“Soy la persona menos racista que haya visto jamás”. Eso le dijo Donald Trump a un entrevistador de la CNN en diciembre de 2015. Lo repetiría más veces durante la campaña electoral. Sus insultos a los mexicanos habían causado estupor y su biografía daba material suficiente para indagar sobre la relación del republicano con otras razas. Porque mucho antes de esta polémica sobre los supremacistas blancos, la vida del presidente de Estados Unidos ya estaba punteada por los conflictos raciales.
Sin ir más lejos, su carrera política echó a andar como gran promotor de una teoría conspirativa que cuestionaba la americanidad de Barack Obama. Aquello fue en 2011, la campaña le acusaba de haber nacido en otro país, probablemente Kenia, y llegó tan lejos que el demócrata tuvo que mostrar su certificado de nacimiento. Trump no le reconoció como estadounidense de nacimiento hasta septiembre de 2016. Hace menos de un año.
La sombra del racismo persigue a Trump desde joven. En 1989 desempeñó un papel funesto en el caso de ‘Los cinco de Central Park’, en el que cuatro adolescentes negros y uno latinoamericano fueron detenidos por error en un crimen atroz que no habían cometido, la violación y paliza a una joven blanca que corría por el parque y estuvo a punto de morir desangrada. El suceso conmocionó a Nueva York y el magnate se puso a la cabeza de la manifestación. Antes de celebrarse el juicio siquiera, publicó anuncios a toda página en los periódicos pidiendo la pena de muerte para los chicos. Los sospechosos, de entre 14 y 16 años, habían confesado tras horas de interrogatorio –enseguida se desdijeron- y pasaron más de una década en prisión sin haberse realizado siquiera pruebas forenses.
En 2002 apareció el verdadero culpable y fueron exonerados, pero no eso hizo a Trump rectificar. Aún en octubre de 2016, en plena campaña electoral para la presidencia, la CNN le preguntó por ello y se reafirmó: “Ellos dijeron que eran culpables”, recalcó, “la policía que primero llevó a cabo la investigación dijo que eran culpables, es un escándalo que el caso se cerrara con tantas pruebas en su contra”.
Disturbios con el Ku Klux Klan
Por aquel entonces, a finales de los 90, Trump ya era un reconocido promotor inmobiliario de Manhattan, un personaje prácticamente salido de La hoguera de las vanidades. Pero antes del salto al corazón de Nueva York, había empezado a trabajar con su padre, un tipo de que se hizo rico construyendo y alquilando viviendas asequibles para los trabajadores de los barrios de Queens, Brooklyn y Staten Island.
En el 1973 ambos recibieron una denuncia por discriminación racial por parte del Departamento de Justicia, que le acusaba de vetar a negros como inquilinos en sus propiedades. El informe del FBI, un larguísimo documento desclasificado el pasado febrero, recogía testimonios de familias afroamericanas rechazadas, así como de empleados de la época que, entre otras cosas, contaban que les obligaban a marcar con una C de Colored (persona de color) las solicitudes de negros. «Al final de mis dos semanas en Tysen Park, Fred Trump me dijo que no alquilara a negros”, relataba otro extrabajador, despedido al poco de empezar allí.
El caso se resolvió con un acuerdo extrajudicial: Trump no tuvo que admitir responsabilidades, ni recibió ninguna sanción, aunque se comprometió públicamente a mejorar sus prácticas para evitar riesgo de discriminación.
Trump padre había sido arrestado y liberado sin cargos en 1927 durante unos disturbios provocados por miembros del Ku Klux Klan en Queens. The Washington Post publicó la historia en febrero de 2016 y el hijo, ya precandidato presidencial, lo negó. Pero los documentos históricos recogidos por el periódico son contundentes: dan cuenta de esos altercados y del arresto de un hombre Fred Trump, con domicilio en el 175-24 Devonshire Road, en el barrio de Jamaica, la dirección donde vivían los Trump, según el censo de 1930.
Los Trump, en realidad, son los Trumpf
Los Trump, por cierto, no son los Trump. El verdadero apellido de la familia era Trumpf, con la efe, pero tras la Segunda Guerra Mundial, Fred, el padre, hijo de un inmigrante alemán, mentía sobre su origen y se presentaba como sueco para no provocar recelos en potenciales clientes judíos a los que querían vender casas.
El viejo Fred murió en 1999 y no pudo ver que su nieta, la primogénita del presidente, Ivanka acabaría abrazando el judaísmo al casarse con Jared Kushner.
Un libro escrito por el antiguo presidente del Trump Plaza Hotel and Casino en Atlantic City, John O’Donnell (Trumped, la historia interna del verdadero Donald Trump), relata unos comentarios feroces sobre afroamericanos y judíos. «Tengo contables negros en Trump Castle y en el Trump Plaza, ¡tipos negros contando mi dinero!”, cuenta O’Donnell citando a Trump. “Lo odio, el único tipo de personas que quiero que cuente mi dinero son los tipos bajitos que llevan yarmulkes (en referencia la kipá judía) todo el día. Nadie más. Además, te digo otra cosa: creo que ese tipo es vago. Y probablemente ni siquiera sea su culpa, porque la pereza es algo común en los negros. Lo es, así lo creo, no es algo que puedan controlar”, agregó el hoy presidente estadounidense, según el libro del exejecutivo.
En una de las ruedas de prensa ofrecida ya como presidente, y dadas las simpatías que despertaba entre grupos antijudíos, le preguntaron por su postura. “Mi hija es judía, tengo nietos judíos”, señaló, “soy la persona menos antisemita del mundo”.