A menudo no-diseñadores, gente normal, me preguntan por qué los diseñadores vamos siempre de negro. Y es que, más allá de lo anecdótico, es una realidad y se repiten demasiado las reuniones, showrooms y presentaciones que más bien parecen un velatorio o la foto de familia de los Osbournes.
Ir de negro es, en lo relativo a indumentaria, como estar en una zona de confort en la que sabes que no meterás la pata combinando cosas. Además, pasas inadvertido a la vez que te da un toque cultureta. El negro no es el dress code oficial de la Valencia Disseny Week pero podría serlo. De hecho, si nos remontamos un poco en esta licencia estilística vemos que ya lo tomamos prestado de los arquitectos, quienes a su vez lo hicieron de los diseñadores de moda. He ahí la eterna petite robe noire de Coco Chanel o la herencia de Christian Dior.
Las zapatillas rojas o las gafapasta se han intentado en algún momento imponer como rasgos distintivos en las orlas de diseñadores, pero a todas estas tendencias absurdas ha sobrevivido el negro. Porque el negro es más que una tendencia, y nunca pasa de moda, alcanzando estatus de uniforme social, como lo es el traje para un ejecutivo. Y es en esta aparente monotonía cromática en la que se desvela la gran ventaja: la simplicidad. El minimalismo y el menos es más de Mies van der Rohe combinados con la funcionalidad del diseño de la Bauhaus, un kit sencillo que no deja de ser sofisticado gracias al cual simplificamos la tarea diaria de dedicarle tiempo al qué-me-pongo-hoy, y lo de combinar lo dejaremos para nuestro día a día sobre la mesa de trabajo. Además, adelgaza.