En septiembre del pasado año, Tijuana sufrió una aguda crisis migratoria cuando cientos de haitianos quedaron varados en el lugar; a día de hoy, muchos de ellos han logrado integrarse a la vida productiva de esta ciudad del norte de México, donde a su vez han llevado su propia cultura.
Louissaint Roosevelt es uno de los más de 3,000 haitianos que todavía permanecen en el noroccidental Baja California, donde miles de migrantes de esa nacionalidad estuvieron varados durante semanas a la espera de cruzar la frontera con Estados Unidos.
Al igual que tantos, Louissaint, de 26 años, ha decidido quedarse en Tijuana, porque allí la situación para ellos «es mejor», dado que entrar a EU en estos momentos «es difícil», especialmente tras la llegada al poder del presidente Donald Trump.
«Voy a esperar aquí, voy a estar trabajando», dice Louissant, quien ha encontrado un puesto laboral como enmarcador en un pequeño establecimiento a poca distancia del albergue en el que se alojó a su llegada a la ciudad fronteriza el pasado febrero.
Asegura que la acogida en México ha sido «muy buena» y que los compañeros que vinieron con él desde Brasil -donde muchos haitianos encontraron oportunidades laborales por la celebración del Mundial de Fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016- tampoco han tenido problema en encontrar una ocupación.
El número de haitianos refugiados en albergues de Tijuana se ha reducido drásticamente y los comedores ya no están rebasados, como ocurrió tras la llegada masiva de estos migrantes desde finales de mayo del pasado año.
Sin embargo, todavía se necesitan apoyos para conseguir insumos básicos. Con esta idea, en el comedor «Cielo sin fronteras» comenzó hace unos meses la iniciativa «Tijuana con trenzas».
Con ella, mujeres haitianas hacen trenzas naturales o de colores a los lugareños, a cambio de productos como aceite, atún, azúcar, jabón o mantequilla.
Este es un ejemplo de cómo la ciudad «ha sido muy solidaria» en la recepción de los migrantes. Si ha habido algún gesto de discriminación «ha sido mínimo, el granito negro en el arroz», destaca Claudia Portela, coordinadora del Desayunador Padre Chava.
Cuando los haitianos comenzaron sus trámites para obtener la visa por razones humanitarias o para pedir el refugio, muchos empresarios de la zona se acercaron a los albergues para ofrecerles trabajo, con lo que pudieron empezar a acceder a la vivienda y conseguir sus propios recursos.
Por el momento, la gran mayoría de los hatitianos están trabajando en maquiladoras, pescaderías, lavaderos de coches, o con profesiones relacionadas con el campo o la construcción, a la espera de «tener su permiso de forma legal para acceder a otro tipo de trabajo», explica la coordinadora.
Para José Luis Bernabé, la inserción de estas personas le dio, al mismo tiempo, una oportunidad para dar un giro a su propio negocio.
Propietario de un negocio de comida mexicana, empezó a recibir a muchos migrantes haitianos a quienes no les convencían los productos que ofrecía: «Llegó un momento en el que unas chicas haitianas nos pidieron permiso para cocinar y hacer su comida», relata.
Ahora, el pequeño restaurante de José Luis, en cuya fachada ha pintado una bandera haitiana, se dedica exclusivamente a la comida de ese país, y actualmente da empleo a dos cocineras.
En la carta se pueden encontrar, entre otros platillos, banana, arroz, pollo frito y un guiso llamado calalú, que lleva camarón y carne de puerco o de res.
Se recurre frecuentemente al chile habanero, pero al cocinarlo se pierde el picor, por lo que en el mostrador no falta una salsa que muchos clientes reparten generosamente en los alimentos antes de comer.
Además de ser un punto de encuentro para los haitianos de la zona, el local también atrae a muchos clientes mexicanos, y la iniciativa ha sido replicada en otros lugares de la ciudad.
«Pues qué bueno, que no falte», comenta José Luis sobre este último aspecto, que se puede constatar cuando, al pasear por la ciudad, se ven carteles en otros negocios con el texto «aquí se come haitiano».