedad y especialmente en contra de lo que atenta contra la estabilidad y la solidez del sistema y sus instituciones. Pero cuando el egoísmo individual se apropia del aparato decisional una distorsión fundamental se impone por sobre las decisiones y entonces se abre la puerta a una crisis distinta.