La salida unilateral de Estados Unidos del Acuerdo de París es una pésima noticia para los que creemos en la ciencia, que estamos convencidos que la emisión de gases de dióxido de carbono está afectando el clima del planeta y que esto tendrá consecuencias muy negativas para la humanidad de no hacer nada. El asunto es particularmente triste para las generaciones jóvenes que son las que más sufrirán los efectos adversos de no actuar de inmediato. Durante muchos años se negoció el Acuerdo de París y, de un plumazo, la segunda nación más contaminante del mundo ha decidido retirarse.
Todo porque su Presidente quiere quedar bien con su base electoral. Se trata del típico problema de acción colectiva donde no están alineados los intereses de los afectados. A toda la humanidad, incluyendo EU, le conviene disminuir los contaminantes. Pero hay minorías, como los trabajadores de la industria del carbono, que perderían sus empleos por esta decisión. Son una minoría muy vocal y organizada frente a una mayoría silenciosa y desorganizada. En este caso, los carboneros apoyaron al candidato que tenía un discurso aislacionista y anticientífico. Trump, gracias a un anacrónico sistema electoral, ganó la elección y, ahora, en la Casa Blanca, sigue cortejando a su electorado, aún a costa de hacerle daño a la población estadunidense y mundial. La política local (ganar en ciertas regiones de estados claves para el Colegio Electoral) se impone frente a la necesidad de resolver un problema global.
El retiro de EU del Acuerdo de París es un desastre. Me preguntarán, entonces, por qué el título de esta columna: ¿dónde está lo bueno de Trump? En el surgimiento de un liderazgo colectivo de políticos que sí creen en los valores de la democracia-liberal, que toman decisiones basadas en la ciencia y que están dispuestos a resolver los problemas globales.
Lo bueno de Trump es el tamaño que ha demostrado tener Angela Merkel. Cosas veredes: que la canciller alemana se posicione como líder de los mejores valores democrático-liberales. Fantástico observar cómo Alemania aprendió la lección de haber vivido bajo el yugo de un liderazgo demagogo y totalitario. Ver cómo reciben a los refugiados sirios. O las declaraciones de Merkel el día que ganó Trump las elecciones (“Alemania y EU están conectadas por los valores de la democracia, la libertad, el respeto por la ley y la dignidad del hombre, independientemente del origen, el color de la piel, la religión, el género, la orientación sexual o las opiniones políticas. Ofrezco al próximo Presidente de EU una estrecha cooperación sobre la base de estos valores”). O su bonhomía frente a la patanería de Trump de no querer estrecharle la mano en la Oficina Oval. O su paciencia frente a las provocaciones proteccionistas. Ni qué decir de su realismo al decir que “los momentos en los que podíamos confiar plenamente en los demás han terminado. Sólo puedo decir que los europeos tenemos que tomar nuestro destino en nuestras propias manos”.
Gracias a Trump hoy tenemos, también, el liderazgo del joven Presidente de Francia. Luego de la salida de EU del Acuerdo de París, Emmanuel Macron, se vio grande al demandar, en inglés, que “hagamos al planeta grande otra vez”, en referencia al eslogan de la campaña republicana. Sin ambages, criticó a Trumppor la decisión: “Ha cometido un error para los intereses de su país y para el futuro de nuestro planeta”. Y, como “no hay un planeta B”, Francia “no negociará un acuerdo menos ambicioso” contra el cambio climático.
Sumemos a esa lista al Primer Ministro de Canadá. El joven Justin Trudeau se ha convertido en otra fuerza de la democracia-liberal. Ese país sigue abriendo sus puertas a la inmigración y a refugiados de naciones en guerra. Con respeto y elegancia, algo que no conoce Trump, dijo al visitar a su homólogo estadunidense: “Ha habido momentos en que hemos diferido en nuestros enfoques, y eso siempre se ha hecho con firmeza y respeto. Lo último que esperan los canadienses es que vaya al sur a otro país a darles una conferencia de cómo ellos quieren gobernarse a sí mismos”.
En este mismo contexto, celebro, además, la elección en Irlanda, uno de los países más católicos del mundo, de un Primer Ministro hijo de inmigrantes indios y abiertamente homosexual: Leo Varadkar de 37 años de edad. “No soy un político medio indio, ni un doctor metido en político, ni un político gay. Todo eso forma parte de mí, pero no me define por sí mismo”.
Merkel, Macron, Trudeau y ahora Varadkar son una bocanada de oxígeno en estas épocas de demagogia, xenofobia, racismo y aislacionismo representada por Trump. Ellos han tomado la batuta de la democracia-liberal. Enhorabuena por este liderazgo colectivo mientras los estadounidenses regresan a la senda de los mejores valores que también existen en ese país.
Twitter: @leozuckermann