Mientras crecía en La Puente en la década de 1980, Alex Espinoza era un típico niño de la era Reagan; coleccionaba figuras de acción de “Star Wars” y jugaba con su cubo Rubik.
Pero Espinoza era mexicano; había nacido en Tijuana y su madre lo había traído a los EE.UU. cuando apenas tenía dos años de edad. El chico minimizó esas raíces para adaptarse; en ese entonces parecía lo peor del mundo que un muchacho fuera etiquetado como “un TJ” -literalmente ‘oriundo de Tijuana’, pero también un apócope de un mexicano no asimilado como tal-. “Crecí prefiriendo el sabor de un Big Mac por sobre un burrito; de una cazuela de noodles que de menudo”, afirmó. “Hasta que viajé a México, ya como estudiante graduado, ese país era una especie de interferencia de fondo en mi vida”.
Tres décadas más tarde, el presidente Trump ha suscitado un nuevo debate sobre la inmigración y la asimilación, lo cual ha puesto a Espinoza y tantos otros a pensar sobre qué significa integrarse a la cultura estadounidense.
Aunque mucho se ha hablado de las duras palabras de Trump respecto de deportar a las personas indocumentadas, los comentarios del mandatario sobre la necesidad de que los inmigrantes adopten plenamente la cultura estadounidense han renovado un largo debate que se remonta a generaciones.
“No todos los que buscan unirse a nuestro país serán capaces de integrarse con éxito”, afirmó el presidente Trump en un discurso de campaña en el cual pidió que los nuevos inmigrantes pasen una “certificación ideológica, para asegurarse de que los admitidos en nuestro país comparten nuestros valores y aman a nuestra gente”.
En un debate republicano, Trump declaró que “tenemos un país en el cual, para integrarse, uno debe hablar inglés… En este país hablamos inglés, no español”.
Aunque Espinoza y otros pueden estar en desacuerdo con las políticas del primer mandatario en temas de inmigración, sostienen que las discusiones sobre la integración llegan al centro de un acto de equilibrio con el cual todos los inmigrantes se enfrentan: ser estadounidenses conservando a la vez un fuerte sentido de su origen.
“¿Me he asimilado? No lo sé”, sostuvo el director del programa de escritura creativa y artes literarias de Cal State Los Ángeles, de 45 años de edad. “Algunos dirán probablemente que sí, por ver cómo me visto y hablo, y porque me he educado. Otros dirán que no, porque hablo español y tengo pasaporte mexicano”.
Cuando fue a México por primera vez como adulto, su forma de hablar, confundiendo algunas palabras en español, hizo que instantáneamente lo catalogaran como estadounidense. Espinoza es un residente legal permanente, pero cree que incluso si se convierte en ciudadano de los EE.UU. nunca sería considerado “totalmente estadounidense” por algunas personas. “Incluso si empiezo a hablar ahora mismo con acento sureño y a escuchar música country, seré mexicano”, afirmó. “Mi piel seguirá siendo de un cierto tono. La asimilación no es algo así como ‘OK, ahora soy uno de ustedes’”.
Aunque la gente a menudo define la integración o asimilación de maneras muy diferentes, una encuesta de Pew Research Center dada a conocer en febrero pasado mostró que el 92% de los estadounidenses sostienen que es ‘importante’ que una persona hable inglés para ser considerada “verdaderamente estadounidense”, y un 70% cree que es ‘muy importante’.
Más del 80% de los entrevistados en el sondeo creyeron que compartir la cultura y las tradiciones estadounidenses es ‘importante’ para la identidad nacional. “Al menos hemos absorbido y creemos esta narrativa nacional de que somos un pueblo de inmigrantes”, señaló Bruce Stokes, director de actitudes económicas globales del Pew.
“Pero… no es tan fácil una vez que se indaga en los detalles de la diversidad. La gente dice: ‘Es bueno para el país, pero no es bueno para mí’, y también: ‘La diversidad es buena pero no me gusta que alguien hable en español cuando voy a una tienda’”, agregó.
Estas preguntas han dominado las comunidades de inmigrantes desde el siglo XIX, cuando los italianos, irlandeses, alemanes, chinos y otros grupos se enfrentaban a cuestionamientos acerca de si eran verdaderos estadounidenses.
