En 1803 la real academia de la lengua española publicó la cuarta edición de su diccionario, con algunas novedades que explicaba en su prólogo: «como la ch —che— y la ll —elle— son letras distintas a las demás de nuestro alfabeto, aunque dobles en su composición y figura, ha creído la academia más sencillo y oportuno darles el lugar y orden que les corresponde con separación. Por esta causa todas las palabras que empiezan con las combinaciones de cha, che, chi, cho, chu, se han entresacado de en medio de la letra c, donde se colocaron en ediciones anteriores, y se han puesto después de concluida ésta: y lo mismo se ha ejecutado respectivamente con las voces pertenecientes a iguales combinaciones de la ll.
«El mismo orden se ha observado en las combinaciones de las demás letras en que entran las referidas ch y ll; de suerte que la primera se halla siempre a continuación de la combinación cu, y la segunda de la combinación lu. Así encha se deberá buscar después de encurrir, y enllenar después de enlutar».
La Academia definió desde entonces a la ch como la «cuarta letra de nuestro alfabeto y la tercera de las consonantes. Aunque doble en su formación, pues se compone de la c y la h, es sencillo su sonido, y éste igual y constante, hiriendo a todas las vocales, sin poderse confundir con el de ninguna de las demás letras», y la ll como «décima cuarta letra de nuestro alfabeto y décima de las consonantes. Aunque doble en su forma, pues se compone de dos eles juntas, es sencilla e indivisible al pronunciarse y al escribirse».
Este criterio fónico de ordenación separó a nuestro alfabeto del latino, cuya ordenación es gráfica, creando, a la larga, problemas entonces insospechados, como que un señor Chávez desaparezca de una lista de reservación hotelera porque una computadora desconoce a la ch como letra. Por otra parte, la ch y la ll nunca se utilizan como sustitutos numéricos en clasificaciones, índices o fórmulas matemáticas. Si un artículo de un código, por ejemplo, se divide en apartados, estos son a, b, c, d, y jamás a, b, c, ch. Convertimos nuestro alfabeto en «abecechedario» y así nos hemos pasado ciento noventa años, con un alfabeto híbrido ordenado por grafías y fonemas provocando mayores complicaciones y trabas cada día, según se han ido acrecentando las relaciones internacionales, y la intercomunicación lingüística y cultural.
La ch y la ll son en realidad dígrafos, que es como los lingüistas llaman a las combinaciones de dos letras que representan un solo fonema, y ésa es la causa de que, durante los pasados dos congresos de la Real Academia Española, se entablara tal controversia entre quienes están a favor de volver al pasado y regresar a la ch y a la ll como combinaciones de letras simplemente y reincorporarnos al uso del alfabeto latino internacional; contra los que se autoproclaman defensores de su independencia, paradójicamente las denominan «la ce hache y la doble ele».