El sueño era llegar a Estados Unidos. Pero cambió en el camino. Se transformó en el sueño de quedarse en México.
Christopher Faustin, su esposa y su pequeña hija de dos años tardaron casi tres meses en llegar hasta Tijuana desde Haití, su país natal, en una peligrosa travesía que incluyó cruzar la selva que divide a Colombia y Panamá.
Salieron en agosto del 2016. “Fue dificilisísimo (sic), fue la cosa más difícil”, recuerda Faustin.
El problema es que al llegar a Tijuana, Baja California, se dio cuenta de que el gobierno estadounidense ahora hace cumplir las leyes de inmigración de una manera más rigurosa y ante el temor de ser deportados a Haití, este padre de 35 años optó por cambiar de planes. El sueño ahora sería otro: establecerse con su familia en esta ciudad fronteriza.
“Efectivamente nos vamos a quedar porque somos una familia y no quiero dividir a mi familia”, dice.
La ayuda de la iglesia
Tijuana ha recibido a decenas de inmigrantes haitianos desde agosto del año pasado. Y desde entonces, Zaida Guillén y su esposo, el pastor Gustavo Banda, abrieron las puertas de su iglesia evangélica Embajadores de Jesús para alojar a familias enteras de haitianos.
La de Faustin es una de ellas.
“Ya son ocho meses trabajando con ellos, aquí han pasado yo pienso que unas 2.000 personas y estamos muy contentos con ofrecerles ayuda”, cuenta Guillén.
Hoy, la iglesia alberga a unos 200 haitianos y además de proveerles alimentos y un lugar donde dormir, donó unos terrenos para que 30 familias puedan construir allí sus viviendas, muy pequeñas, pero viviendas dignas al fin y al cabo.
Esos terrenos están a unos 10 kilómetros al suroeste de Tijuana y a unos 100 metros de distancia de la sede de la iglesia evangélica. La comunidad ha bautizado a la zona como «La Pequeña Haití», lo que recuerda al barrio de Little Haiti en Miami, en La Florida.
“Esta es mi casa. Aquí es donde quiero empezar una nueva vida con mi familia”, dice Faustin, ansioso.
Entre amigos y voluntarios, haitianos y mexicanos unen esfuerzos y aplican sus conocimientos básicos de construcción para levantar viviendas de madera en terrenos de 6 metros por 6 metros.
“Hemos recibido apoyo de la población que nos ha venido a donar una puerta, unas ventanas, un refrigerador, diferentes cosas, material para la construcción, clavos, herramienta”, explica Guillén.
Prohibido vivir aquí
Sin embargo, una orden del Departamento de Protección Civil de Tijuana ha frenado la construcción de su nuevo sueño, debido a que la zona donde los inmigrantes haitianos levantan sus casas se encuentra en una “zona de riesgo hidrometeorológico”, es decir que está en riesgo de inundación y por eso se considera delito grave la construcción o edificación en esa área.
La decisión tiene al pastor Gustavo Banda y a Faustin desconcertados. “Yo tengo 25 años viviendo aquí (…) Es un acto de racismo porque durante años no ha pasado nada con nosotros y ahora que queremos fincar una colonia haitiana sale esto. Entonces, ¿cómo lo catalogamos, cómo lo interpretamos?”, se pregunta Banda.
Además de no construir, las autoridades recomiendan mantenerse lejos de la zona de riesgo, ante posibles deslaves o inundaciones.
Mientras tanto, Faustin y su familia continúan viviendo en la iglesia. Y Faustin se niega a rendirse. Dice que su estado anímico no decaerá y que también tienen puesta su esperanza en que pronto pueda hacer el trámite para regularizar su situación migratoria en México.
Porque quedarse en México es su nuevo sueño.