Con envases de botellas, bolsas de plástico y otros desechos de polietileno, que acabarían engrosando toneladas de basura, y en el peor de los casos en islas de plástico que contaminan los mares, el artista alemán Gerhard Bär crea objetos útiles que atrapan la mirada por su originalidad y colorido. Mesas, sillas, lámparas, floreros, fruteros… las posibilidades llegan hasta donde la imaginación alcanza. Sus piezas han sido exhibidas en museos en todo el mundo, una técnica que ha despertado la creatividad en las regiones más remotas. Desde Tíbet hasta México.
La idea surgió a principios de la década de los 90, cuando en Alemania se promulgó la normativa para envases y embalajes (Verpackungsverordnung), que obliga a la industria y al comercio a recuperar y reciclar su basura de plástico, cuyo distintivo es el Punto Verde. «Entonces en Alemania se discutía sobre qué hacer con toda esa basura; que si bancas de jardín o adoquines para calles, pero el material reciclado era de color gris, no reflejaba el colorido del material original», dice Gerhard Bär en su taller, en las afueras de Berlín.
Consumo e identidad cultural
El artista desarrolló una técnica con planchas de calor que funden el plástico a 160 grados centígrados. Mientras el material está caliente, se moldea la pieza que se quiere crear. Así se preserva el colorido del material original, se reconoce una marca determinada de un producto, con la que la gente asocia sus hábitos de consumo, e incluso su identidad. Una marca de crema o de champú, un empaque de fideos o de galletas. En Alemania se tenían muchas posibilidades para hacerse de desechos, pero él y sus amigos también recolectaron envases debido a algún color particular o marca, aunque la idea era utilizar todo la basura plástica que se tuviera al alcance.
«Pronto me di cuenta de que en todo el mundo el reciclaje era asociado con la protección al medioambiente», dice Bär. Así fue como el artista desarrolló su proyecto Social Plastics, con el que llegó a México a través de una iniciativa impulsada por el Instituto Goethe a fines de 2010 en la Colonia Miravalle, en la periferia de la delegación Iztapalapa, una zona marginal en el oriente de la Ciudad de México.
Capacidad de autogestión
La comunidad de Miravalle había ganado notoriedad al haber obtenido ese año el premio Urban Age que otorga cada año el Deutsche Bank, por su capacidad de autogestión para mejorar el espacio que habitan. Entre otros proyectos culturales y de salud, la comunidad logró convertir un antiguo basurero en un espacio público, a la par de un proyecto de reciclaje de basura en el que cada semana eran recolectadas dos toneladas de desechos plásticos, lo que daba trabajo a unos 30 jóvenes.
«Encontré a personas muy motivadas. La comunidad ya había recolectado material y tenían un pequeño taller. Lo maravilloso de esta técnica es que en un lapso de unas cuantas horas la gente tiene la sensación de que puede hacer algo con ella», afirma el artista.
Bär volvió a Miravalle un año después y se encontró con creadores ansiosos por probar nuevas ideas y técnicas. Uno de los creadores de Miravalle, Óscar Pérez Jiménez, ha viajado tres veces a Alemania para trabajar con Bär. «Queríamos profundizar el intercambio, no sólo que fuera el alemán a México, sino que vinieran mexicanos a Alemania y pudieran ver otras cosas. Con Óscar hicimos muchas piezas de manera conjunta y durante su tercera estancia viajamos a Rumania para trabajar con una comunidad gitana», dice el alemán.
Necesidad de financiamiento sólido
Gerhard Bähr asegura que el potencial de Social Plastics es enorme, pero para que sea exitoso es necesario que haya un financiamiento sólido de largo plazo. La embajada de Alemania en Panamá, que se enteró de la iniciativa en Miravalle se interesó por hacer algo similar. Pero no progresó por falta de financiamiento.
El artista recibe constantamente peticiones de las regiones más remotas, como Bangladesh o Corea del Norte, pero no han fructificado debido a la falta de recursos.
Su mejor experiencia sigue siendo México, en donde los trabajos fueron expuestos en distintos espacios y en donde recibió nuevas propuestas de cooperación. Hizo un taller con estudiantes de diseño de la UNAM, posteriormente viajó a Puerto Vallarta a trabajar con pobladores de un pueblo de pescadores que querían transformar el plástico hallado por sus redes en el mar, y también trabajó con niños preescolares del Colegio Alemán en la Ciudad de México.
Nada comparado con la dedicación que encontró en los pobladores de Miravalle, como Óscar, que sigue organizando talleres en distintos estados de México con los que tiene un impacto multiplicador. «Es un proyecto sustentable con el que se puede hacer algo por el medioambiente», concluye el artista.