Seguramente se habrá preguntado alguna vez a qué se debe que, justo cuando más calor hace y se vuelve indispensable abrir todas las ventanas, las molestas moscas invaden nuestra casa, nos persiguen en la oficina, no paran de zumbar en torno a nuestra comida y hasta tienen la desvergüenza de irrumpir en nuestro coche haciéndonos soltar el volante de cuando en cuando y dar torpes manotazos en la búsqueda —casi siempre inútil— de matarlas o, cuando menos, asustarlas.
La respuesta es simple, porque es en las estaciones más calurosas cuando la mayor parte de las moscas nace, por lo que durante la primavera y el verano debemos padecerlas numerosas, joviales y enérgicas, rondando nuestras vidas.
La vida de una mosca común pasa por cuatro fases, sin importar si vive 24 horas o un mes: huevo, larva o cresa, ninfa o pupa y adulto, etapa en la que se aparea —¡le da tiempo suficiente aunque sólo viva 24 horas!— y llega a poner alrededor de mil huevecillos.
En las épocas más frías del año, justamente cuando no hay necesidad de abrir nuestras ventanas, las moscas escasean, debido a que las bajas temperaturas las hacen perecer y es improbable que muchas de ellas nazcan en esas condiciones. Aunque algunas encontrarán cálidos escondites rinconeros para sobrellevar los días fríos, lo cual explica que durante esas épocas las encontremos aletargadas detrás del refrigerador o cerca de las tuberías y calentadores.
Las moscas que logran sobrevivir a las bajas temperaturas no necesitan alimentarse, permanecen adormecidas —igual que los osos que hibernan en cavernas, aunque durante mucho, mucho, menos tiempo— hasta el momento en que sube un poco la temperatura; entonces despiertan, hambrientas vuelan en busca de alimento y regresan a su escondite en cuanto vuelven a sentir frío.
Algunas moscas también fallecen a causa de un hongo que penetra en su cuerpo; por eso a veces las encontramos hinchadas, muertas encima de la mesa o en los cristales de las ventanas, que más vale tener cerradas, por si las moscas.