La población de los EE.UU. nacida en el extranjero se ha cuadruplicado en las cinco décadas transcurridas desde el establecimiento de la Ley de Inmigración y Nacionalidad, de 1965, que puso fin a un sistema de cuotas basado en el origen, que favorecía a los inmigrantes europeos blancos. En 1960, 9.7 millones de residentes nacidos en el extranjero vivían en los EE.UU. En 2014, la cifra era de 42.2 millones, según datos del censo y de Pew Research Center.
Kevin Solís, quien trabaja para el grupo de defensa de la inmigración Dream Team LA, afirmó que las declaraciones de los políticos acerca de la asimilación simplemente añaden combustible a un tema que ya es sensible. “Cuando uno dice ‘necesitan integrarse’ parte de la falsa noción de que no quieren hacerlo, de que llegan aquí como una fuerza invasora”, expuso. “Están codificados como ‘otras’ personas, extranjeros que quieren dañar a nuestra nación, y no es así”.
Jim Chang, especialista en sistemas de información y residente de Irvine, recordó haberse reunido con una maestra de su hijo que constantemente le repetía lo que decía. “Sé que decía todo más de una vez porque le preocupaba que yo no comprendiera”, expresó Chang, de 53 años.
Aunque el hombre hablaba inglés bastante bien y lo entendía aún mejor, su acento coreano lo hacía destacarse. “No importa que hayas pasado 12 años, o 20, en los EE.UU. Si escuchan un sonido diferente, te juzgan”, afirmó. Eso es algo que, según Chang, su hijo -estudiante de quinto grado- no tendrá que pasar. Él le habla en coreano al niño, pero éste, Jimmy, responde en inglés. “Entiendo que no planeamos volver a vivir en Corea. Ahora somos de California”, afirmó.
Sin embargo, Carmen Fought, una profesora de lingüística en Pitzer College, explicó que todo el mundo tiene un acento, independientemente de lo bien que hable inglés. Así se trate del cajún o del tono de Minnesota o del Bronx, o de cualquier otro acento que no esté en el radar de la cultura pop estadounidense, todo el mundo en el país habla con acento, aseveró.
No todos los acentos, sin embargo, se perciben como equitativamente estadounidenses. “Una forma de hablar que está asociada con un grupo estigmatizado también será estigmatizada”, explicó la experta. “También hay racismo y prejuicios contra esas formas de hablar”.
Karen, una estudiante sobresaliente de Cal State Fullerton, de 24 años de edad, es aspirante a contadora pública y voluntaria del IRS -su habilidad para hablar español es su activo más importante-, donde ayuda a personas de bajos ingresos a llenar sus formularios de impuestos.
La noche en que Trump resultó elegido, Karen -comprendida dentro del programa de Acción Diferida para los Llegados en la Niñez, o DACA, quien pidió que su apellido no sea mencionado en este artículo por temor a una deportación- sintió súbitamente que llamaba la atención en todas partes, a pesar de que era un bebé que dormía en el asiento trasero de un automóvil cuando fue traída sin documentos a los EE.UU. desde México.
Karen no ha vuelto a ese país desde entonces, pero creció en la enorme comunidad latina de Huntington Park, viendo televisión en español con su abuela y trabajando en un restaurante mexicano.
Mudarse al condado de Orange para ir a la universidad fue como trasladarse a otro mundo, señaló. Al menos hasta la elección de Trump, la joven se sentía más segura como estudiante que sus padres, quienes tienen empleos de mano de obra.
Su hermano menor también ingresó al programa DACA, y se ha mudado con ella para que ambos pudieran quitar la dirección de sus padres de sus formularios federales. “A veces siento que no pertenezco a ninguna parte”, afirmó.
“En México me tratarían muy diferente por mi acento. ¿Qué puedo hacer? Si volviera allí, no habría nada para mí”.
“Por un lado, los hispanos te dicen: ‘Eres demasiado estadounidense’. Por otra parte, hay estadounidenses que te dicen que eres demasiado hispano. Es difícil estar en el medio”, agregó. “¿Qué me hace estadounidense? No solo los 24 años de mi vida”, expuso. “Sino que esto es lo único que conozco”.
Traducción: Valeria Agis