Tijuana es uno de los puntos más emblemáticos de la frontera que divide a México con los Estados Unidos. Fue aquí donde el Gobierno de Estados Unidos empezó a levantar la primera valla casi tres décadas atrás. Una ciudad en donde la mayoría de desplazados, inmigrantes y deportados encuentran la válvula de escape para sobrevivir a la pobreza y la violencia que habita no solo en América Latina, sino en todo el mundo: Afganistán, Nigeria, Sudán, Pakistán, Camerún, Bangladés, Irak, Costa de Marfil o Yemen, entre otras partes de África y Asia.
Desde hace unas tres décadas, existen albergues y comedores para atender a todo el que llega con el objetivo de cruzar; gente que busca una manta, una cama, medicinas o un plato de comida caliente mientras están de tránsito por la ciudad intentando cruzar por algún lugar de los 3.000 kilómetros de frontera.
La realidad ha cambiado y ahora estos centros que inicialmente solo eran de paso se han transformado en una estancia permanente para muchos mientras regularizan su situación legal. El endurecimiento de las leyes migratorias en Estados Unidos con Obama y la llegada del nuevo inquilino de la Casa Blanca ha hecho que Tijuana, ciudad del estado de Baja California, que conforma la zona metropolitana transnacional más grande de México, esté lleno de deportados.
Sin tierra
Miguel Ángel León lleva 12 años sobreviviendo en las calles de Tijuana con el sueño de reencontrarse con su familia. Llegó a Utah con su madre, por allá en los años ochenta, cuando apenas tenía veinte años años. Allí estudió bachillerato y trabajó mucho durante dos décadas. Nunca trasgredió las leyes americanas, su único delito fue estar en el momento incorrecto y ser ilegal. «Me agarraron y me mandaron a una tierra que era prácticamente desconocida para mí, dejando cinco hijos en el otro lado. Mi madre incluso murió y no pude ir a su entierro. La separación es lo que más duele cuando eres un deportado sin tierra, sin familia».
Desde que se encuentra en Tijuana, León frecuenta el local Padre Chava, un comedor comunitario dirigido por religiosos salesianos que sirve alrededor de 1.200 comidas diarias, no solo para deportados o personas en situación de calle, sino para todo el que desee una ayuda. Con tatuajes en el rostro y deportado de California, Ricardo, de 40 años, aguarda su turno para comer. «Déjeme decirle que gracias a esta gente sobrevivimos y encontramos paz por lo menos en un momento del día».
La hilera de personas frente al comedor empieza a formarse antes de las seis de la mañana. El lugar es un gran edificio de color amarillo que se ha convertido en símbolo de los migrantes en la ciudad. Las mesas están repletas. El orden y la limpieza es sorprendente. El local está lleno de voluntarios de distintas nacionalidades, pero sobre todo acuden muchos americanos que viven en San Diego, al otro lado.
Llamamiento a Peña Nieto
Uno de los responsables de la institución, el religioso salesiano Leonardo Martínez, comenta que diariamente llegan grupos de diferente índole, tanto de los que buscan cruzar la valla como deportados. «Brindamos apoyo a quien lo necesite, pero cada vez la situación se torna más difícil. Cada vez necesitamos mayor infraestructura para poder brindar los servicios necesarios. Aquí llegan los deportados de Estados Unidos y los mexicanos que huyen de sus pueblos de origen por la violencia, además de los centroamericanos».
La Coalición Pro Defensa del Migrante, una organización que amalgama a diversas organizaciones, considera que la treintena de centros que hay en la ciudad está colapsada tanto en recursos como en capacidad, que está redoblada, y han realizado diversos llamamiento al presidente Peña Nieto solicitando su intervención. La mayoría de estos sitios presenta necesidades urgentes de abastecimiento de medicinas y alimentos.
«Hace unos años los inmigrantes llegaban aquí con la única intención de abastecerse y descansar solo unos días para intentar cruzar. La realidad ha cambiado mucho: la Patrulla Fronteriza ha reforzado la vigilancia con el uso de tecnología muy avanzada y gran cantidad de agentes que mantienen los radares abiertos durante todo el día. La gente se está quedando, y necesitamos que el gobierno nos dé una respuesta urgente», reclama el padre Patrick Murphy, director de la Casa del Migrante de Tijuana.
La Casa del Migrante ayuda a alrededor de 8.000 personas al año. En la actualidad, acoge a unas 100 personas diariamente y lo hace por un período determinado, para poder así auxiliar a otros. Los servicios que aquí son de distinto tipo: humanitarios, psicosociales, espirituales, educativos y de derechos humanos. Los inmigrantes se benefician con comida preparada, una cama, agua caliente para asearse, se les ofrece ropa y calzado en buena condición, acceso a una bolsa de trabajo, servicios de primeros auxilios y se les ayuda para comunicarse con sus familiares y así encaminarlos a rehacer sus vidas.
La deportación masiva
Durante el año fiscal 2016, que terminó en septiembre, aproximadamente 409.000 personas fueron atrapadas mientras trataban de cruzar la frontera suroeste de Estados Unidos, lo que representa un incremento del 23% en comparación con el año anterior, de acuerdo con las estadísticas del gobierno estadounidense. Estas cifras se han mantenido durante los últimos meses.
Existe nerviosismo y mucha expectativa por lo que pueda suceder en los próximos meses si se activa una acción de deportación masiva. A la memoria del pueblo mexicano regresan las tristes imágenes de lo que representó la crisis migratoria provocada por la gran depresión en Estados Unidos, cuando fueron deportados medio millón de mexicanos. Llegaban deportadas familias enteras.
«Nos estamos preparando para lo que puede ser la etapa de resultados de Trump. Veremos si supera las cifras de Obama quien era el «deporter in chief», como lo han calificado las organizaciones de inmigrantes», apunta el padre Patrick Murphy
Los primeros que permitieron una deportación masiva de inmigrantes fueron los demócratas, encabezados por Bill Clinton, en 1996, por lo que tienen una gran responsabilidad de lo que está ocurriedo en el panorama actual.
Los próximos meses podrían ser el despertar de una tragedia que ni el gobierno ni la sociedad mexicana ha sentido que existe.